CAPÍTULO XXVII
DE LA REAL Y PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE SAN JERÓNIMO, FUNDADA EN ESTA CIUDAD
La insigne Universidad del Máximo Doctor y Cardenal de Belén,
erigida en el Convento de Predicadores de esta ciudad, nuevo
liceo americano con que la esclarecida religión dominica ha añadido
al imperio de las ciencias esta nueva colonia literaria y al antiguo
crédito de sus escuelas un reciente, no menos que admirable esplendor,
costó en algunos años de pretensión largos siglos de deseos
a esta sacratísima familia, como a esta nobilísima ciudad, pues
desde el año de 1670 que el Maestre Fray Diego Romero, Provincial
de la provincia de Santa Cruz, hallándose en la Habana, promovió
esta lustrosa y útil idea, empeñando a su Ilustre Ayuntamiento
para que pidiese al Rey que a imitación de la fundada en la Isla
Española se estableciese otra en esta ciudad, no tuvo efecto ésta
hasta después de muchos años. Había experimentado el Cabildo las
costosas y dilatadas peregrinaciones a que se veían obligados los
floridos ingenios de este país para conseguir en las célebres academias
de Salamanca, Alcalá y México las ínfulas y grados correspondientes
a su habilidad y aplicación, y deseoso de que sin mudar
de región tuviesen una esfera en que lograr el lauro de sus desvelos
y lucir el aprovechamiento de sus estudios, cooperó gustoso con
sus informes, el año de 1688, coadyuvando con los oficios de los
religiosos, a cuyo infatigable tesón se debió el que la Santidad de
Inocencio XIII, por su bula expedida el 12 de septiembre de 17211,
les confiriese autoridad de erigir Universidad en su Convento y dar
grados en todas las facultades que en él se leían y enseñaban, conforme
a los privilegios de la que goza la misma orden en la isla y
ciudad de Santo Domingo, lo que se puso en práctica mediante el
pase del Real Supremo Consejo de Indias en 5 de enero de 1728, con
universal aplauso y gusto de todo este vecindario.
En 3 de septiembre del referido año de 1728 se sirvió Su Majestad
aprobarla y mandar se encomendase la regencia de sus cátedras
a maestros consumadamente doctor, y que se arreglasen
sus derechos a los establecidos en la de la Española, por cuyos
estatutos se debía gobernar uniformemente; pero no habiéndose
hallado ejemplar de ellos, ordenó Su Majestad, por cédula de 14
de marzo de 1732, se formasen por los doctores y maestros de su
Claustro los que fuesen convenientes para su mejor régimen; lo
cual se ejecutó con aprobación del Gobernador y Capitán General
de esta ciudad en 22 de diciembre del citado año.
Remitidos puntualmente al Consejo, fueron confirmados por
real despacho de 27 de junio de 1734, en el que se le concedieron las
mismas prerrogativas y gracias que a la de Alcalá y demás de los
reinos de Castilla, merced que se solemnizó con festivo aparato y
pomposas demostraciones de júbilo y reconocimiento, de que se
formó un curioso y erudito libro por el Doctor Don José Manuel
Mayorga, cuyo título es: La Habana exaltada, y la Sabiduría
aplaudida, obra que sólo ha tenido la falta de Mecenas, y por eso
la desgracia de no haber salido a la luz para crédito de su autor y
lustre de la patria.
Dignose también Su Majestad de señalarle blasón de armas
para que lo usase en sus sellos e insignias, y pusiese en los demás
lugares que se acostumbra. Compónese de un escudo ovalado,
partido en tres cuarteles; en los dos superiores, el de la derecha
tiene en campo rojo la figura del Agnus Dei, puesta sobre un libro,
alusiva a la iglesia de San Juan de Letrán, que es el título de la de
Predicadores de esta ciudad: en el de la izquierda, en campo azul,
está la figura de un can o mastín con una hacha encendida en la
boca, y en la llama un mundo y sobre éste una estrella de oro, que
simboliza al Convento Dominicano en que está erigida; en el último
e inferior, entre lejos de nubes y peñas, está una imagen penitente
de su sagrado patrono con el león a los pies: sobre el escudo
tiene corona real, y por orla esta letra: Acad. S. Hier. Conv. S.
