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CAPÍTULO V

EN QUE SE DA RAZÓN DEL TIEMPO
EN QUE PARECE SE TRASLADÓ ESTA
VILLA AL PUERTO DE CARENAS,
MOTIVOS CON QUE SE INFIERE
LA EJECUTÓ EL ADELANTADO
VELÁZQUEZ, Y CARÁCTER DE ÉSTE

 

Aunque los escritores citados en el capítulo que antecede testifican constantemente en varios pasajes de sus obras la mudanza de la villa de San Cristóbal de un sitio a otro, sólo Bernal Díaz del Castillo nos da luz y fundamento para inferir se efectuó la prevenida translación el año de 1519, porque en las palabras que dejó fielmente copiadas en otro lugar, dice, hablando de su arribo a Jaruco, que estaba ocho leguas de la nominada villa, la que de allí a dos años pasaron al paraje donde ahora se halla; y como por otras cláusulas del capítulo siguiente se entiende que su llegada al enunciado puesto fue a fines del año de 1516 o a principios del de 1517, es muy regular asentir a que se hiciese la mutuación el año señalado, o cuando más al siguiente.

Lo asentado es muy conforme a lo que se percibe del cronista Herrera, quien tratando del viaje de Cortés a la Nueva España el año de 1518 expresa que llegó a la prevenida villa, que a la sazón estaba en la costa del sur, y después se pasó a la Habana, lo que es razonable creer se verificase al citado tiempo, porque no denota aquel después llano mucha intermisión o curso de años entre lo uno y lo otro.

Acerca de los motivos que ocurrieron para tomar la resolución referida, no dicen nada nuestras historias; pero es tradición vulgar que por ser poco sano aquel sitio y conocidamente nocivo a los recién nacidos, se tuvo por conveniente mudar la población a otro de distinta especie, a que no resisto dar algún ascenso, pues estoy persuadido que influyeron otros más eficazmente para facilitar esta idea tan feliz como acertada.

Las ventajas y conveniencias que ya descubierto y comenzado a conquistar el vastísimo reino de México se irían percibiendo o conjeturando de trasladar la Habana al puerto llamado de Carenas, por ser más al propósito para el comercio y escala precisa de las navegaciones que habían ya principiado a hacerse por el canal de Bahama llamado nuevo, inspiraría eficaces motivos y razones al Adelantado Diego Velázquez, que ya en aquel tiempo gozaba este título, para promover y practicar la diligencia de pasar la villa de San Cristóbal del sitio primitivo a la parte occidental de esta bahía, concurriendo la circunstancia de que ya en él había, según se percibe de Gómara, alguna población, pues siendo dicho Adelantado hombre muy sabio, como lo titula Herrera y lo hace manifiesto su aprobada conducta, y el jefe que entonces gobernaba la Isla, debo considerarlo el principal autor o móvil de esta utilísima providencia y loable determinación, porque la imagino muy propia de la atención y desvelo con que procuró los aumentos de ella y de todas sus poblaciones, por cuyo mérito, y otros de igual respecto dignos de especial estimación, daré en este lugar una breve noticia de la bondad del carácter de su persona, servicios que hizo a la Monarquía y beneficios que le debió Cuba, de cuya honrosa memoria es muy acreedor, y sería en mí culpable no tributarle este obsequio.

Fue el referido Gobernador y Adelantado natural de Cuéllar, vecino de la isla Española, de donde lo sacó el Almirante Don Diego Colón para la conquista y población de esta Fernandina, la que consiguió con tanta prosperidad, que en poco más de tres años la pacificó, y fundó siete poblaciones, no ocho como supone Herrera, porque San Juan del Cayo1 se estableció después, con títulos de villas, todas ilustradas de gente noble y personas principales, porque el buen tratamiento y acogida que hallaban en él los castellanos les atraía de todas partes la mejor porción de los sujetos de calidad que pasaban a Indias, como escribe Herrera y Bernal Díaz, asegurando que los que residían en esta Isla a su sombra se hallaban ricos y acomodados, siendo éste el poderoso y suave magnetismo con que atraía a los unos y conservaba a los otros en abundancia y tranquilidad.

No era menos la que experimentaban los naturales en el tiempo de su gobierno, pues hasta que terminó con su muerte el año de 1524 no se notaron en ellos, como se infiere de las historias, los alzamientos y fugas que en el de Manuel de Rojas, su inmediato sucesor, ni los desesperados homicidios que en sí propios ejecutaban en el de Gonzalo Núñez de Guzmán, y que continuaron después.

No se funda esto solamente en las inferencias de los citados escritos, sino que se hace constar expresamente de ellos esta verdad en honor del Adelantado, pues habiendo querido ausentarse de Cuba para una de las empresas que dispuso contra Cortés, le requirió la Real Audiencia por medio del licenciado Ayllón, como quien tenía tantas experiencias de lo que influía su buena dirección en la quietud de los vecinos y naturales de la Isla, se separase de tal designio, porque su presencia haría notable falta en ella para mantener el sosiego de los indios y españoles que lo amaban tanto.

Ni el Rey formaba menos favorable concepto de la acreditada conducta del Adelantado, pues ordenó se suspendiesen las comisiones dadas a los licenciados Lebrón y Zuazo, para que no perturbase el estrépito judicial y odioso de las pesquisas el buen estado en que tenía las cosas de su gobernación, no impidiéndole las atenciones que empleaba esmerándose en ella, extenderlas y aplicarlas a otras provincias del real servicio, solicitando con dispendios considerables de su caudal, como afirma el cronista Oviedo, y con fatigas de su persona, varios descubrimientos y gloriosas conquistas que, habiendo sido muy felices y opulentas para la corona y para otros individuos, fueron infautas para él y para su hacienda, que consumió en los precisos gastos de ellas, sin que sacase ni aun el honor de que las reconozcan todos por efectos suyos: razón que sin duda movió a Herrera para decir que en este famoso varón no fue igual la dicha a la sabiduría y buenas intenciones que le adornaban, porque cogieron otros el fruto de sus bien encaminados proyectos y grandes erogaciones, no alcanzando de la piedad del Rey en vida más que la merced del Adelantamiento de la Isla, por el tiempo de ella, y en muerte la honorífica expresión de sentimiento que hizo Su Majestad, con que calificó lo bien servido que se hallaba de este vasallo, y digno a la verdad de mayor premio, y de que yo haya hecho esta sucinta memoria en reconocimiento de haber sido el fundador de esta ciudad, y que durante su vida conservó esta Isla en la tranquilidad que he referido, siendo su muerte, si no el último período de la felicidad de sus naturales, un anticipado anuncio de la próxima desgracia, de su inquietud y aniquilación, materia que discurro tocar en el capítulo inmediato con la extensión que me parece pide, para que se comprendan los medios y providencias que se aplicaron para atajar el daño, y no tuvieron la eficacia que se deseaba, o no produjeron el efecto que se pretendía.

1. San Juan de los Remedios.


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