CAPÍTULO XLI
CONVALECENCIA DE NUESTRA SEÑORA DE BELÉN Y HOSPITAL DE SAN LÁZARO DE ESTA CIUDAD
La hospitalidad de convalecencia de que es titular San Diego
de Alcalá y que está a cargo de los religiosos belemitas, es debida
al piadoso corazón y benignas entrañas del Señor Evelino,1 a quien
he nombrado tantas veces en el contexto de esta obra, pues aunque
no le dio a la de que tratamos el cabal complemento de que
ahora goza, fue quien formó la idea y dejó asentados los principios
que han contribuido tanto a su posterior aumento y casi última
perfección.
Lastimábase este compasivo prelado y vigilantísimo pastor de
los fatales y repetidos sucesos que se experimentaron en esta
ciudad, así entre la gente presidiaria como en la forastera, que
saliendo del hospital no bien restablecida la salud, por el desorden
del apetito se desarreglaban en comer frutas y otros sustentos o
golosinas provocativas al gusto, pero dañosas a su viciada complexión;
y deseando poner remedio a este muchas veces mortal
estrago, le sugirió su caritativo desvelo la favorable especie de
fundar una convalecencia, de donde saliendo los enfermos enteramente
reparados de sus dolencias, hicieran menos factibles las
desgracias de sus recaídas y reincidencias.
Con este designio, pulsando sus fuerzas para tamaña empresa,
halló que los fondos de su congrua (muchísimo menos pingüe
entonces) gastados en el socorro de los pobres y consumido o
empeñado en tantas obras pías como había ejecutado, eran muy
inferiores para este proyecto. Desatendiendo lo que dictaba la
cortedad de la prudencia humana, fijó su corazón en lo que debía
esperar de la providencia y misericordia divina. Inspirábale eficazmente
(como lo expuso a Su Majestad en carta de 6 de mayo
cuya copia guardo) el admirable ejemplo que algunos años antes
se había tocado visiblemente en esta ciudad con el devoto hermano
Sebastián de la Cruz, tercero del hábito exterior de San Francisco,
que sin más rentas que las limosnas que demandaba diligente
y el pueblo le contribuía compasivo, dispuso en una casa particular
una acomodada aunque pequeña enfermería donde llevaba,
asistía y curaba con la mayor caridad y regalo a cuantos forasteros
y desvalidos por el sobre escrito de sus semblantes reconocía
estar enfermos, solicitando a costa del propio afán el alivio ajeno,
si es que puede llamarse así el del prójimo, con quien la caridad
nos debe hacer unos mismos, no faltándole nunca para este piadoso
destino lo necesario; cosa que alentó mucho el ánimo y confianza
de aquel buen prelado, y que a mí me estimula a escribir el
extraordinario modo con que se introdujo en esta ciudad el referido
hermano, para que se vea cuán flaco y despreciable fue el instrumento
que eligió Dios para facilitar en ella obra tan grande
como la fundación de esta insigne hospitalidad.
Aparecióse este advenedizo en la Habana por los años de 1677
ó 1678, con señales de loco, desnudo de la cintura arriba, descalzo
de pie y pierna, con una banderola en la mano, hecha de andrajos;
figura con que provocaba la risa de la plebe y el mal tratamiento
de los muchachos, con quienes se mostraba tan afable y comedido
después que descargaban en él su furia, que los regalaba, así con
los mendrugos de pan como con otras cosas que recogía de limosna.
Fuese notando en él, a más de esto, un perpetuo silencio y una
inalterable paz en cualquiera molestia o injuria que recibía, y que
a veces recostándose en los abrojos se recreaba entre sus puntas
como un catre de plumas o lecho de flores, sacando el cuerpo
taladrado de las espinas y teñido de sangre, donde solamente los
insensatos que estimaban por locura lo que en la realidad era
mortificación y penitencia no inferían se embozaban entre aquellos
excesos algunas máximas celestiales. Verificose así, porque
dentro de pocos días salió a representar en distinta escena con el
hábito ceniciento de penitencia el honesto y agradable papel de la
misericordia, el que ejercitó hasta su muerte, edificando con su
compostura a los mismos que tal vez habría descompuesto con su
aparente y ridícula fatuidad.
