CAPÍTULO XXXIX
DEL COLEGIO DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS Y DE LOS DE SAN AMBROSIO Y SAN FRANCISCO DE SALES
De los tres colegios fundados hasta ahora en esta ciudad, es el
de la Compañía de Jesús el novissimus primus, quiero decir, el
primero en la previsión y el deseo, y el último en la ejecución o
establecimiento, conforme a aquel axioma filosófico: quid prius
est in intentione, posterius est in executione. La primera residencia
que tuvo en estas partes la apostólica milicia del grande
Ignacio, cuando pasó a la conquista espiritual de algunas provincias
de este Nuevo Mundo, con las armas de su doctrina y buenos
ejemplos, fue (como escribe un grave cronista de esta familia)
nuestra feliz Habana primera en esta circunstancia, y sin segunda
en el ansia y solicitud de que se radicase en esta población,
manifestándose tan inclinada desde sus principios a los Padres
Jesuitas, que cuando arribaron náufragos o perdidos a este puerto
aquellos santos varones que después murieron invictos mártires
en el Brasil, hallaron extremos de veneración y benevolencia
en sus moradores, los cuales mostraron en la comunidad del hospedaje
y profusión de los regalos, no sólo el generoso carácter de
sus ánimos, sí también su devota propensión al instituto, repitiendo
muchas pruebas de ella con las continuas instancias y ofertas
que hicieron para la fundación de este Colegio, con tan constante
tesón, que como confesó una Ilustrísima Mitra, le hizo derramar
muchas lágrimas de espiritual consuelo, que suelen ser mudas
expresiones del gozo del alma ver cómo solicitaba el fervor de
unos seculares lo que era y debía ser empeño más propio de los
eclesiásticos.
Desde el año de 1656 se trató y ocurrió por el Regimiento de
esta ciudad al Rey Nuestro Señor a impetrar la facultad necesaria
para que se fundase en ella Colegio, cuya súplica se denegó por
Su Majestad; y al año siguiente de 1658, habiendo venido de la
Nueva España el Padre Andrés de Rada a promover y practicar
nuevas diligencias al propio deseado fin, se volvió a insistir en la
pretensión, ofreciendo los vecinos 14,000 pesos, fuera de algunos
materiales para la fábrica y territorio para corral de ganado o
ingenio de azúcar. Escribiose sobre el asunto a Su Majestad y al
Reverendísimo Padre Prepósito general de la Compañía; pero no
tuvo efecto por entonces, ni se logró tampoco después en el año de
1682, que con nuevo informe y más cuantioso ofrecimiento se volvió
a reiterar la súplica, a que dio mayor vigor después la celosa
cuanto eficaz actividad del Señor Evelino, quien a más de haber
comprado sitio en que labró ermita de San Ignacio, destinándola
para el Colegio, se obligó a dar 10,000 pesos, sin que bastase esto a
facilitarla, sirviendo cada negativa de un nuevo estímulo para la
pretensión.
El año de 1704 los Padres Francisco Díaz Pimienta y Andrés
Recino, naturales de esta ciudad, y el de 1713 los Padres José de
Arjo y Fernando Reinoso, agenciaron vivamente el negocio; pero
ni los unos ni los otros consiguieron ver vencidas las dificultades
que lo impedían, hasta que Don Gregorio Díaz, presbítero, natural
de esta ciudad, estipuló darles 40,000 pesos en unas pingües haciendas
que tenía por bienes suyos, con cuya donación se allanaron
los antiguos embarazos y el Rey expidió en Lerma, a los 19 de
diciembre de 1721, la licencia precisa para la fundación, a tiempo
que estaban ya en esta ciudad los Padres José de Castro Cid y
Jerónimo de Varaona, personas de virtud y letras.
