CAPÍTULO VI
REFIÉRENSE LAS CAUSAS QUE PARECE CONCURRIERON PARA LA ANIQUILACIÓN DE LOS NATURALES DE LA ISLA, MEDIOS QUE SE TOMARON PARA ATAJAR Y SUPLIR SU FALTA
Siempre será lamentable a los buenos patricios aquella fatal y
lastimosa época en que, empezando a hacerse visible y casi inevitable
la acelerada disminución de los naturales de la Isla, pronosticó
como en las demás de barlovento el total exterminio del considerable
número de indios que la habitaban al ingreso de Diego
Velázquez en ella: pues consta de la Historia general de Herrera
que, afianzados los vecinos de Santo Domingo de la certidumbre
de esta noticia y sentidos de la falta experimentada de los isleños
de la Española, pretendieron que el Rey mandase proveer la inopia
que había en la una con la abundancia de la otra. Instancia a
que no quiso acceder Su Majestad sin dictamen del citado
Velázquez, el que debió de ser contrario, porque no tuvo efecto la
pretensión.
En esta próspera constitución parece que subsistió la Isla sin
conocida decadencia poco espacio de tiempo, porque el año de 1523
ó 1524,1 ya muerto el Adelantado, dio el Rey permiso para introducir
en ella trescientos negros: providencia a que sin duda daría
motivo la evidente disminución de los naturales, que aunque atribuida
por unos a la epidemia de viruelas, y por otros a la prohibición
de la poligamia y mudanzas de costumbres, tengo fundamentos
más sólidos en la historia para persuadirme que, aunque concurrieron
las referidas causas, ninguna contribuyó tanto a su
aniquilación como su misma rabiosa saña.
Así se infiere claramente de lo que por autoridad del Inca dejo
apuntado en el capítulo segundo, y lo que también se deduce de la
Historia de Herrera, que afirma que los indios, por no conocer
nuevos encomenderos, se alzaban y huían a las montañas, donde
es constante se quitaban la vida por no experimentar el castigo o
volver a la sujeción que, aunque fuese muy moderada y suave, la
estimaría su preocupación o libertinaje como penosa y tiránica. A
más que siendo en los hombres tan diversos los genios como los
rostros, no dudo tuviesen muchas razones para temer la severidad
y rigor de algunos encomenderos, y que eligieran ciegamente
la muerte, aun más bien que la servidumbre a que se veían reducidos, ahorcándose de los árboles, como expresa el citado Inca.Exceso que solicitó atajar la piedad de nuestro Soberano entonces
reinante, tomando entre otros expedientes favorables, propios
de su real y cristiano corazón, el de mandar los pusiesen en
perfecta libertad, y los dejasen cultivar por sí mismos la tierra;
pero ni aun este remedio tuvo el efecto de mejorarlos, porque
debía de ser ya incurable la enfermedad, o porque no se aplicó
como debía el medicamento.
Ello es cierto que mucho tiempo después de expedida la real
orden que cita Herrera continuaba con horrible demasía el desafuero
de los isleños, pues habiendo sido despachado aquel año de
1531, todavía se experimentaba la desgracia después del de 1538,
en que arribó a Cuba Hernando de Soto, Adelantado de la Florida,
como testifica Garcilaso, cuyas palabras, aunque parece enuncian
que entonces tuvo principio aquel desorden, lo que debe entenderse
de ellas es que por aquel tiempo tomó más fuerza el mal, y se
dieron en ahorcar, como él dice, todos. De suerte que a la sazón
que él escribía apenas se encontraban algunos.
De la aserción de un autor tan verídico como el citado se
convence bien que la principal causa que influyó para la aniquilación
de estos naturales fue, como dejo asentado arriba, su mismo
desatinado furor, el cual despobló la Isla de innumerables vivientes,
y llenó el abismo de casi infinitos habitantes. No puedo
señalar el tiempo fijo en que terminó esta lastimosa tragedia;
por el contexto de una real cédula librada el año de 1567 a pedimento
de Bartolomé Barcaso, vecino de esta ciudad, entonces
villa, discurro que ya por aquellos años existían muy pocos, y
éstos fugitivos por los montes respecto a que su representación
se dirigía únicamente a que se le permitiese reducir a una sola
población los naturales que andaban derramados en ellos, y que
se le diesen en encomienda. De que arguyo no había ya tanta
copia de indios, pues no se extendió su proposición a más, siendo
tan ordinario el que los pretendientes no pidan ni se contenten
con lo menos.
