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CAPÍTULO XV

DEL SITIO A QUE FUE TRASLADADA LA
VILLA DE LA HABANA, GRADOS EN QUE
ESTÁ, Y OTRAS NOTICIAS DE ELLA

 

Volviendo a continuar la narración, que interrumpí para evacuar primero cuanto pertenecía a la bondad de nuestro puerto, calidad de sus fortalezas y guarnición de su presidio, asuntos que, teniendo entre sí tanta conexión, no era justo tocarlos separados, comenzaré a referir cuanto mira al sitio o territorio que se escogió para establecer la villa de San Cristóbal, ya hoy ciudad de la Habana. Fue ésta a la parte occidental de la bahía o puerto de Carenas por ser la opuesta de algunas montañas o tierras dobladas, y el expresado de un espacioso, cómodo llano, como se ve, registrándose casi igual toda su planicie con un regular declivio a la marina a donde bajan las aguas en tiempo de lluvias, no muy precipitadas.

El primitivo terreno que empezó a ocupar la población fue según entiendo el más cercano al en que se edificó, y ahora está, la Real Fuerza, la Aduana y la Iglesia matriz, que se ha mantenido sin novedad en aquel paraje y es muy creíble fuese el centro de la villa para que gozara la vecindad su inmediación, la de la bahía y la boca del puerto para reconocer los bajeles que entrasen y que se hiciese más fácilmente el desembarque de sus mercaderías a la orilla del mar y de la población.

Está fundada la Habana en veintitrés grados y diez minutos de altura, aunque Herrera pone uno menos; su temple es cálido y seco, como el de toda la Isla; su cielo claro y alegre, porque los vientos que generalmente reinan en su costa desembarazan de nubes gruesas los horizontes y despejan de celajes la esfera, haciendo más moderados los colores y menos lentas las tempestades de rayos que se experimentan regularmente desde junio a agosto, que es el tiempo en que, con las lluvias, suelen ser repetidos los temores de las centellas, pero no frecuentes los estragos, única pensión con que se gozan los demás beneficios del clima, porque no le asaltan los temblores que a Lima, las inundaciones que a México y Jamaica, los volcanes que a Quito y Guatemala, ni las víboras, ni otros insectos ponzoñosos que al Nuevo Reino;1 pero ello es que no hay región tan benévola, ni puede haberla tan feliz que no deje de desear al gusto de sus habitadores, ni en que no tenga que tolerar el ánimo de sus oriundos.

La experiencia de la benignidad de su temperamento, saludable aun para los forasteros, hizo desde luego apetecible su habitación a los europeos que transitaban por esta ciudad en flotas y galeones, de que era su puerto precisa escala, y así fueron estableciendo su vecindad y aumentando su población personas de ilustre y distinguido nacimiento, de modo que en muy corto tiempo se adelantó a las de toda la Isla en el número y calidad de los vecinos, adquiriéndole las conocidas ventajas de su comercio, y más crecida suma de empleados en el real servicio, mayor copia de indivi duos nobles a su vecindario, materia que pienso tocar en determinado capítulo, no sólo por honor de esta ciudad y de toda la Isla, pero aun de todas las poblaciones de Indias, para desvanecer o combatir un error que trasciende de los vulgares a algunos políticos poco versados en las historias de ellas.

La planta de esta ciudad no es de aquella hermosa y perfecta delineación que según las reglas del arte y estilo moderno contribuye tanto al mejor aspecto y orden de los lugares y desahogo de sus habitantes, porque las calles no son muy anchas ni bien niveladas, principalmente las que corren de norte a sur, que es por donde tiene su longitud la población; pero como casi todas gozan de un mismo ancho, pues ninguna baja de ocho varas, y hay muy pocas cerradas, ni enteramente oblicuas o recodadas, cuando no pueda competir en belleza y regularidad a las modernas, hace conocido exceso a las antiguas en estas circunstancias.

Algunas de sus calles no tienen nombres, pero entre todas la más nombrada es la de Mercaderes, que sale de una de las esquinas de la Plaza Nueva por la parte del norte y termina en la de la parroquial mayor, siendo su extensión de cuatro cuadras, y por una y otra acera están repartidas las tiendas de mercaderías en que se halla lo más precioso de los tejidos de lana, lino, seda, plata y oro y otras brujerías y cosas preciosas del común uso, las que atraen mucho concurso a este paraje, en que siendo lo que se vende por número, peso y medida, es lo que se gasta de pesos sin número ni medida, porque no hay cuenta ni regla en la delicadeza y esplendor del vestuario.

Las cuadras, aunque no tienen un propio tamaño, porque hay algunas más largas que otras, guardan con las fronterizas su debida proporción y la diferencia de longitud y latitud que entre ellas hay se hace menos notable, porque no es muy excesiva. Las mayores serán como de ciento y veinte varas y las menores de noventa a ciento; contiene hasta ahora 341 cuadras en que se numeran hasta tres mil casas, todas las más de teja y cantería, aunque en el extremo de la población al poniente no faltan todavía muchas de paja o guano, como acá decimos; lunares que si no afean la belleza de la ciudad, asustan tal vez, como más expuestas al fuego, la tranquilidad de los moradores. No carece de nobles edificios de competenta altura, extendida capacidad y hermosa disposición, adornados de espaciosos corredores y ventanas labradas y torneadas de ácana que apuesta duraciones con el bronce.