No se efectuó desde luego la plantificación del Colegio, porque
hasta el de 1724 hubo sobre la elección del sitio alguna perplejidad
en los pareceres, resolviéndose al fin por más conveniente tomar
el que les había preparado tantos años antes el Ilustrísimo Evelino,
en el paraje y ermita enunciada de San Ignacio, que está en la
plazuela de la Ciénaga y casi fronteriza por las espaldas a la boca
del puerto. Fabricose una iglesia con las puertas al sur, para que
sirviese interinamente a sus funciones, hasta que con más fondos
se pudiese emprender otra más grande y se fuesen haciendo de
más terreno, por no tener el suficiente para la fábrica y precisa
extensión de un buen colegio, el que ya está muy adelantado en
sus viviendas y en la construcción de la iglesia, obra que fenecida,
sin embargo de la irregularidad del territorio, quedará muy sólida,
hermosa y bien proporcionada.
Tiene ahora nueve o diez padres presbíteros y tres coadjutores.
Es patrón del Colegio el castísimo Patriarca San José, y
está fundada en su iglesia la congregación de la buena muerte,
con cuyos ejercicios y otros de grande utilidad corresponden
los padres jesuitas, con crecidas ventajas, a este vecindario, lo
mucho que desearon y pretendieron su fundación, enseñando
no solamente en sus clases Latinidad, Artes y Teología con el
conato que se experimenta en todos sus colegios, pero dando
también a pequeños y grandes las mejores instrucciones para
la salud de sus almas, como el más propio y principal empleo
de su instituto.
El Colegio titulado del Señor San Ambrosio, lo eligió el Ilustrísimo
Evelino el año de 1689 o el antecedente, para la educación
o enseñanza de doce niños, que sirviendo en el altar y coro de la
Parroquial mayor, se impusiesen desde su tierna edad en los ritos
y ceremonias de los divinos oficios, y tomando el estado clerical,
fuesen más aptos e idóneos para los ministerios de la Iglesia, a
cuyo fin los proveyó de un preceptor de gramática y un maestro
de canto, dándoles también rector que los dirigiese y disciplinase
en todo lo demás que es concerniente a la honestidad de las costumbres
y corrección de los deslices pueriles; obra muy importante
y de que tuvo real aprobación, como consta de una cédula
expedida en 9 de junio de 1692.
El hábito que visten y usan los colegiales es sotana parda de
lana, con beca colorada de lo mismo, y traen bonete. Para la subsistencia
de ellos y salarios del rector y maestros, fundó el caudal
que juzgó preciso, situando la casa en las cercanías de la Parroquial,
y tan contigua a la episcopal que no la dividía más que una pared,
para influir más inmediatamente en su buena crianza, a cuyo fin
hizo abrir puerta interior por donde podía más fácilmente celar
sus ocupaciones; digno y admirable cuidado de aquel Pastor, que
entre tantos como tenía, diese lugar al de la instrucción y disciplina
de estos infantes.
Por los años de 1605 y siguientes tuvo establecido en esta ciudad
el Maestro Don Fray Juan de las Cabezas, en virtud de lo
dispuesto por el Santo Concilio de Trento, un Colegio como el
antedicho, a que sufragó con los auxilios que pudo arbitrar el Ayuntamiento
y vecindario; pero no subsistió su erección después que
fue promovido de este Obispado, porque parece no pudo dotarlo
de alguna renta capaz de mantenerse en lo sucesivo una obra tan
útil como recomendada.
El Colegio de las niñas, dedicado al Apóstol de Chablais, San
Francisco de Sales, está al lado del palacio o casa episcopal; fundolo
el mismo venerable prelado, con poca diferencia de tiempo al en
que hizo la erección del antecedente, según se percibe del real
despacho citado arriba y de otro de 5 de junio de 1690, a fin de que
en él se criasen y mantuviesen algunas doncellas huérfanas y
pobres, que por falta de sus padres y de caudal para sustentarse
vivían más expuestas a los peligros del mundo y fragilidades de la
naturaleza y sexo, dejando perpetuado este honroso asilo a las
que deseasen vivir honestamente recogidas y no públicamente
infamadas o distraídas. Tienen su maestra o madre que cuida y
cela las ocupaciones de las colegialas, y se maneja por torno y
rejas como cualquiera monasterio muy regular, entrando sólo a
decirles misa en su capilla interior un sacerdote que está asignado
para esto y para otros fines de su consuelo y dirección espiritual.
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