CAPÍTULO XIV
DEL NÚMERO, CIRCUNSTANCIAS Y SERVICIOS DE LAS MILICIAS DE BLANCOS, PARDOS Y NEGROS DE ESTA CIUDAD
El nervio de fuerzas con que se debe considerar esta plaza
para resistir y oponerse a cualquiera empresa que puedan intentar
sobre ella los enemigos, no consiste únicamente en la tropa
arreglada que paga el Rey para su preciso resguardo, pues también
se compone de los numerosos cuerpos de las milicias de blancos,
pardos y morenos libres, tan aptos, pronto y aparejados para
este fin como para otros diferentes del real servicio, como lo han
ejecutado en cuantas ocasiones se han ofrecido, y no me puedo
excusar de referir habiendo de tratar de ellas, porque, cediendo
en su honor, debe ser de particular cuidado y obligación mía expresar
su mérito, calificando mucho éste la honorífica relación o
informe que hizo a Su Majestad Don Diego de Córdova, gobernando
esta plaza, pues afianzó la seguridad que tenía y le daba esta
tropa urbana para oponerse a los designios de los enemigos, por la
buena disposición que manifestaba y puntualidad con que acudía
a la defensa de esta plaza en cualquiera rebato u otra señal de
guerra.
Redúcese el cuerpo o batallón de las milicias de blancos, de
que es actual comandante Don Matías Poveda, a ocho compañías,
sin las tres sueltas de mar, artilleros y gente de la ribera, y la
plana mayor de la de forasteros, las cuales, según el estado general
que se formó el año de 1737 en virtud de real orden, comprenden
todas, a excepción de la prevenida de forasteros, 3,200 hombres.
Las seis escuadras de a caballo de los partidos del campo más
inmediatos, con exclusión de las milicias de la villa de Guanabacoa,
a esta ciudad, componen conforme al citado extracto 1,564 hombres.
Nuevamente se ha formado de la gente de los tres barrios
extramuros un batallón de cinco compañías que tienen alistados
más de 400 hombres.
El batallón de pardos, de que es comandante Antonio de Flores,
tiene siete compañías y una suelta, en que, según el mismo
estado, había 882 hombres.
El de negros libres, de que es comandante Manuel Correa, se
compone de otras siete compañías y una separada de artilleros,
cuyo total era de 412 plazas, número que hoy se considera muy
acrecentado por el conocido aumento que en todas clases de gente
ha tenido el vecindario de dentro y fuera de esta ciudad, a cuya
defensiva no sólo ha cooperado siempre que con gruesos armamentos
le han amenazado las potencias extranjeras, sino que también
han acudido, unas veces voluntarias y otras mandadas, a cuantos
socorros se han dado a los presidios de estas partes y campañas
que se han intentado para asegurar sus costas y recuperar
algunas poblaciones invadidas por los enemigos, lo que juzgo especificar
por crédito suyo y honor de la patria.
En el prolijo sitio o bloqueo que puso al puerto Francisco Drake
el año de 1588, cuando volviendo victorioso de Santo Domingo y
Cartagena creyó lograr la misma suerte sobre esta plaza, no bien
fortalecida ni presidiada entonces, es inconcuso que le marchitó la
esperanza concebida de una ventajosa operación igual a las antedichas
el desvelo y animosidad de nuestra gente, tanto como la buena
disposición y esforzado ánimo del Gobernador Gabriel de Luán,
y Castellano de la Fuerza Diego Fernández de Quiñones, cabos de
valor y experiencia militar.
Ni corrió con mejor fortuna en el de 1638 el que le formó la
escuadra holandesa, que se presentó a vista de este puerto, con
apariencias de invadirlo, aunque en la realidad fuese la intención
esperar en sus costas los galeones de Tierra Firme o flota de la
Nueva España, porque bajo de cualquiera pretexto siempre era
regular la precaución de ponerse en defensa y aguardar por instantes
el lance, y más con las premisas de haberse maquinado
algunos años antes una expedición directa contra esta plaza, como
ya se ha tocado.
A los fines del siglo pasado, presumido o vanaglorioso de la
toma de Cartagena Mr. de Pointis, tentó, con desaire de su arrogancia,
si podía expugnar esta plaza; pero hallándola bien prevenida
y su gente resuelta para cualquier trance, abandonó la empresa
y la dejó con esta gloria, añadiendo muchos quilates a la de
nuestras milicias la prontitud y constancia con que sirvieron en
esta ocasión, y la de haber en otras diversas salido a reforzar y
socorrer los dominios de la Corona, y a desalojar los enemigos de
los que han intentado ocupar en estas partes.
Habiendo sitiado por mar a Puerto Rico los holandeses el año
de 1624 y pedido auxilio a la Habana su Gobernador Juan de Aro,
se lo franqueó puntualmente el de esta ciudad, entregando el dinero
y municiones al contador Francisco Jajagrana, que vino destinado
a buscar el socorro, y aunque llegó después de haberse
retirado el armamento, sirvió, como expresa el historiador que
cito, de mucho esfuerzo a aquel presidio, por haber sido el de más
suma que tuvo en este lance. La gente de que se componía el
refuerzo fue alguna de la pagada, y dos compañías de milicianos,
mandada la una por el Capitán Ignacio de Losa, natural de esta
ciudad, en donde hasta hoy se conserva memoria de esta salida.