Este fue uno, si no el principal, de los motivos que concurrieron
para promover la erección de esa convalecencia, siendo muy
semejante el origen que tuvo la Compañía belemítica de Nueva
España al de su establecimiento en esta ciudad, pues allá la empezó
a fundar el venerable Padre Betancourt, del tercero orden seráfico,
y en la Habana otro hermano del mismo instituto planteó el
primer diseño que dio tanto calor a los principios de esta fundación.
A instancias del expresado Reverendo Obispo, y representaciones
de la Excelentísima Señora Duquesa de Alburquerque,
Virreina de México, a quien interesó Su Ilustrísima en este negocio,
y que con su presencia y autoridad les daba tanta eficacia, que
obraban las insinuaciones como preceptos, se nombraron a los
Padres Fray Pedro de la Santísima Trinidad, Prefecto del Convento
y Hospital de dicha Corte, a Fray Francisco del Rosario y a
Fray Julián de San Bartolomé, para que de la Convalecencia de
allí viniesen a instituir y plantificar la que se proyectaba en esta
ciudad, a donde solamente llegaron dos religiosos el año de 1704.
Púsolos el citado Señor Obispo en la huerta de San Diego, que
servía de recreación y retiro a su persona en determinados tiempos,
dejándoles en ella un espacioso y ameno sitio, una pequeña
ermita dedicada a su titular el año de 1695 y algunas habitaciones
bajas para vivienda de los religiosos y curación de los enfermos,
que todo le tuvo de costo 30,000 pesos, y ocurriendo inmediatamente
a Su Majestad con informe de esta Cabildo y de los prelados
regulares, obtuvo de la real piedad la licencia deseada, condescendiendo
con las ansias de este pastor y las proposiciones que
hizo de facilitar la dotación de seis camas y de contribuir hasta
ta 10,000 pesos para concluir las fábricas que faltaban; y no permitiéndole
su aniquilada renta y poco tiempo que vivió después se
pudiese extender a más, se verificó acabados sus días, lo que antevió
años antes y dejó escrito en una de las dos tablas que colocó en el
antiguo hospicio y hasta hoy permanecen en la sacristía del nuevo
templo, cuyo tenor trasladaré aquí:
HUIC BASILICAE ADJUNCTUM EST HOSPITIUM PIUM UT PAUPERES VALETUDINARII, E NOSCSMIO DIMISSI, IN EO POSSINIT CONVALESCERE ET REPARARI. CENSUM NON RELIQUIT FUNDATOR QUIA NON HABUIT. DOMINUS PROVIDEAT VIRUM PIUM ET MISERICORDEM, ET IN HUNC ANIMUM INDUCAT. AMEN.
Proveyó pues el Señor un varón piadoso y rico que perfeccionase
con su caudal la expresada obra, tomándola a su cargo el
Alférez Juan Francisco Carvallo, mercader vecino de esta ciudad,
quien habiendo en su vida finalizado el primer claustro y casi dado
el último complemento a la iglesia, murió el año de 1718, y con el
remanente de sus cuantiosos bienes se adelantaron las enfermerías,
que hoy están concluidas enteramente, y son de tan buen
orden de arquitectura en lo material, como en lo sustancial de la
asistencia de los convalecientes. Goza el mejor y más exacto régimen,
tocándose muy uniforme en sus salas la distribución de los
lechos, la limpieza de la ropa, la buena calidad de los alimentos, y
mejor que todo, el gobierno y perfecta dieta de los dolientes; de
modo que aunque aborrezco encarecimiento y resisto comparaciones
porque son odiosas, me es preciso decir, estando a las noticias
de personas veraces e indiferentes, ser este hospital uno de
los mejores que tiene la congregación belemítica en todas las Indias.
La hermosura, claridad y extensión del primer claustro, el
primor y ornato de su sala de recibo y hospedería, la capacidad y
distribución de sus interiores oficinas y lo deleitable de su huerta,
tiene mucha correspondencia y ajustada simetría con todo lo demás
magnífico y lustroso de esta peregrina casa. Su templo es un
crucero de bóveda bien proporcionado en sus tamaños, cuya puerta
principal y extendido atrio cae al oriente. Está adornada aquella
de estatuas de piedra y efigies de santos; el interior ornato de
sus altares, de su coro y sacristía es de mucha estimación, valor y
lucimiento.