Fundado en lo antecedente, no puedo asentir a la noticia que
produce cierto escritor en la Cronología de su orden, dando por
asentado que cuando transitó por este puerto para Castilla San
Luis Beltrán predijo la devastación lastimosa de gentes que padecería
la Isla a tiempo que tenía doscientos mil indios habitantes.
Porque siendo inconcuso que este apostólico varón volvió de
Cartagena a España el año de 1569, se hace difícil de creer, según
lo supuesto, el que subsistiesen en ella tanto número de indios; a
más de que en la vida de este glorioso santo escrita por el maestro
Vidal, ni se hace relación de su arribo o escala en este puerto, ni de
su profecía acerca de nuestros isleños.
Hace más sólido mi reparo, y más vehemente mi duda sobre la
citada noticia el que, comenzando los libros capitulares de esta ciudad
el año de 1550, no se encuentra ni registra en ellos documento
que persuada hubiese en esta comarca ni jurisdicción, que no sería
la menos habitada, pueblos de naturales a excepción del de
Guanabacoa, ya hoy villa de españoles, distante como una legua de
esta capital, el cual se fundó por acuerdo suyo en el nominado sitio
y el de Tarraco el año de 1554, para reducir en él a doctrina y policía
los que andaban vagabundos por los campos, como consta del Cabildo
de 12 de junio del prevenido año; pues aunque parece que en el
de 1575 pidió Diego Díaz, protector de los naturales, se les señalase
en los confines de esta población tierra para sus conucos o labranzas,
y con efecto se dio comisión para ello a Jerónimo de Rojas y
Avellaneda, alcalde ordinario, y a Manuel Díaz, procurador del común,
se infiere de la misma pretensión y providencia dada para su
establecimiento en el contorno de esta ciudad serían tan pocos que
no podrían formar un pueblo. A más que conforme a una recibida
tradición no eran estos indios originarios de la Isla, sino traídos de
la provincia de Campeche, los que dejaron perpetuado este nombre
al barrio destinado para sus casas y siembras, y esto se hace muy
verosímil porque, a no ser distintos de nuestros isleños, era regular
haberlos puesto en Guanabacoa, como se practicaba con los pocos
que vagaban por las haciendas del distrito. Todo lo que me obliga a
creer que muchos años antes del de 1569 se habían reducido a
cortísimo número y a dos lugares solos todos sus pueblos.
Esta desgraciada situación, cuyas perjudiciales resultas quizá
no se comprendieron en aquella edad, como se sienten ahora, abrió
más ancha puerta a la introducción de los negros, que ya desde el
año de 1508 habían principiado los genoveses, haciéndose necesario
suplir la falta de los indios, trayendo del África armazones
numerosas de aquellos para el cultivo de las tierras y colección de
los frutos; pero aunque de la expresada provincia se originó el
beneficio de atraer al seno de nuestra sagrada religión una suma
casi infinita de gentiles, que hubieran perecido en aquellas regiones
entre las sombras del paganismo, privados de las luces de
nuestra fe católica, única puerta de su eterna salud, no podemos
negar que el remedio, aunque en lo espiritual dejó reparado el
daño, no ha podido en lo temporal, político ni civil producir igual ni
tan útil efecto.
No se disputa que los negros por su robusta complexión o vigorosa
naturaleza fuesen y sean más a propósito que nuestros primiivos isleños para el trabajo y fatiga de las minas, pues nos los pintan las historias muy delicados y perezosos para tal ministerio,
sin embargo de que los ejemplares del reino de Nueva España
desautorizan esta especie; pero prescindiendo de esta circunstancia,
que en otras partes de este Nuevo Mundo, opulentas de minerales,
haría casi indispensable y conveniente la introducción de negros
para la saca y labor de los metales, es incontrovertible que en
este país y otros semejantes hubiera sido incomparablemente más
favorable la conservación de los indios que la entrada de los expresados
negros: porque siendo aquellos gente menos bárbara, como
suponen nuestros historiadores, servirían con más inteligencia y
habilidad en las labores de azúcares y tabacos y en las siembras y
cosechas de los demás frutos que lleva la Isla y no piden tanta
resistencia como la que necesita el trabajo de las minas.
