CAPÍTULO IX
DE LOS PRINCIPIOS DE LA FORTIFICACIÓN DE ESTE PUERTO, Y RELACIÓN DE LAS QUE SE HAN IDO AUMENTANDO
Error fue de Licurgo y otros antiguos, imitado después de la
arrogancia de los numantinos y de los bárbaros etíopes de la
Abassia,1 librar únicamente la defensa de las ciudades en el esfuerzo
de sus habitadores, despreciando el abrigo de las murallas
y el resguardo de las fortificaciones como desdoro de la animosidad
de los ciudadanos, cuando aun la misma celestial Jerusalén
que nos describe San Juan en su Apocalipsis se manifestó cercada
de muros y guarnecida de almenas, siendo en todas edades y poblaciones
tan precisos como practicados estos reparos, que sólo
en el capricho de los expresados pudo tener estimación tan soberbia
idea, a la que parece fue en parte algo semejante la de aquellos
ministros que a los principios del descubrimiento y población de
este Nuevo Mundo componían el consejo de nuestros monarcas,
pues adhirieron, según dice Herrera, al dictamen de que no convenía
se fortificasen las recientes plantaciones de Indias, hasta que
el año de 1526, prevaleciendo como más bien fundado el opuesto
sentir, se mandaron resguardar con algunos castillos y fortalezas,
principalmente las marítimas.
A este expediente tan favorable darían sin duda motivo las
lastimosas y repetidas hostilidades que ejecutaban en ellas los
piratas y corsarios extranjeros, los cuales avisaron con el estrago
para que se proveyese, aunque tarde, de remedio que asegurase
las nuevas poblaciones, disponiéndose desde luego, para precaver
otros insultos, el preciso reparo de algunas defensas, lo que no
tuvo efecto por lo respectivo a la Habana hasta algunos años después.
En el de 1538 experimentó la enunciada villa, siendo su gobernador
Juan de Rojas, el mismo infortunio que los demás puertos y
poblaciones litorales de indios, sin que se eximiera en ella lo sagrado
del templo ni lo venerable de las imágenes de la codicia del
saco ni de la voracidad del incendio que la redujo a cenizas; llegó a
Cuba lo infausto de esta noticia con la velocidad con que comúnmente
vuela todo lo trágico y como pocos meses antes había arribado
a aquel puerto con el gobierno y capitanía general de la Isla
el Adelantado de la Florida Hernando de Soto, hallando en su
magnánimo corazón no sólo resistencia para el golpe, sino actividad
y fuerzas para el socorro, dio pronta providencia para que el
capitán Mateo Aceituno, natural de Talavera de la Reina, pasara a
reedificar la más que arruinada y extinguida población, y a promover
la construcción de alguna fortaleza para su defensa y seguridad,
a la que parece dio principio desde su ingreso en la Habana,
poniendo por obra en el paraje que ahora está, aunque no con tanta
perfección ni amplitud, el Castillo de la Real Fuerza, que por ser
la primera la distinguieron, después de hechas las obras que hoy
tiene, con el título de la Fuerza Vieja, de quien quedó por alcaide el
mismo Aceituno, y conjeturo estaba perfectamente acabada por
los años de 1544 o siguiente, pues en el inmediato de 1546 se expidió
a pedimento de su alcaide la real orden par que los navíos, así
sueltos como de escuadra, que entrasen en este puerto, saludasen
su fortaleza como la de Santo Domingo, según afirma Herrera, y
hoy es disposición de una ley recopilada.
Está plantificada la referida Fuerza en esta banda de la bahía
que le cae al poniente, frontera a la sierra de la Cabaña al mismo
labio u orilla del mar y raíz de la población opuesta a la boca del
puerto, que descubre enteramente. Es una fortificación regular,
cuadrilátera, con cuatro baluartes, uno en cada ángulo; aunque es
algo reducida, es muy fuerte, por ser sus murallas dobles y sus
terraplenes de bóvedas: la altura de aquellas será de 24 a 25 varas,
y ésta circundada de un buen foso donde se ha labrado en estos
tiempos una gran sala de armas; tiene en el ángulo saliente, que
mira por un lado a la entrada del puerto, y por otro a la Plaza de
Armas, un torreón con su campana con que se tocan las horas y la
queda de noche, y se repiten las señas de velas que hace el Morro,
poniéndose en él las banderillas correspondientes al número de
las que se han avistado, con distinción de las que aparecen a barlovento
o reconocen a sotavento.
Desde el año de 1718, que pasó su habitación a ella el brigadier
Don Gregorio Guazo, gobernando esta plaza, de que ya había ejemplar
en el tiempo del Maestre de Campo Don Juan de Tejeda que
vivió allí, sirve de palacio o morada a los sucesores de este empleo,
quienes han ido amplificando sus fábricas a proporción de sus
familias, especialmente el Mariscal de Campo Don Francisco
Cagigal, que la ha ilustrado con una pieza que ha construido sobre
el caballero que cae al mar, para sala de recibo, adornada interiormente
de medallas y escudos primorosos de yeso, y por lo exterior
con un balcón hermoso que la circunda o rodea.