En el de 1662, en que sorprendieron a Santiago de Cuba (como
ya apunté) los ingleses se ocurrió a socorrerla destacando a la
villa del Bayamo la gente presidiaria y miliciana que se tuvo por
conveniente o pareció necesaria.
En el de 1702, estando bloqueada por el mar la Florida de
algunos manuales ingleses, se despacharon de este puerto cinco
embarcaciones tripuladas de infantería pagada y milicianos, mandando
esta expedición el Capitán Don Esteban de Berroa, vecino
de esta ciudad, que hizo retirar al enemigo y socorrió el nominado
presidio con mucho honor de nuestras armas, como lo significó Su
Majestad en cédula dirigida a este gobierno el año de 1703.
En el de 1719, aprovechando el Brigadier Don Gregorio Guazo
las sólidas esperanzas que le daba el brío y marcial espíritu con
que la gente de este país había escarmentado a los piratas que
insultaban las costas de esta isla y traficantes del Seno Mexicano,
discurrió, de acuerdo con el Gobernador de la Florida Don Antonio
de Benavides, como se relaciona en el Ensayo Cronológico,
emprender alguna facción sobre el puerto o colonia de Saint
George,1 y echando la voz de que intentaba desalojar los corsarios
de la isla de la Providencia, dispuso un armamento de catorce
embarcaciones ligeras, diez balandras y dos bergantines, armándolas
y tripulándolas con 1,000 hombres voluntarios, cien soldados
veteranos y algunos vecinos principales a quienes dio el mando
de algunas de ellas, nombrando por cabo de esta expedición a
Don Alfonso Carrascosa su pariente, y por segundo a Don Esteban
Severino de Berroa, natural de esta ciudad y capitán más
antiguo de las milicias de blancos de ella.
Habiendo salido el expresado armamento naval para su verdadero
destino el día 4 de julio del citado año, tomaron accidentalmente
a la vista de este puerto dos fragatas francesas que habían
rendido el castillo de Panzacola y conducían prisionero a su gobernador,
oficiales de guerra y religiosos curas; cuyo acontecimiento
lo hizo arribar a la Habana y entendida por Don Gregorio Guazo la
novedad de la pérdida de Santa María de Galve, determinó ocurrir
a la recuperación de aquel presidio con la mayor brevedad, consiguiéndose
felizmente la rendición de la fortaleza, vencida la corta
resistencia que hizo a nuestras embarcaciones.
Este suceso, que tuvo tan prósperos principios pero mucho
menos favorable éxito, se malogró con la próxima llegada del jefe,
Conde de Chamelin, que mandaba una escuadra de seis navíos de
línea y de guerra, con los cuales, sin embargo de la superioridad
de las fuerzas, combatieron los españoles gloriosamente, distinguiéndose
tanto los de este país, que componían el mayor grueso
de las tripulaciones, que como aseguraron los mismos contrarios,
según el citado autor, fue lástima que hombres tan valientes y
dignos de eterna fama muriesen sin poder quitarles la victoria,
que fue sin duda debida más que al esfuerzo a la desigualdad de los
bajeles, número de la gente y calidad de la artillería.
A fines del mismo año o principios del siguiente pasaron tres
compañías de milicias de blancos, pardos y negros al puerto de la
Veracruz, para reforzar el armamento que estaba preparándose
para nueva expedición al propio presidio de Panzacola, y se había
encargado al Jefe de la Escuadra Don Francisco Cornejo; y no
tuvo otro efecto que la desgracia de dos navíos del Rey nombrados
San Juan y San Luis, que naufragaron viniendo para este puerto,
pereciendo el primero con la mayor parte de la gente de su
compañía el Capitán Don Ubaldo de Coca y el Teniente Don José
su hermano, naturales todos de esta ciudad, de donde salieron con
motivo de la prevenida expedición.
Con la misma puntualidad y fineza, abandonando sus casas y
comodidades, salieron, de los propios cuerpos milicianos, cerca de
2,000 hombres, el año de 1742, a exterminar las plantaciones de la
Nueva Georgia, con los oficiales correspondientes de los tres batallones,
siendo de los más distinguidos el Teniente Coronel Don
Juan Núñez del Castillo, y Capitanes Don Santiago Pita, Don
Luis Pacheco, Don Laureano Chacón y Don Dionisio de Berroa,
sin otros muchos subalternos, personas de calidad en cuya operación
se malograron por falta de práctica o de conducta los buenos
sucesos que afianzaban las exactas y premeditadas disposiciones
de la empresa y la sobra de valor de los soldados; no siendo ésta,
aunque tan moderna, la última ocasión en que han sacrificado sus
personas en servicio del Rey y honor a la nación, pues en el año de
1747 reforzó otra tanta porción de gente paisana la escuadra del
Teniente General Don Andrés Reggio, peleando esforzadamente
en el combate naval que tuvo sobre esta costa con la del Almirante
Knowles el día 12 de octubre, particularizándose tanto en estas
campañas, y otras menos considerables que paso en silencio, así
en los ejercicios de fatigas como en los acontecimientos de fuego,
que en vez de salir con la reputación de bisoños, han adquirido
crédito de muy expertos y veteranos, manifestando valor y disciplina.
1. Georgia, una de las trece colonias inglesas de la América del Norte.
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