CAPÍTULO II
PROSIGUE LA MATERIA ANTECEDENTE CON ALGUNAS NOTICIAS DE OTRAS PARTICULARIDADES DE LA ISLA
Sobre las apreciables excelencias de esta Isla de Cuba, que
dejo diseñadas en el capítulo antecedente, y que la hacen tan digna
de ser reputada por una de las Hespérides en que fingió la antigüedad
aquellos huertos y árboles que producían manzanas de
oro, añadiré otras no menos considerables, sin tocarlas con aquella
individuación que merecen, por no extenderme más de lo que
juzgo conveniente al método de esta obra y fuerzas de mi pluma;
siendo la primera tratar la multitud y bondad de sus puertos, en
que no sólo excede esta Isla a otras de barlovento, pero a todas las
del orbe. Pues sin contar algunas ensenadas y surgideros cómodos
de menos nombre, y que en otras partes se estimarían por
puertos, tiene innumerables en una y otra costa, las insignes bahías
de Cuba, Guantánamo, Nipe, Jagua, Bahíahonda, Cabañas,
Mariel, la Habana, Sagua y las Nuevitas; de las cuales las más no
tienen semejanza en ambos mundos, y de cada una se pudieran
escribir muchas particularidades, expresando su extensión, seguridad
y fondo. Pero lo omito por excusar prolijidad, y no por el
recelo de que puedan excitar curiosidades extranjeras, como lo
explicó cierto grave autor, para no hacerlo, porque si en aquella
edad fue prudente la precaución, ya en nuestros tiempos parece
ociosa y aun ridícula, pues son más notorias sus circunstancias a
los extraños o enemigos que a los naturales, como se evidencia en
sus mapas, diseños y cuarterones.
A consecuencia de la copia admirable de puertos que goza la
Isla, daré con brevedad alguna noticia de las buenas y abundantes
salinas que también tiene, de cuyo beneficio, como escribe Don
Francisco Orejón, le ha tocado bastante parte, proveyéndola la
naturaleza sin auxilios del arte de un género tan preciso y precioso
para la vida humana, y con tanta prodigalidad que, sin motivar
falta al abastecimiento necesario de sus poblaciones, puede comunicarlo
a otras del continente americano: como lo hace en ocasiones
al reino de la Nueva España, en donde es más apreciable
nuestra sal que la de las provincias de Campeche o Yucatán, por
ser más blanca, más pura y de mejor grano.
Las salinas más principales de la Isla son las de Guantánamo,
en la costa del sur, y la de la Punta de Hicacos en la del norte, que
distará veinticuatro leguas de esta ciudad a barlovento, correspondiendo
en ellas la abundancia y la calidad del grano, no siendo inferior la que se coge en el cayo llamado de Sal; pero éste, aunque muy cercano a nuestra costa, está separado del continente de la
Isla, en que se diferencia de las expresadas.
No debo omitir entre las demás circunstancias de ella que ya
he referido, y he de continuar en este capítulo, hacer alguna memoria
de la naturaleza y costumbres de los indios en ella, sobre
que hablan con uniformidad nuestros cronistas, asentando, sin
discrepancia sustancial, eran de humor pacífico, dóciles y vergonzosos,
muy reverentes con los superiores, de grande habilidad y
aptitud para las instrucciones de la fe, bien dispuestos y
personados, y de graciosa forma y hermosura, y que en la labor y
construcción de sus casas y poblaciones gastaban curiosidad y
policía.
El Padre Torquemada los favorece tanto, que habiendo celebrado
su policía civil y otras generosas propiedades, no dudó decir
parecía en su trato y sinceridad gente de la primera edad del
mundo, o estado de la inocencia. Bien al contrario de lo que se ha
escrito de otras bárbaras o gentílicas de estas mismas partes, y
de las de África; y lo que es más, de algunas gentes de Asia, que es
tenida por la mejor cultura y política, pues en ellas apenas se
conocían rastros de humanidad, ni de virtud moral, teniendo el
engaño y la simulación por crédito de ingenio, como sucede entre
los japoneses, los actos políticos de torpeza por obras laudables
de la misericordia, como se lee de los chinos, el hurto o rapiña que
se hace a los advenedizos por una lícita granjería permitida a los
naturales, como se refiere de ciertas islas asiáticas. Y sobre todo
los sacrificios horribles de sangre humana por estatuto o rito sagrado
de la religión. Errores en que no fueron comprendidos los
naturales de esta isla, quienes dotados de la bella índole que se ha
expresado, y de las demás prendas que se han dicho, acreditan sin
duda la bondad del clima.