Joan. Later. Ord. Prædic. Haban.
El Rector, Vice-Rector, Consiliarios y Secretario son por Estatutos
anexos siempre y electivos en religiosos del mismo orden,
graduados en la Universidad todos, a excepción del último que lo
puede ser cualquier presbítero. El oficio de Rector se elige anualmente
por pluralidad de votos el día 7 de septiembre, y el 9 del
mismo mes los de Vice-Rector, Consiliarios, Tesorero, Comisarios,
Fiscal, Maestro de Ceremonias y Secretario, siendo los cinco
antepenúltimos del común de los doctores.
El número de las Cátedras que al presente se leen en esta
Universidad son, una de Filosofía y tres de Teología que regentean
religiosos de la Orden; la del Texto de Aristóteles, la del Maestro
de las Sentencias; tres de Leyes, de Prima, Vísperas e Instituta;
dos de Cánones, de Prima y de Vísperas; cuatro de Medicina,
Prima, Vísperas, Anatomía y la del Método medendi, y dos de
Matemáticas. Aunque no tienen hasta ahora dotación ni congrua
ninguna, se leen y asisten con esmero y aplicación, siendo muy
frecuentes las conferencias, actos y quodlibetos en que manifiestan
los catedráticos su literatura y los discípulos su aprovechamiento,
admirándose en los tempranos despuntes de unos y de
otros aquellas sublimes y anticipadas luces de entendimiento que
celebró la elegancia del Conde de la Granja en los ingenios peruanos
y de que gozan los de este país, adelantándose en ellos la razón
a la edad, pues aun en lo más florido de los años son muy provectos
en las ciencias: ejemplo que bastaría, cuando faltasen otros en las
Indias, para desmentir el concepto o desvanecer el error del Deán
de Alicante que, dormitando como Homero, estampó en una de
sus epístolas latinas. Pues no sólo nos hizo el poco favor de persuadirse
que en estas partes no había maestros para enseñar,
pero añadió la injuria de decir que no había tampoco quien desease
saber; hipérbole con que quiso encantarnos con los brutos, y degenerarnos
de hombres, cuando según axioma filosófico: Omnis
homo naturaliter seire appetit. Lastimosa ceguedad de un varón
tan autorizado como instruido, el no haber encontrado, en tantos
escritos como corren, noticia de las muchas escuelas que hay en
estas regiones y sujetos insignes con que han ilustrado la república
de las letras, para no haber ofendido la verdad, agraviando su
estimación y el crédito de los indianos.
Pero por más que se pretenda deslucir la habilidad de éstos o
hacer creer la ninguna aplicación a las letras que hay en estas
partes, bastan acreditar lo contrario las famosas universidades,
insignes colegios y célebres ingenios que gozan estas regiones e
ilustran estos países, sobrándonos los testimonios que podíamos
alegar, cuando sólo en el nuestro, que es de los más ceñidos, hay
personas que enseñen e individuos que aprendan, como se verifica
en la copia, de oyentes y multitud de cursantes que ocurren de
toda la Isla a las aulas de esta Universidad, sin otro objeto que el
de saber por sólo saber.
No es tan único en este sentir el citado Martí, que le falten aún
muchos secuaces y partidarios, y aunque pudiera servirle de consuelo
a los ingenios de estas provincias el que padezcan no muy
desigual concepto los españoles en la aprensión de otras naciones
europeas, que decantan su poco adelantamiento en las artes y
ciencias, atribuyéndose cada una a sí la entera posesión de las
bellas letras y las conocidas ventajas en la cultura de todas sus
facultades, no son ni los juzgo tan vulgares o tan necios que les
temple el dolor de su propia injuria el ver lo que experimentan sin
justicia aquellos que la motivan, y más tocándoles tan de lleno la
común ofensa de la nación castellana de quien no le distingue otra
cosa que el clima, siendo el nuestro tan benigno y admirable para
la producción de útiles y nobles ingenios, capaces de aplicarse a
los estudios y de cultivar las ciencias, como lo celebró muy delicadamente
un poeta italiano que, observando en el oro y plata de sus
minerales la abundante riqueza de sus montes, grabó en elogio de
sus naturales este agudísimo epígrafe:
Si hoc in montibus,
Quid in mentibus?
