¡A la carga! es la voz que ronca y atronante,
difúndese en las filas del bélico escuadrón,
¡a ellos! a la carga! arriba! y adelante!
se sigue repitiendo en alto diapasón.
El bruto se sacude irguiendo la cabeza,
la espuela punzadora destrózale el ijar:
el freno ya no estorba su indómita fiereza
y juzga corto el llano el ansia de volar.
Se oprime furibundo impávido guerrero,
tostado por los rayos del sol abrasador,
que blande en la derecha mortífero el acero
de temple que da sólo el fuego del honor.
Al bárbaro enemigo intrépido se lanza,
las armas ya se chocan: comiénzase la lid:
se escucha el hondo grito de rabia y de venganza
que exhala sobre el campo frenético adalid.
Prolóngase la lucha y espesas se levantan
nubes de humo y polvo en medio del fragor;
el ruido va cesando… y al hombre no le espantan
los cráneos divididos por filo destructor.
Es nuestra la victoria: ya póstrase vencido
goteando roja sangre el déspota cruel;
de niños y mujeres verdugo aborrecido,
dejad que un continente maldiga siempre de él.
¿Los vítores no oís? –El pueblo arrebatado
del triunfo la guirnalda a un joven le ciñó;
al joven extranjero, de espíritu elevado,
que a Cuba en esta lucha su brazo le ofreció.
Por eso los valientes que él lleva a la victoria,
que ven las cicatrices que el bravo tiene ya,
le miran de la patria cual página de gloria
que de uno a otro siglo la fama llevará.