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José Martín Félix de Arrate

 

CAPÍTULO I

DEL DESCUBRIMIENTO DE LA ISLA
DE CUBA Y DE SU SITUACIÓN
Y EXCELENTES CALIDADES

 

Entre las varias hermosas y fecundas islas que el grande Palinuro o famoso argonauta Don Cristóbal Colón descubrió en estas partes de occidente, el año de 1492, y le afianzaron con su hallazgo y reconocimiento el deseado logro de aquella admirable empresa, con que quitó a las más heroicas y célebres de la antigüedad la mayoría, ya que no pudo la precedencia, fue la de Cuba, a quien llamó Juana, la primera en que por las noticias de su grandeza y apariencias de más fertilidad hizo internar algunos españoles, acompañados de dos indios, para que buscando en las inmediaciones de la costa pueblos de gentes, les diesen a entender en nombre de los Reyes Católicos el principal motivo de su venida a estas regiones. Pero aunque resultó de las diligencias el haber penetrado hasta un lugar de cincuenta casas y visto otras meno- res en que fueron bien recibidos, trayéndose consigo los enviados tres naturales por quienes se investigasen los de sus habitadores, satisfecho Colón con el informe de la cercanía de nuevas y más ricas tierras, prosiguió su derrota en demanda de la isla más vecina, a quién después tituló la Española.

Separose de Cuba con la incertidumbre de si era o no tierra firme, permaneciendo esta duda hasta que el año de 1494, siendo ya Almirante de las Indias, y volviendo a continuar sus descubri mientos, examinó ser isla, verificándose esto más claramente después que por especial orden del Rey comunicada al Comendador Nicolás de Ovando, gobernador que era entonces de la Española, la bojeó enteramente Sebastián de Ocampo el de 1508, reconociéndola por una y otra costa, y observando las buenas calidades del país, comodidades y excelencias de los muchos puertos y bahías de que gozaba por ambas partes. Examinó entre los mejores y más recomendables por sus circunstancias, aún no bien comprendidas en aquel tiempo, éste de la Habana, a quien nombró puerto de Carenas por haber, como es tradición, facilitado en él la de sus bajeles con el casual hallazgo de un manantial de betún, que suplió la falta de brea y alquitrán con que venía; socorro que por no esperado fue más aplaudido.

Volvió, pues, Ocampo1 a Santo Domingo, y aunque con su llegada se hizo notorio todo lo que había advertido de la feracidad y requisitos de Cuba, no produjo ningún efecto en cuanto a tomar expediente para su población, hasta que el año de 1511, habiendo sucedido en la posesión del almirantazgo de la Indias Don Diego Colón a su padre Don Cristóbal, determinó pasase de la Española a Cuba el capitán Diego Velázquez, con el honroso encargo de reducirla y poblarla, contribuyendo mucho las apreciables prendas del electo para el más fácil y feliz éxito de la jornada, y lograr con la pacificación de los naturales los mejores establecimientos en la Isla; de cuya situación, grandeza y fertilidad, antes de pasar a otra cosa, es preciso hacer digna memoria, tocando algunas noticias históricas, políticas y geográficas que conducen a su mayor lustre y estimación y son muy propias de mi asunto, porque la Habana interesa como parte, y parte tan principal y mejorada cuanto se diga en honor de su todo, que es la Isla, por ser el precioso engaste de esta rica presea de la corona española, y la estimable concha de esta occidental margarita, como la llamó aquel gran apreciador de sus quilates, el discretísimo Orejón.

Está situada la isla de Cuba dentro del trópico de Cancro en la embocadura del Seno Mexicano, al norte de la equinoccial desde los veinte grados de latitud, en que se demarca el cabo de Cruz, hasta los veintitrés y quince minutos, en que cae la bahía de Matanzas; y desde los doscientos ochenta y ocho grados y tres minutos de longitud, en que está el cabo de San Antonio, hasta los trescientos uno y veinte minutos, en que queda la punta de Maisí. Su terreno es fértil y el temperamento es benigno, pues siendo seco y caliente, es más templado y sano que el de Santo Domingo y otras provincias de este nuevo mundo, porque las lluvias y vientos lestes, que comúnmente reinan en ella, hacen menos intensos los calores del verano y estío, y en la estación del invierno, por la frecuencia de los nortes, goza los más días y noches regularmente frías, o cuando menos frescas.

