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CAPÍTULO XXXVII

DEL MONASTERIO DE RELIGIOSAS DE
SANTA CLARA FUNDADO EN ESTA
CIUDAD

 

De los tres monasterios de religiosas fundados en esta ciudad, es el más antiguo el de la Seráfica Virgen Santa Clara, titulado el Santísimo Sacramento, y no la Purísima Concepción, como supone el Maestro Gil González. Profesan la regla modificada por el Sumo Pontífice Urbano IV. Considerando la prudente atención del Gobernador Don Pedro de Valdés lo mucho que se iba adelantando la población de esta ciudad y que algunos vecinos de distinción no podían dar estado a sus hijas porque para el del matrimonio les faltaba caudal competente con que dotarlas, y para el de religión no había erigido hasta entonces ningún monasterio de monjas, propuso en el Ayuntamiento se tratase con los vecinos principales, en cabildo abierto, esta especie tan digna de conferirse entre todos, a fin de que se proporcionasen medios de establecer un convento de religiosas, por lo que eran tan interesados en su logro.

Ejecutóse como correspondía a una representación tan autorizada y favorable, juntándose en la Parroquial mayor el día 6 de abril de 1603 todos los vecinos de esta ciudad, los cuales se conformaron gustosos con el dictamen del Gobernador; y aunque no consta que inmediatamente se hiciesen las diligencias para ocurrir a la Corte, tengo por sin duda que muy poco después se empezó a solicitar con grande esfuerzo el permiso para la fundación del monasterio, así por lo mucho que convenía para la mejor educación y enseñanza de algunas niñas, como para que tomasen estado en él las doncellas virtuosas y nobles que no se inclinasen al del matrimonio.

Habiéndose extinguido algunos años más adelante un devoto beaterio de teresas franciscas que florecía en esta ciudad con conocido ejemplo de virtud, por muerte de su principal promotora Magdalena de Jesús, que lo había fundado, según conjeturas, en aquellos contornos en donde ahora está el Hospital de San Juan de Dios, y parece que subsistió hasta el año de 1627, viniendo por su falta, y quizás también de los socorros temporales, a tal decadencia que se tuvo por bien demoler la capilla y enajenar las casas en que moraban, y consta las compró Don Pedro de Armenteros y Guzmán, por lo que se hizo forzoso proporcionar otro nuevo y más formal recogimiento para el sexo devoto, y practicar más eficaces instancias sobre la materia.

Consiguiose la real licencia en 20 de diciembre de 1632, y el de 1635 se eligió y asignó el sitio para el monasterio; pero hasta el de 1644 no llegaron a este puerto, las fundadoras que fueron cinco, siendo la principal Sor Doña Catalina de Mendoza, que había fundado el de Cartagena de Indias el año de 1617, de donde pasó a esta ciudad con tan santo motivo. Era religiosa, según un autor, de espíritu primitivo, y las compañeras muy a medida de su virtud y celo: sus nombres eran Ángela de Jesús María, Vicaria; Isabel de San Juan Bautista, Maestra de Novicias; Antonia de la Encarnación, Tornera; y Luisa de San Vicente, Portera. Recibiéronlas con el cariño y urbanidad a que eran acreedoras unas siervas de Dios y esposas de Jesucristo, que por su amor y por la propagación de su instituto y consuelo de esta república habían abandonado el sosiego de sus claustros, y expuéstose a los peligros de la navegación, que sólo puede contarlos el que llega a padecerlos, no esquivándose a su cortejo ninguna de las matronas nobles y principales de esta ciudad, como se expresa en la relación manuscrita que se conserva en el archivo del monasterio.

Tomaron posesión desde luego del sitio y viviendas destinadas para convento y habitación, para cuya fábrica contribuyeron los vecinos con 12,366 pesos, fincando para dotes de las primeras monjas 37,919 ducados. Quedó sujeto (sin embargo de la condición expresa de la real cédula) por elección de las fundadoras y gusto de los ciudadanos a la dirección y gobierno de la orden seráfica, a cuyo Prelado Provincial dieron la abadía el día 12 de diciembre del prevenido año de 1644, lo que originó un pesado y ruidoso pleito con el Ordinario, Sede vacante, que pretendió quedasen subordinados a su jurisdicción conforme al tenor del rescripto. Intento que no produjo otro efecto que el estrépito y alboroto de la controversia, que llegó a los términos y últimas demostraciones de la severidad del brazo eclesiástico y su poder.

