LUIS VICTORIANO BETANCOURT

SIMPATIAS DEL DESTINO


La composición Simpatías del destino, dedicada a José María Castro y Meneses, fue escrita por Luis Victoriano Betancourt en Camagüey, en 1871. El doctor José María Castro y Meneses, médico entonces del Cuerpo de Sanidad de Las Villas, estaba recogido en un rancho insurrecto del territorio camagüeyano, padeciendo de la descomposición de una pierna que le impedía andar. En el mismo rancho estaba Luis Victoriano Betancourt, diputado de la Cámara cubana, imposibilitado de seguir camino, de muy miope que era, por la pérdida reciente de sus espejuelos. Los dos tenían amistad íntima desde sus años de estudios, por haber cursado juntos en la Universidad de la Habana, el uno su carrera de abogado, y medicina el otro, y logrado ambos sus títulos ya casi a las puertas de la revolución. Se separaron en la Habana, y se reunieron en la guerra. Y allí escribió estos versos Luís Victoriano Betancourt. Poco tiempo después de escrita la composición, y haberse separado de nuevo los dos amigos, cayó Castro en un asalto, a manos españolas. Muy sentida fue por cierto aquella muerte por cuantos conocieron y estimaron a Castro, que era un ángel de bondad, y patriota de singular desinterés, sobre ser un excelente médico, buscado y preferido de todos por su carácter jovial y simpático. Era hijo de Sancti Spíritus, y contaba a su muerte unos veintisiete años.

SerafÍn Sánchez     


SIMPATIAS DEL DESTINO


A José M. Castro y Mesones

Hoy, hermano, que ante Dios
y unidos por el Destino
vamos de la gloria en pos,
sigamos juntos los dos
de manos por el camino.

Porque impetuosa nos lanza
al mismo punto la suerte;
porque una es nuestra esperanza,
una es nuestra remembranza
y una quizás nuestra muerte.

Yo, como tú, patria tengo,
como tú la vida doy
por este amor que sostengo;
de donde vienes, yo vengo
y a donde tú vas, yo voy:

¿Te acuerdas? En aquel día,
cuando en terrible agonía
llenas de dolor luchaban
las madres que nos llamaban
y la patria que sufría.

Entonces, ¡ay! el deber
no pudo ingrato, tener
piedad de tanto sufrir:
y ellas nos vieron partir
quizás para no volver.
.
¡No volver, no retornar
a la choza el peregrino!
¡pobres los que han de quedar
a la puerta del hogar
mirando siempre al camino!.

Ven y al calor de la hoguera
y a la luz de la ilusión,
vagando por otra esfera,
recordemos la sincera
leyenda del corazón.

Yo que a tu lado testigo
soy de tus penas, contigo
consuelo no busco en vano,
que si gozas, soy tu amigo,
y si sufres soy tu hermano.

Nos contarán las estrellas
dónde están nuestras amadas,
y qué se hicieron aquellas
escenas de amor tan bellas,
y aquellas dulces veladas.

Nos dirán con amargura
Dónde está la brisa pura
de aquel cielo de bonanza,
qué fue de tanta ventura,
qué se hizo tanta esperanza.

Que allí en la elevada cumbre
del Gólgota del dolor,
esperan la nueva lumbre,
y gimen en servidumbre
las prendas de nuestro amor.

Allí hay manos que nos llaman,
y labios que nos imploran,
y espíritus que se inflaman,
y vírgenes que nos aman,
y madres que nos adoran.

Mi madre en el porvenir
quiere el destino entrever,
y halla consuelo en pedir
que no la dejen morir
antes de volverme a ver.

Y no sabe en su amargura,
que cuándo con fe más pura
se ponga a rogar por mí,
ya estaré tal vez yo aquí
durmiendo en mi sepultura:

¡Ay, madre, madre! perdona
tú, que para amar naciste,
al hijo que te abandona,
al hijo por quien ceñiste
del martirio la corona.

Yo sé que mi juventud
fue por tu amor cobijada,
y yo sé que tu virtud
pagué con la ingratitud
de dejarte abandonada.

Sé que es grande tu dolor
maternal, y que tú eres
mi égida y guarda mejor;
sé que tu vida es mi amor,
y sé que por mí te mueres.

¡Madre! tu nombre es tan santo,
que por enjugar tu llanto
mi vida a tus pies pondría!
¡pero quiero a Cuba tanto! ...
¡Perdóname, madre -mía! ...

 







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