Sobre su longitud, latitud y circunferencia varían considerablemente los autores. El cronista Herrera escribe que desde punta de Maisí, extremo oriental, hasta el cabo de S. Antón, que es el occidental, tiene de largo doscientas treinta leguas, y que su mayor latitud es de cuarenta y cinco, desde cabo de Cruz hasta el puerto de Manatí. Cómputo que sigue Moreri en su diccionario, difiriendo de Herrera en que por lo más angosto le da quince, y aquel le señala doce. Don Sebastián Fernández de Medrano reduce su longitud a doscientas leguas, su mayor latitud a cuarenta y su circunferencia a quinientas sesenta. Pero el maestro Gil González se extiende a doscientas cincuenta de largo, cuarenta y cinco o cincuenta por lo más ancho, doce por lo más angosto, y más de seiscientas de circunferencia. En cuya diversidad de cómputos no puedo establecer sólidamente el más fijo; pero juzgo más conforme y arreglada la longitud que expresa el último, aunque padeció el engaño que los demás en las doce leguas que pone por lo más estrecho. Porque son catorce las que incontrastablemente hay desde Batabanó a la Habana, que es lo más angosto.

Son por la mayor parte sus tierras fructíferas y llanas, pues aunque hay algunas anegadizas o cenagosas en la costa del sur, y se dilatan las serranías desde la punta de Maisí para Cuba como treinta leguas, no faltando otras (aunque no tan altas) en medio de la Isla y en la banda del norte, las que corren hasta el cabo de San Antón, esto es lo menos y aún son útiles para la crianza de ganado.

Los ríos que hacen cómoda y fertilizan esta Isla son ciento cuarenta y ocho. Los veinticinco derraman desde la Habana el cabo de San Antón por la costa del norte; y desde éste al Batabanó, por la del sur, desembocan catorce. Desde este surgidero hasta Jagua2 se numeran siete, que tributan sus aguas a una ciénaga3 de sesenta leguas de largo, derramando a la expresada bahía tres navegables, que han recibido antes el caudal de diez; uno de ellos el de Santa Lucía, con buen salto para el moler, aserrar y llevar agua a la fortaleza que defiende aquel puerto. De Jagua a Trinidad hay catorce ríos, uno de ellos el de Arimao, con riberas y surgideros como el mar.

De Trinidad a Cuba por los territorios de Santo Espíritu, Puerto del Príncipe y Bayamo derraman veintiocho ríos, algunos navegables y de los mayores de la Isla. De Cuba a Punta de Maisí hay veintiuno, y fenecida la costa del sur, volviendo por la parte del norte, se cuentan hasta Baracoa tres, y desde ésta a Holguín veinte. De Holguín a la Guanaja, surgidero del Puerto del Príncipe, tres; y desde ésta al Cayo4, cuatro; y del Cayo a Matanzas otros tantos. Contándose desde este puerto al de la Habana ocho. En todos los cuales hay mucha pesca de lisas, sábalos y manjuaríes, que suben del mar, y de otros diversos regalados peces de agua dulce, como son guabinas, biajacas y gran copia de camarones.

Sus montañas son abundantes de frutas silvestres y ricas, de preciosas maderas, cedros, caobas, robles, granadillos, guayacanes y dagames y otras de grande corpulencia y estimación no sólo muy a propósito para la construcción de bajeles, como se ha experimentado en las fábricas establecidas por el Rey en esta ciudad, sí también muy especiales para otros usos que las han hecho apetecibles en España y en otros países de Europa, prefiriéndolas a las de aquellos reinos, y solicitándolas para las obras más excelentes y maravillosas que la magnificencia de nuestros monarcas ha proyectado y emprendido, como se evidencia de una real cédula de 8 de junio de 1578, en que se encargó al gobernador de esta plaza remitiese palos de diversas menas de las más particulares para el suntuoso edificio del Escorial. Después en estos tiempos se han pedido once mil tablones de caoba para el palacio nuevo que Su Majestad labra en Madrid, de que se ha conducido ya gran porción; pero resta todavía parte de ellas y de otras diferentes encargadas para distinto fin de su real agrado y buen gusto.