A más de la razón expuesta concurren otras que persuaden
que los intereses y conveniencias que por medio de la conservación
y aumento de los naturales hubieran disfrutado los moradores
de la Isla, serían sin disputa muy ventajosas a las que han
conseguido mediante la introducción y comercio de los negros, de
modo que comparadas unas con otras se hace el exceso notable y
la diferencia manifiesta aun a los entendimientos menos reflexivos,
porque los primeros trabajarían en las haciendas por la comida
y un moderado jornal a riesgo y ventura suya, como sucede en
la Nueva Española y provincias donde los hay, y los segundos, a
más del preciso desembolso de su compra, sirven al coste y riesgo
de sus dueños, quienes reportan los gastos de su alimento, vestuario
y curación, y la paga de sus fugas, hurtos y entierros, perdiendo
muchas veces su valor antes de utilizarse de su servicio:
expuestos continuamente a ser enfadosos y nocivos a los amos,
por la rudeza y barbarie casi común en todos, y la mala condición
y viciosas costumbres de muchos de ellos.
Tengo por cierto que aunque fuesen equiparables en lo expresado
los unos y los otros, se debe formar más piadoso juicio a favor
de los descendientes de nuestros isleños, pues nacidos y criados
con otra disciplina en el país, saldrían más hábiles para cualesquiera
ocupaciones, dándose entre unos y otros la diferencia que
se toca en los mismos negros entre bozales y criollos, siendo consiguiente
de todo lo dicho que aun entre buenos y buenos, habría
entre los indios y los negros la distinción de ser los unos menos
estúpidos que los otros, y entre malos y malos, aquellos dejaban
la libertad de despedirlos; pero en éstos hay la precisión de mantenerlos,
o por mucha dicha enajenarlos con quebranto de sus
principales.
Pero sobre todo lo que se ha tocado arriba, parece que nada
hace ver mejor las ventajas y utilidades que hubieran redundado
a la Isla de la conservación de sus naturales, que el considerar la
suma casi infinita de caudal que han sacado de ella los extranjeros
por medio de la navegación y asiento de los negros e introducción
de otros géneros que a vuelta de los permitidos con ellos se han
metido con detrimento del comercio de España, como exclama el
autor que cito: lo cual sin duda hubiera quedado a corta distancia
en aquel supuesto a beneficio de los cosecheros y vecinos de este
país, o a lo menos a favor de los mercaderes españoles.
No es posible dar una exacta noticia de las gruesísimas porciones
de pesos que se han sacado de la Isla con motivo de la entrada
y venta de los negros que ha más de dos siglos sirven de operarios
en todas las haciendas mayores y menores de ella; pero para que
se forme alguna idea o juicio prudente sobre el asunto, me parece
expresar que solamente los 4,986 negros entre grandes y chicos
que se permitieron a la Real Compañía introducir en esta Isla,
montaron 717,561 pesos 7 reales. De donde se podrá conjeturar o
inferir las cantidades que habrán sacado los asientos establecidos
con Génova, Portugal, Francia y la Gran Bretaña, especialmente
después que aumentadas las haciendas y vecindarios, se fue necesitando
de más copiosa provisión de negros anualmente para ellas
y para el servicio de las familias, experimentándose en unas y en
otras un considerable quebranto en los caudales por las frecuentes
desgracias de sus muertes, y no menores atrasos en la quietud
y gusto por sus repetidas fugas y demás desórdenes, de suerte
que, soportándose en esto último el mismo gravamen que se
padecía en caso de ser los naturales igualmente viciosos que los
negros, se carece del alivio que por lo respectivo a lo primero no se
experimentaría en el servicio de los indios; cuya falta, como he
demostrado, ha hecho mucho menos feliz la Isla, y por consiguiente
esta ciudad, de cuyo establecimiento no hablaré en el siguiente
capítulo, por parecerme que corresponde tratar primero de las
excelencias de su puerto, y referir después cuanto conduzca a
aquel asunto y a los progresos que fue teniendo en su vecindad
esta población. Considerando haber sido el referido puerto causa
de sus aumentos y éstos el efecto que produjo su bondad con el
comercio, como Llave del Nuevo Mundo y la garganta de todas
las Indias occidentales.
1. Diego Velázquez murió el año 1524.
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