RAMÓN ROA

LA CARGA


Famosa, entre las cargas de caballería de la Revolución, fue la del carril de las Guásimas, donde lució todo su valor el brigadier Henry M. Reeve. El general Gómez mandaba la batalla. El arranque de la carga de caballería, lo describe así el coronel Fernando Figueredo en su -Historia de la Revolución de Cuba:

"Cuando Gómez concibió el plan, debía estar inspirado por un numen divino: todo salió a medida de su deseo. Apenas pasó el tiempo necesario para recorrer el trayecto a lo largo del carril, una pequeña descarga primero, un tiro de cañón después, y enseguida una descarga cerrada, vinieron a anunciar que los cincuenta héroes que había mandado Gómez de provocadores, estaban ya frente al enemigo: luego se sucedieron algunos disparos salteados. Y quedó todo en silencio. Entonces Gómez, arrojándose al suelo, aplica el oído a tierra y observa un instante, después del cual se le vio ponerse en pie de un salto y sin hacer uso del estribo montar sobre su magnífico caballo Cinco. Hace una señal a Ricardo Céspedes, y otra al brigadier Reeve, como anunciándoles que la hora se aproximaba. Reeve hace una observación a Baldomero Rodríguez, que al frente del regimiento de caballería del Camagüey, debía ser el primero en la carga. A poco el atropellado ruido de los cascos que herían el suelo se apercibió distintamente y momentos después, envueltos en una densa nube de polvo, y como un torbellino, la caballería a toda carrera, llenando todo el carril, con sus sables relucientes levantados al aire, acorralaba al infeliz enemigo, que huía desalentado". Reeve, cuyo valor maravilló en aquella ocasión, fue cubierto a su vuelta por aclamaciones y vítores. Y en su honor escribió Ramón Roa La carga.

Historia de la Revolución, por Fernando Figueredo.     


LA CARGA

¡A la carga! es la voz que ronca y atronante,
difúndese en las filas del bélico escuadrón,
¡a ellos! a la carga! arriba! y adelante!
se sigue repitiendo en alto diapasón.

El bruto se sacude irguiendo la cabeza,
la espuela punzadora destrózale el ijar:
el freno ya no estorba su indómita fiereza
y juzga corto el llano el ansia de volar.

Se oprime furibundo impávido guerrero,
tostado por los rayos del sol abrasador,
que blande en la derecha mortífero el acero
de temple que da sólo el fuego del honor.

Al bárbaro enemigo intrépido se lanza,
las armas ya se chocan: comiénzase la lid:
se escucha el hondo grito de rabia y de venganza
que exhala sobre el campo frenético adalid.

Prolóngase la lucha y espesas se levantan
nubes de humo y polvo en medio del fragor;
el ruido va cesando… y al hombre no le espantan
los cráneos divididos por filo destructor.

Es nuestra la victoria: ya póstrase vencido
goteando roja sangre el déspota cruel;
de niños y mujeres verdugo aborrecido,
dejad que un continente maldiga siempre de él.

¿Los vítores no oís? –El pueblo arrebatado
del triunfo la guirnalda a un joven le ciñó;
al joven extranjero, de espíritu elevado,
que a Cuba en esta lucha su brazo le ofreció.

Por eso los valientes que él lleva a la victoria,
que ven las cicatrices que el bravo tiene ya,
le miran de la patria cual página de gloria
que de uno a otro siglo la fama llevará.

 







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