De las frutas de Europa o a su similitud, como se dice, únicamente llevan estos territorios uvas, higos negros y blancos, granadas, melones y sandías; pero de las regionales produce muchas exquisitas de excelente sabor. Las piñas, anones, zapotes, mameyes colorados y amarillos, plátanos, papayas, cocos y otras de que hace mención el cronista Oviedo engrandeciendo algunas sobre las más regaladas de otras partes, especialmente la piña, que sobrándole para reina (título con que se ha levantado según escribe un autor) de todas ellas la corona que tiene, solamente le ha faltado para emperatriz de las Indias el que nuestro Máximo Carlos V no la hubiese querido comer. Pues habiéndole presentado una, como refiere el padre Acosta, se contentó con aplaudir su buen olor, y no probar su delicado gusto o diversos sabores, en que parece remeda al maná, como dice el traductor del citado Espectáculo de la naturaleza. Negativa que parecería sin duda desprecio de aquella fruta, y yo juzgo prudentísima circunspección de aquel soberano monarca por no cebar el apetito en una golosina que no podía satisfacerle o saciarle siempre que desease gustarla.

Hay en los campos hermosa variedad de árboles floridos, yerbas y plantas odoríferas, entre las que es muy particular el navaco por su admirable fragancia. Hállanse en ellos muchas aves de canto como son ruiseñores, sinsontes, mariposas, chambergos, azulejos, mallos y negritos, de cuyas diversas especies pidio el Rey al gobernador de esta ciudad se le enviasen en flotas y galeones. Y para la caza, hay palomas torcaces, becacinas, codornices, perdices y diferentes géneros de patos de que se pueblan ríos y lagunas, no faltando pájaros de vistosa y varia plumería, como son los flamencos, guacamayos, cotorras y periquitos, que estos últimos son de distintas especies de papagayos que enseñados a hablar son de mucho aprecio.

Sus tierras de labor, a más del tabaco y cañas dulces, que son las cosechas más largas y de mayor utilidad, producen con abundancia yucas, batata, gengibre, maíz, arroz y algún cacao y café; y después que las cultivan los españoles dan casi todas las verduras y legumbres de Castilla y algunas más excelentes. Sólo del trigo, aunque se siembra y coge en diversos terrenos, son escasas las cosechas, porque aunque rinde bien, le cae la pensión de la aljorra, que a veces desanima a los labradores para no extenderlas. Por lo que me causa extrañeza que un autor tan verídico como el Padre Acosta afirme que en estas islas de barlovento no se cogía el referido, ni el maíz, cuando por lo que toca al primero, así antigua como modernamente se ha visto y toca lo contrario, llevando mucha y buena porción; y por lo que mira al segundo, se disfrutan anualmente dos copiosas cosechas, una que llaman de agua y otra de frío, con admiración del orbe, como lo celebra el grande Solórzano por crédito de la fertilidad de estas regiones.

Ni son menos aptas sus montañas, bosques y sabanas para las crianzas de ganado mayor y menor, especialmente del último, siendo los puercos de esta isla muy ventajosos a los de otras partes. Así lo sintió Don Francisco González del Álamo5, médico natural de esta ciudad, en la respuesta que dio a la consulta de su Ayuntamiento en 1706, la cual corre impresa, y en ella prueba con razones y autoridades que, por su nutrimiento y común pasto la palmiche, que da la palma real, naranjas, guayabas agrias y jovos, es su carne más sana y sabrosa que la de aquellos que se sustentan con maíz y bellota, cuya fruta no falta en algunos criaderos de la Isla y distrito de esta ciudad.

Antes de poblar en aquella los españoles no había más animales cuadrúpedos que las hutías y cierta casta o raza de perros mudos, la cual parece que se ha extinguido, porque de cuantas conocemos ahora ninguna carece de articulación para latir, si no es que de los introducidos de varias partes han tomado o aprendido a ladrar, como se experimentó en los de las Islas de Juan Fernández, según afirma Don Antonio de Ulloa en su relación histórica. Suplíase la falta de carnes con la de las tortugas, que era la frecuente pesca y sustento ordinario de los isleños de ella.

En la riqueza de minerales de metal, aunque no fue tan opulenta como la Española, es cierto que a los principios de su población se sacó mucho oro en distintos parajes de ella, singularmente en los términos de Jagua y cercanías en que se fundó la villa, ya hoy ciudad, de la Santísima Trinidad: a lo que parece aludio la noticia que dieron a Colón los indios, diciendo que en Cubanacán (que es lo mismo en su idioma, que en mitad de la Isla) se daba mucho oro. Y a la verdad hubo año que rindio al Rey seis mil pesos de quinto; pero como se aniquilaron los naturales y se entregaron los pobladores a otras ocupaciones y granjerías, en que se particularizaron los de esta Isla, faltó quien se ejercitase en este servicio.

