SIMPATIAS DEL DESTINO
A José M. Castro y Mesones
Hoy, hermano, que ante Dios
y unidos por el Destino
vamos de la
gloria en pos,
sigamos juntos los dos
de manos por el camino.
Porque impetuosa nos lanza
al mismo punto la suerte;
porque una
es nuestra esperanza,
una es nuestra remembranza
y una quizás
nuestra muerte.
Yo, como tú, patria tengo,
como tú la vida doy
por este amor que
sostengo;
de donde vienes, yo vengo
y a donde tú vas, yo voy:
¿Te acuerdas? En aquel día,
cuando en terrible agonía
llenas de
dolor luchaban
las madres que nos llamaban
y la patria que sufría.
Entonces, ¡ay! el deber
no pudo ingrato, tener
piedad de tanto
sufrir:
y ellas nos vieron partir
quizás para no
volver.
.
¡No volver, no retornar
a la choza el peregrino!
¡pobres los que han de quedar
a la puerta del hogar
mirando
siempre al camino!.
Ven y al calor de la hoguera
y a la luz de la ilusión,
vagando
por otra esfera,
recordemos la sincera
leyenda del corazón.
Yo que a tu lado testigo
soy de tus penas, contigo
consuelo no
busco en vano,
que si gozas, soy tu amigo,
y si sufres soy tu
hermano.
Nos contarán las estrellas
dónde están nuestras amadas,
y qué
se hicieron aquellas
escenas de amor tan bellas,
y aquellas dulces
veladas.
Nos dirán con amargura
Dónde está la brisa pura
de aquel cielo
de bonanza,
qué fue de tanta ventura,
qué se hizo tanta
esperanza.
Que allí en la elevada cumbre
del Gólgota del dolor,
esperan la
nueva lumbre,
y gimen en servidumbre
las prendas de nuestro
amor.
Allí hay manos que nos llaman,
y labios que nos imploran,
y
espíritus que se inflaman,
y vírgenes que nos aman,
y madres que
nos adoran.
Mi madre en el porvenir
quiere el destino entrever,
y halla
consuelo en pedir
que no la dejen morir
antes de volverme a
ver.
Y no sabe en su amargura,
que cuándo con fe más pura
se ponga a
rogar por mí,
ya estaré tal vez yo aquí
durmiendo en mi
sepultura:
¡Ay, madre, madre! perdona
tú, que para amar naciste,
al hijo
que te abandona,
al hijo por quien ceñiste
del martirio la
corona.
Yo sé que mi juventud
fue por tu amor cobijada,
y yo sé que tu
virtud
pagué con la ingratitud
de dejarte abandonada.
Sé que es grande tu dolor
maternal, y que tú eres
mi égida y
guarda mejor;
sé que tu vida es mi amor,
y sé que por mí te
mueres.
¡Madre! tu nombre es tan santo,
que por enjugar tu llanto
mi
vida a tus pies pondría!
¡pero quiero a Cuba tanto! ...
¡Perdóname, madre -mía! ...