No puedo negar que deshicieron las expuestas calidades por
pusilánimes, o demasiadamente inclinados al ocio y descanso, buscando
por remedio contra la indispensable necesidad del trabajo
la última desesperación de ahorcarse, pues afirma el Inca se hallaban
diariamente las casas despobladas de vivientes y llenas de
cadáveres, de que hasta ahora se conservan osarios en algunas
espeluncas o cuevas del contorno, a donde debían también de retirarse
a quitar por sus mismas manos las vidas. Pero al fin como
hombres apasionados o frenéticos, viéndose compelidos a trabajar
más de lo que permitía su flaqueza o habían tenido por costumbre,
los hizo su ceguedad dar en semejante despecho, el que aniquiló,
como diré en otra parte, la muchedumbre de habitadores que poblaban la isla, y de que apenas quedaron algunas pocas
reliquias en Guanabacoa y el Caney.
Réstame todavía que entre tantas estimables circunstancias,
como en lo natural ennoblecen esta isla de Cuba, se haga recuerdo
de otras, que en lo político y cristiano también la ilustran y autorizan,
y hacen manifiesta su dignidad y excelencia sobre las otras;
no siendo la menor de sus prerrogativas el haber sido origen de
muchos descubrimientos y gloriosas conquistas. Porque como
publican todas nuestras historias, fue Cuba el taller donde se
forjaron los grandes armamentos para el reino de Nueva España,
provincias de Yucatán y la Florida, debiendo no sólo a la celosa
actividad y magnánimo corazón de su gobernador y adelantado
Diego Velázquez, sino también al valor y marciales espíritus de
sus principales pobladores, el que con dispendio de sus caudales y
abandono de sus establecimientos en ella solicitasen dilatar la fe
de Cristo y dominio español en este vastísimo imperio, lo que convencen
bien los enunciados cronistas, y son padrón eterno de esta
gloria de Cuba. A que atendiendo Su Majestad en el acaecimiento
del gran incendio que consumió muy a principios la ciudad de
Santiago, ordenó se le diese de su real erario cierta suma para los
reparos, haciendo en el despacho expedido para esta gracia relación
del justificado mérito que tengo referido.
No es posible tampoco pasar en silencio la diversidad de renombres
con que se ha distinguido esta isla, desde su feliz descubrimiento,
pues se le debe dar, entre sus otros honores, mucho
lugar al que le resulta de aquellos. Llamola primero, como hemos
tocado, Juana, Don Cristóbal Colón, en memoria del príncipe de
Castilla, primogénito de los Reyes católicos. Después, queriendo
honrarla más el mismo católico Don Fernando, mandó que se
titulase Fernandina, por alusión a su real nombre, y siendo éste
que le dispensó la regia dignación, tan soberano y augusto, quiso
el cielo fuese también conocida por la Isla de Santiago y del Ave
María, gozando la primera nomenclatura por su patrón, el que lo
es de toda la monarquía española; y la segunda que le adquirió la
entrañada devoción de los indios naturales, aun entre las oscuridades
de sus errores gentílicos, a la Santísima Virgen nuestra
señora, y milagrosas asistencias con que los favorecía esta
piadosísima Madre en varias ocasiones, como refieren más individualmente
algunos escritores.
Por esta causa o razón, aunque no dudo influiría también la del
título de su iglesia católica, discurro que habiéndose determinado
señalar blasón de armas a esta Isla para que lo usase en sus
pendones y sellos, se dispuso el año de 1516 darle un escudo partido por medio, en cuyo superior cuartel estuviese la Asunción de Nuestra Señora con manto azul purpurado y oro, puesta sobre
una luna, con cuatro ángeles en campo de color de cielo con nubes,
y en el inferior la imagen de Santiago en campo verde, con lejos de
peñas y árboles, y encima una F, y una I a la mano derecha, y una C a la izquierda que son las letras iniciales de los nombres de
Fernando, Isabel y Carlos, y a los dos lados un yugo y unas flechas
y bajo de estas figuras colgando del pie del escudo un cordero,
manifestándose que el principal timbre con que se honra y
distingue Cuba es María Santísima señora nuestra.
El cordial afecto y religiosa veneración a esta gran Reina, tan
general en casi todos los originarios de esta Isla, la creerán propaganda
de aquellos sus primitivos naturales, los que más piadosamente
que el maestro Puente quisieron hacernos herederos de
sus virtudes, como él se persuadió que lo seríamos de los vicios
que con tanta generalidad apropió a los habitantes de estas partes.
Pero no siendo un atributo tan sobrenatural como el expresado,
ni influjo de los astros, ni constelación del clima, sino especial
gracia y don de Dios, de quien desciende todo lo bueno y lo perfecto,
es sin duda que sólo a Su Majestad debemos reconocer por
origen y autor de esta felicidad; siendo blasón característico, que
ha dado el cielo a los de esta Isla, la tierna devoción con María
Santísima, pues apenas hay corazón en ella que no le sirva de
templo, ni templo en que no le hayan erigido multiplicados altares
los corazones de los vecinos y naturales de este país todo mariano.
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