El nominado brigadier hizo y formó el rastrillo que hoy tiene
esta fortaleza, y los cuarteles altos y bajos que a su continuación
corren al lado del sur, para el alojamiento de la tropa de infantería
y caballerías de la montada.
La alcaldía o comandancia de esta fortaleza anduvo anexa algún
tiempo al empleo de Gobernador y Capitán General de la Isla,
según se manifiesta de una real cédula fecha en el Pardo a 21 de
noviembre de 1590, de que haré mención en otro capítulo; pero
tengo evidencia de que a más del Capitán Aceituno obtuvieron
este cargo, antes que se encomendase a los gobernadores, el Capitán
Juan de Lovera, Diego Fernández de Quiñones y el Sargento
Mayor Diego de Argüello, y que después lo ejercieron Francisco
Díaz Pimienta, Don Antonio Manuel de Águila y Rojas y su hijo, el
capitán Don Juan, caballero del orden de Santiago, natural de
esta ciudad, que fue el último alcaide de esta fortaleza.
Esta fue sin duda el exordio o principio de la fortificación de la
Habana, que experimentó desde luego los favorables efectos que
le resultaban de esta defensa, pues en los años de 1543 ó 1544,
gobernando esta villa el Licenciado Juan de Ávila, arribaron sobre
este puerto cuatro navíos de guerra y una patache francés de que
era comandante Roberto Baal, echando gente en tierra por la
parte en que ahora está el castillo de la Punta: fue rechazado y
puesto en fuga, con considerable pérdida de los enemigos, por el
fuego de la artillería de la Fuerza y ardor con que a su abrigo le
acometió el vecindario, pagando en esta desgraciada empresa y no
esperada resistencia algún tanto de lo que había obrado en Santa
Marta y Cartagena, pues si de allí salieron victoriosos, de aquí se
retiraron corridos y escarmentados.
La experiencia de lo que había contribuido para atajar el antedicho
insulto la expresada fortaleza, o, lo que es más de creer, el
pleno y perfecto conocimiento de la esencialidad de este puerto
para el mayor seguro del comercio y navegación de los dos reinos,
hizo que años después el Rey nuestro Señor Don Felipe II, por
antonomasia y prudente, anteviendo con su gran política e incomparable
penetración que lo que entonces era interés de unos
corsarios particulares llegaría a ser en lo sucesivo objeto y empeño
de las testas coronadas, mandó se construyese una insigne
fortaleza, digna de su real ánimo y propia para el designio de hacer
inexpugnable este puerto, destinando para ello al famoso ingeniero
Juan Bautista Antonelli, que con la dirección del ya enunciado
Maestre de Campo Tejeda, Gobernador y Capitán General de la
Isla, empezó a fabricarla el año de 1589, a cuyos principios fue el
arribo de ambos a esta ciudad, no dándole lugar al segundo todo el
tiempo que permaneció en este gobierno para que la dejase perfectamente
acabada, porque consta de una representación de su
sucesor, Don Juan Maldonado Barrionuevo, que aún el de 1589 no
estaba cabalmente concluida la obra, y que necesitó de los auxilios
del vecindario para proseguirla y finalizarla.
Además de un testimonio tan autorizado, persuade la misma
grandeza de este castillo la robustez y extensión de sus muros y
la profundidad de su foso, que, aunque hubiesen sido muy numerosas
y efectivas las expensas y multiplicados los operarios destinados
para su construcción, no pudo finalizarse en tan corto tiempo,
como manifiesta la inscripción o letrero que existe grabado en
una piedra, a la entrada del rastrillo de la prevenida fortaleza;
porque siendo indisputable que así el expresado Gobernador Tejeda
como el ingeniero Antonelli llegaron a esta ciudad corriendo ya el
año de 1589, en que se supone ya hecha, no es verosímil que una
máquina tan corpulenta como la que admiramos se hubiese concluido
en lo restante del mismo año; cuya reflexión me hace ser de
sentir se puso inadvertidamente el año en que se le dio principio
por el de su consumación; como se percibe del siguiente rótulo
que se conserva en el lugar ya referido, aunque lastimados algunos
caracteres de la injuria del tiempo que todo lo destruye.
GOBERNANDO LA MAJESTAD DEL SEÑOR DON PHELIPE SEGUNDO
HICIERON ESTE CASTILLO DEL MORRO EL MAESTRO DE CAMPO TEJEDA
Y EL INGENIERO ANTONELLI, SIENDO ALCAIDE ALONSO SÁNCHEZ
DE TORO. AÑO DE 1589.
Para individuar con la claridad correspondiente las circunstancias
de este gran castillo, se necesita de más campo que el que
me deja este capítulo, y así reservo su descripción para el subsecuente,
a que solicitaré ceñirla, y dar lugar también al de la Punta.
1. Abisinia.
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