Y aunque Gómara, Moreri y Medrano escriben que el oro que se cogía en esta Isla era de poca ley, Herrera afirma lo contrario expresando excedía en dulzura y quilates al del Cibao de la Isla de Santo Domingo, lo que confirma aun hoy la experiencia; pues en los de Holguín y del Escambray6 se saca en granos muy acendrado, por las personas que hoy se aplican a este trabajo, lo que hace creer subsisten minas de ese metal en aquellas inmediaciones, de donde arrastra el ímpetu de las lluvias los muchos granos que en ambos ríos se cogen.

Por lo que mira a cobre, no sólo hay los célebres minerales del pueblo de Santiago del Prado7 cercano a la ciudad de Cuba, que a más del que dieron para las fundiciones de artillería que antiguamente se hicieron en aquella y en ésta, se embarcaban y conducían dos mil quintales todos los años para Castilla, como parece de una real cédula fecha en Madrid a siete de marzo del de 1630; pero los hay también en el distrito de la Habana, de que se han remitido a España muchas porciones por cuenta de la Real Hacienda en tiempo que tuvo esta comisión y encargo el contador Don Juan Francisco de Zequeira.

Poco tiempo ha que se encontró en términos de la jurisdicción de esta ciudad una mina de fierro, que labrado para remitir muestra a la corte, se ha reconocido por inteligentes ser de tan buena calidad como el de Vizcaya, y de gran ahorro al real erario si se beneficiase para el preciso consumo de los bajeles que se construyen en este arsenal.

Entre los vegetables de la Isla hay muchedumbre de plantas medicinales, y aunque de las virtudes de algunas, como son el tabaco y la cebadilla, trató cierto médico sevillano en un opúsculo que dio a luz, y el venerable Gregorio López en la obra que escribió, ambos dijeron poco, por ser tantas las que hay y se reconocen y experimentan cada día, que pudiera la curiosidad de los herbolarios y químicos enriquecer la farmacéutica con las noticias de sus salutíferas propiedades. Pero dejando el hablar de todas o las más específicas para la curación de algunas dolencias a los profesores y facultativos, pasaré a lo que juzgo no ser muy impropio ni separado de mi asunto, antes sí muy concerniente a él, dando alguna luz y noticia de los célebres baños de agua caliente de que goza la Isla y esta ciudad en su distrito, siendo bien repetidas y famosas las curaciones de los tocados del humor gálico o mal francés, experimentándose su eficacia con sólo bañarse en ellos y beber su agua, observando en la comida razonable dieta, con lo que se ve todos los días en los aquejados de este achaque perfecta sanidad, recobrando muchos tullidos y baldados el uso y expedición de los miembros y partes impedidas aun al cabo de muchos años y después de diversas curaciones, de que hay innumerables ejemplares, por lo que son continuadas sus aguas anualmente de muchas gentes en el tiempo de seca, que es el más proficuo para tomar estos baños.

De ellos tenemos unos a cuarenta leguas de esta ciudad a la parte de sotavento, que son los del río de San Diego; a cuya orilla brota un ojo de agua que es el más cálido y sulfúreo, y dentro del mismo río brotan otros varios que son los más templados. Los otros están a la banda de barlovento, algo próximos a la costa del sur, distantes como dieciséis leguas de la Habana, en el paraje que llaman el Cuabal, y ambos son frecuentados, sin embargo de lo prolijo de los tránsitos, por el beneficio e interés de la salud, tan justamente preferida a otra cualquiera comodidad, porque ninguna se goza con gusto faltando aquella.

1. Ovando, en el original. M. F.
2. El surgidero es Batabanó, y Jagua la ciudad de Cienfuegos actual. L. R.
3. Ciénaga de Zapata. L. R.
4. El Cayo, nombre popular de la ciudad de Remedios. L. R.
5. Fue el primero que dio aquí cursos de Medicina, antes de erigirse la Universidad (1726) [2ª edición].
6. Sierra que forma parte del sistema montañoso central de Cuba, dentro de los límites de la actual provincia de Santa Clara, L. R.
7. Actual pueblo de El Cobre (provincia de Oriente). L.R.


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