Tiene esta hospitalidad veinte y dos religiosos, el uno presbítero,
y aunque pocos en número, obran como muchos en el servicio
y consuelo de sus enfermos y en otros empleos de devoción conforme
a su regla, que observan en su primitivo vigor, esmerándose
bastante en la escuela que tienen para los niños, a quienes instruyen
en los rudimentos de la fe y enseñan a leer, escribir y contar
con el más exacto cuidado y sin interés alguno, ni distinguir para
la solicitud de su aprovechamiento los ricos de los pobres ni los
nobles de los plebeyos, porque es para todos igual su desvelo y
atención.
El hospital de San Lázaro está extramuros de esta ciudad
distante de ella como un cuarto de legua, cerca del mar en la costa
del norte y la banda del poniente. Parece se señaló este sitio con
prudente reflexión porque siendo la brisa el viento general que
reina aquí corrieran los hábitos o efluvios para el mar y no hacia la
población.
El año de 1681 hizo Pedro Alegre, vecino de esta ciudad, donación
de una estancia y de algunas alhajas y ornamentos para ayuda
de fabricar hospital a los lazarinos y para el servicio de la iglesia
o capilla que se construyese a los contagiados de tal achaque;
y desde entonces se empezó a promover esta importantísima obra.
Se dilató la licencia del Rey hasta el año de 1714, que por real
despacho fecha en el Pardo a 9 de junio se dignó aprobar la fundación
y se le fueron aplicando algunos arbitrios con que se pudiesen
mantener y vivir separados los infectos de este mal, cediendo a su
beneficio el Ayuntamiento de esta ciudad, propenso siempre al
establecimiento y alivios de este hospital, el producto del arrendamiento
de los corrales de recoger ganado vacuno que tenía en el
pueblo de Guanabacoa, que hasta ahora disfruta y después le donó
la propiedad del terreno de una huerta que en precario había concedido
al Doctor Teneza.
Gobernando esta plaza el Marqués de Casa-Torres, acaloró la
edificación del templo y de algunos cuartos para vivienda, y después
se le han aumentado algunas fábricas y rentas, siendo la más
gruesa la de 18,000 pesos de principal que de sus bienes mandó
imponer a censo el Excelentísimo Señor Don Dionisio Martínez
de la Vega, Gobernador que fue de esta plaza, dejándole este perpetuo
monumento de su piadosa inclinación; pero aún no tiene el
régimen y perfección que se desea y necesita para que esté con la
debida comodidad y separación que es justo tenga; pues aunque el
año de 1753 se aprobaron por el Rey Nuestro Señor los arbitrios
propuestos para su fábrica por el Gobernador y el ofrecimiento
que hizo el Ilustre Cabildo, y en consecuencia de su real voluntad
manifiestamente inclinada a fomentar y favorecer este lazareto,
habiendo tenido efecto aquellos, se tomó la providencia de principiar
la fábrica del nuevo hospital algo apartado del antiguo y a
mayor distancia de esta ciudad, no ha tenido la obra el adelantamiento
que se creía y esperaba. Habiéndose consumido el caudal
que produjeron las dos escribanías beneficiadas y las limosnas y
otras contribuciones de vecindario, quedando sólo subsistente a
su favor la renta que de los cuatro mil pesos de sus propios se
obligó a imponer el Ayuntamiento, que ya tiene casi satisfecha, en
cuyo estado parece indispensable se apliquen otros medios para
que tenga el deseado fin una obra de la mayor recomendación.
La iglesia que tienen es proporcionada para que oigan misa,
confiesen y comulguen los dolientes, y para que se sepulten en
ella los que mueren en el hospital. Su capellán perpetuo es clérigo
secular, corriendo todo lo demás de su gobierno temporal a cargo
de un mayordomo o mampostor que nombran los gobernadores
de esta plaza como vice-patronos.
1. Se refiere al obispo Diego Evelino de Compostela.
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