¡Tanto debemos a este extrangero!
¡Tanto a algunos de nuestros españoles!
Sin embargo de esto, y de hallarse en las primeras fajas o
arrullos de su reciente cuna, se ve condecorada con la gloria y
honor que le han merecido los dignos ascensos de algunos de sus
alumnos, los que teniendo tanto lugar en sus anales y ocupándolo
ya copiados en su Sala, no puedo omitir darles el que merecen en
esta obra, colocándoles por su antigüedad y no por la preeminencia
o categoría de sus dignidades.
Doctor Don José Manuel Sotilloverde, Teniente de Gobernador
y Auditor de Guerra de esta plaza, Oidor de la Real Audiencia
de Santo Domingo.
Doctor Don Sebastián Calvo de la Puerta, natural de esta ciudad,
Catedrático propietario de Instituta en esta Universidad,
Oidor de la audiencia de Guadalajara, Alcalde del Crimen actual
en la de México.
Doctor Don Pedro Ponce Carrasco, Cura beneficiado de las
parroquiales de esta ciudad, Provisor y Vicario general en ella,
Obispo titular de Aramite y auxiliar del de Cuba: murió obispo de
Quito, a donde fue promovido.
Doctor Don José Nicolás de Fleytas, Catedrático de Teología
moral en la Parroquial mayor de esta ciudad, Canónigo magistral
de la Santa Iglesia de Cuba, y Comisario subdelegado de la Santa
Cruzada en ella, y asimismo su Provisor y Vicario general.
Doctor Don Bernardo de Urrutia y Matos, natural de esta
ciudad, Catedrático de Prima de Leyes en esta Universidad, Oidor
honorario y después electo con ejercicio y del número de la Real
Audiencia de Santo Domingo, Juez de bienes de difuntos en esta
ciudad.
Ilustrísimo Señor Don Pedro Agustín Morell de Santa Cruz,
dignísimo Obispo de esta Isla, del Consejo de Su Majestad recibió
en esta Universidad el grado de Doctor en virtud de la real cédula
en que Su Majestad le aprobó esa determinación, para que sirviese
su ejemplo de estímulo a otros. Después de escrito esto hay
otros muchos doctores promovidos a dignidades eclesiásticas y
seculares.
Fórmase hoy el Claustro de esta Universidad de más de 60
DD. y MM. en todas las Facultades, sin otros que de su Cuerpo
están repartidos y ocupados en la Isla en varios ejercicios eclesiásticos
y políticos. Los grados se confieren con grande ostentación
y pompa, por lo general usando el Claustro en las funciones
públicas de mazas de plata y de bancos cubiertos, su Rector usa
de silla y sitial con almohada en los actos de escuela, y se le da el
tratamiento de Señoría Reverendísima por escrito y de palabra;
de suerte que en la seriedad y aparato no tiene que emular a
ninguna de las más autorizadas y antiguas de estos Reinos, aun
siendo la más pobre por falta de dotaciones, de que carece hasta el
presente; pero la liberalidad de sus doctores, con la cesión voluntaria
de propinas, ocurre muchas veces a los gastos ordinarios y
extraordinarios de su precisa decencia, y para la extensión y manutención
de sus privilegios, entre los cuales goza algunos particulares
que le ha dispensado la real benignidad.
1. Reproducción de la Bula Papal
En el cónclave que siguió a la muerte de Clemente XI, el cardenal Mihály Frigyes Althan, del título de S. Sabina y arzobispo de Vác, Hungría, presentó el veto del emperador Carlos VI contra la elección del favorito, Fabrizio Paolucci de' Calboli, cardenal obispo de Frascati, por lo que parece que se optó por un papa de transición. El cardenal Conti tenía un gran prestigio, pero también un precario estado de salud. Resultó elegido papa el 8 de mayo de 1721. Manifestó querer ser llamado Inocencio en honor del gran papa Inocencio III (1198-1216), primer sumo pontífice de su familia. Diez días después de su elección fue coronado por el cardenal Benedetto Pamphili, protodiácono de S. Maria in Via Lata.
Inocencio XIII murió en Roma el 7 de marzo de 1724 y fue sepultado en las Grutas Vaticanas.
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