El ámbito o espacio que ocupaba esta población por dentro del recinto antes que se ampliase algo más éste con la nueva muralla que se le formó por la parte del sur y del este, tenía de circunferencia 5,541 varas medidas exactamente por Don Pedro Menéndez, natural de esta ciudad, insigne matemático, las cuales componen una legua completa, y como una novena parte de otra de las usuales en este país, que son conformes a las pequeñas de Castilla; porque si cada una de éstas, según el maestro Flores y otros varios, tiene 3 millas de a 1,000 pasos geométricos, que suman 15,000 pies castellanos, regulando cada uno por una tercia de nuestra vara es indubitable vienen a componer las 5,000 varas una legua de las dichas, de donde resulta claramente tener hoy de circuito la población 3 millas y un tercio de otra, incluyendo la extensión que después de esta medida se le ha dado por la referida causa.

Hay en esta ciudad tres plazas mayores: la de Armas, en que está la Real Fuerza e Iglesia matriz, que es la más antigua y tiene la referida denominación porque en ella se han hecho siempre las revistas y ejercicios de la tropa. Hasta el año de 1753 se conservaba en ella robusta y frondosa la ceiba en que, según tradición, al tiempo de poblarse la Habana se celebró bajo su sombra la primera misa y cabildo, noticia que pretendió perpetuar a la posteridad el Mariscal de Campo Don Francisco Cagigal de la Vega, gobernador de esta plaza, que dispuso levantar en el mismo sitio un padrón de piedra que conserve esta memoria.

Por orden del Rey, siendo gobernador el Teniente General Don Francisco Cagigal de la Vega, sembró el Capitán Don Andrés de Acosta las tres ceibas que se hallan en la circunferencia de la pirámide, que ocupa el lugar de la ceiba antigua, las que condujo de María Ayala, legua y media de esta ciudad.

La segunda plaza es la de San Francisco, a quien sirven de adorno dos fuentes de agua y de igual caudal, pero de distinta fábrica, porque la una, como más nueva, es de más pulido artificio, recibiendo el agua la taza por cinco bocas que derraman cuatro leones y un águila.

En esta plaza, que es casi en el mejor sitio de la ciudad, tiene el Ayuntamiento sus Casas Capitulares, contiguas a la Cárcel pública, y ocupan ambos edificios casi toda la frente de una de las cuadras o isletas que la ciñen por el poniente, quedando las fachadas de uno y otro descubiertas al este, de modo que gozan con desembarazo la vista de la bahía y campaña de la otra banda. Compráronse para labrar dichas casas las que fueron de Juan Bautista de Rojas, el año de 1588, siendo gobernador Gabriel de Luján, y costaron 40,638 reales, como se evidencia de una real cédula en que Su Majestad aprobó la compra; pero no se acabaron de fabricar hasta el de 1633, que era gobernador Don Juan Bitrián de Viamonte, como consta de una inscripción que permanece en su puerta interior, y desde aquel tiempo hasta el de 1718 sirvieron de habitación a sus sucesores, reservando siempre la sala principal para celebrar los cabildos ordinarios y extraordinarios, como se practica también ahora, porque asisten en ella los tenientes del Rey en virtud de real orden con que se confirmó la gracia hecha por acuerdo de este Cabildo al Coronel Don Gaspar Porcel.

Su fábrica es de dos altos, y aunque no de la capacidad y buena arquitectura que corresponde a una ciudad tan ilustre y populosa, es cierto que, habiéndolas reparado el año de 1745 por la ruina que padecieron en el fatal estrago del navío de Su Majestad nombrado el Invencible, acaecido el día 30 de junio de 1741 por el accidente de una centella que cayó en él y, calando el incendio hasta la Santa Bárbara, hizo volar sus aparejos, arboladura y obras muertas, estremeciendo, al reventar el casco, toda esta población, ha quedado lucido y vistoso su frontispicio con los dos órdenes de arcos de piedra que se le formaron a todo su portal, y sirven de adorno y seguridad a las casas. Las que se compraron para Cárcel el año de 1661 eran del Convento de Predicadores, que hizo venta de ellas a los comisarios de la ciudad Alférez Mayor Don Nicolás Castellón, y Tesorero de la Santa Cruzada Don Antonio de Alarcón y Céspedes, regidor.

La tercera plaza es la que llaman Nueva, porque se formó y dispuso el año de 1559, después que las ya referidas.

Tiene en su centro otra fuente, que fue la primera que se labró en esta ciudad, siendo gobernador el Marqués de Casa Torres; es su figura cuadrilonga, porque tiene de largo ciento dieciocho varas, y noventa y una de ancho, está cercada toda la más de portales que sirven al abrigo y comodidad de las vendedoras que hacen en ella el mercado, hallándose desde el romper del día carne de cerdos, aves, legumbres, hortalizas, frutas, pan, casabe y otros muchos géneros de mantenimientos en este paraje, de donde se provee copiosamente el vecindario, sin que de enero a enero se reconozca en él alguna escasez, porque siempre está abastecida de comestibles, y sólo puede envidiar a otros mercados el orden o quizá la variedad, pero no la abundancia.

Tiene, a más de las tres plazas prevenidas, once menores, que forman como atrios a diversos templos, y algunas de bastante capacidad, como son las de Belén y el Santo Cristo del Buen Viaje; en aquella hay una mediana fuente que abastece de agua a toda su vecindad, que, como compuesta la más de gente pobre, no gozan en sus casas la providencia de aljibes, que es tan común en las de este país. A la citada plaza le da un primoroso ornato y alegre aspecto la frente del Hospital de Convalecencia, que está situado en aquel paraje hacia el poniente.

1. El Nuevo Reino de Granada.


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