Está plantificado este gran convento en el medio o corazón de la ciudad, corriendo el templo de norte a sur, con dos puertas al costado que cae al este; es de un solo cañón o nave no muy mediana; tiene coro alto y bajo, aquel con dos tribunas colaterales y tres ventanas enrejadas hacia el primer claustro. Ocupan los tres de que se compone, con el dormitorio, enfermería y huerta, un terreno muy espacioso, pero muy necesario a la muchedumbre de religiosas, seglares y esclavas que en él habitan. El número fijo de las primeras es el de 100, aunque a veces excede; todas de velo negro, que con las demás personas de la segunda y tercera clase pasan de 250.

Aunque la austeridad de este monasterio no es tanta como la que se observa en los otros dos de que hablaré, ya sea por la mitigación de la regla o ya por la mayor copia de individuos que en él se encierra, y pide más comunicación y correspondencia con lo seglar, es cierto comprende mucha virtud y perfección religiosa, viviendo algunas, y aun las más, muy desasidas e independientes de lo mundano; y todas muy esmeradas en el culto de su celestial esposo, tributándole alabanzas en el coro y dedicándole adornos muy preciosos para el altar.

La dote que necesitan para su recepción y entrada las monjas es de dos mil ducados cada una, conforme a lo dispuesto y ordenado por Su Majestad en 20 de diciembre de 1632, sobre que habiendo querido hacer novedad el Prelado general de la religión, o un comisario suyo en esta Provincia, tuvo la repulsa correspondiente. El fondo principal de su renta es hoy la cantidad de 550,000 pesos, que a rédito de un 5 por ciento, que es a como corren aquí los censos, monta su ingreso anual 27,500 pesos. Casi frontero a la sacristía está el hospicio de los dos religiosos de la observancia que se destinan para la asistencia del monasterio, sirviéndoles de sacristán un tercero de hábito exterior o un lego de la orden.

Entre las religiosas que de este convento pasaron a fundar el de las catalinas (de quien he de tratar inmediatamente) fue la principal la venerable madre y ejemplar Sor María de la Ascensión de Soto, de cuyas virtudes dio algunas noticias su padre espiritual ritual y gravísimo director el Reverendo Padre Fray José Bullones, en la declamación que hizo en sus honras el día 23 de julio del año de 1713, y después se imprimió en la Puebla; de donde solamente copiaré que, acordándole al tiempo de morir el misterio que celebraba la Iglesia aquel día, que era el de la admirable Ascensión de Nuestro Redentor, cuyo nombre había tomado en su profesión, entonó con gran regocijo: Ascendo ad Patrem meum, et Patrem vestrum. Alleluja, alleluja, entregando así gustosa su espíritu en manos de su amado esposo: cisne no menos cano por su pureza y edad, que canoso por el gorgeo último de su dichosa vida.

Estando esta obra en los borradores, murió en el expresado monasterio la Reverenda Madre Emerenciana de Santa Clara de la Paz, religiosa de tan varonil y vigoroso espíritu en su mortificación y austeridad, que habiéndose encargado la oración fúnebre de las exequias que le hizo su convento al Reverendo Padre Felipe Pita, lector ya jubilado de la regular observancia de Nuestro Padre San Francisco, la predicó el Pablo de las mujeres, habiendo un delicado cotejo entre este segundo apóstol y la venerable difunta, de quien, entre otras especiales circunstancias, refirió el estupendo favor que mereció de su esposo en disponer que, estando privada de la vista corporal enteramente, no padeciese este impedimento al adorar y recibir la hostia consagrada, siendo lince de este divino sacramento la que era topo para todo lo demás del mundo.


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