AL POETA MIGUEL G. GUTIÉRREZ
I
Lejos, lejos, en Oriente,
allá donde nace el alba
cuajando en perlas el suelo
y el cielo cuajando en nácar;
donde hay montañas azules
que brotan de sus entrañas
de resinas olorosas
las emanaciones gratas;
allá donde el sol de fuego
tuesta el rostro, enciende el alma
y las pasiones más bellas
el espíritu levantan,
tengo mi casita oculta
entre dos altas montañas
donde el sol verla no puede
ni el viento puede besarla:
en esa casita oculta
entre ilusiones doradas,
hay recuerdos que consumen
llamaradas de esperanzas:
por eso me encuentro triste,
y allá donde el sol desmaya
busco en tu desgracia misma
un consuelo a mi desgracia,
pues yo no sé qué amuleto,
qué secretas concordancias
van uniendo los destinos
de Bayamo y Villa-Clara.
II
Tarde azul, esa armonía
que de tus labios exhalas
y que llevan en sus alas
las brisas del mediodía;
Y esos variados colores
con que tiñes leves brumas,
fingiendo mares de espumas,
fingiendo campos de flores;
Y esas músicas eólicas
que derraman expresivas
las golondrinas festivas,
las tórtolas melancólicas;
Y esa viva irradiación
de los, rayos de Occidente,
para el corazón que siente,
dicen mucho al corazón.
Mucho al ser que ha de vagar
siempre de dolores lleno,
sin que caliente su seno
con el fuego del hogar.
Sin que consuelen el mal
de su perpetua vigilia
sonrisas de la familia,
auras del pueblo natal.
Por eso cuando cobarde
gira el sol desfalleciendo
y su luz se va envolviendo
en el manto de la tarde,
Todo poeta bendice
la paz, y guarda en su mente,
lo que le dice una fuente,
lo que un pájaro le dice.
Porque todo en esa hora
a Dios un himno levanta,
y el afortunado canta,
y el atribulado llora.
Cuando ya se aleja el día
entre la sombra y la calma,
vienen a llenarme el alma
ondas de melancolía.
El pensamiento se pierde
en graves meditaciones
buscando en otras regiones
"mucho azul y mucho verde".
Gutiérrez, mis sentimientos
tú los comprendes, los sabes,
desde que te di las llaves
de mis hondos pensamientos.
¡Qué agradable vaguedad!
¡Qué dulzura no sentimos
cuando triste departimos
al calor de la amistad!
¡Y cómo hablamos los dos
en íntima confidencia
de lo amargo de una ausencia,
de lo triste de un adiós!
De amores que nos abrasan,
de recuerdos que nos mueren,
de memorias que nos hieren,
de quejas que nunca pasan!
De ilusiones que se van,
de sueños desvanecidos,
y de goces extinguidos,
y de glorias que vendrán!
Hasta que la luna clara
empieza al cielo a subir,
bella, como el porvenir
de Bayamo y Villa Clara!
III
Allá lejos, en el valle
donde las erguidas palmas
dan al viento sus plumeros,
sus plumeros de esmeralda,
donde hay mansos arroyuelos .
que coma cintas de plata
sobre alcatifas de yerba
tan sutilmente se arrastran
que no forman una espuma,
que no mueven una rama,
y apenas puede la brisa
formar pliegues en sus aguas,
pasan el aire flotando
bandos de palomas blancas
formando collares bellos
que en el aire se desgranan,
y de verdes tamarindos
hay glorietas encantadas,
donde en ocultas redomas
los genios de las montañas .
depositan los aromas
en que perfuman sus alas,
impalpables como el éter,
olorosas como el ámbar.
En el centro de .aquel valle
sobre flores recostada,
mi ciudad gentil y bella
indolente se ostentaba.
Pero el deber de sus hijos
y los gritos de la patria
la condenaron al fuego
antes que dejarla esclava
y sus elevadas cúpulas
al suelo cayeron rápidas
en un mar de llamas vívidas,
y humo, cenizas y lágrimas;
esa ciudad fue Bayamo
cuya heroicidad preclara
le dará lustre a su historia,
y a Cuba le dará fama.
Hoy como nómade errante,
con la tienda en las espaldas
busco en distante collado
lo que en mi pueblo me falta:
llegué al Tínima y sus ondas,
han adormido mi espíritu
con la luz de la esperanza,
pero tornarme no pueden
aquellas dulces miradas
ni aquellas sonrisas dulces
ni aquellas dulces palabras.
¡Ay la casa de mis hijos!
¡ay mis sueños de la infancia!
¡ay mi cielo de Bayamo!
¡ay mis afectos del alma!
Todo lo hundieron las ruedas
del carro hirviente de Palas,
al vomitar de sus flancos
muerte y proscripción y llama;
ya mi lira estaba muda,
muda estaba mi garganta,
sin alas mi fantasía,
mi pensamiento sin alas.
Cuando una mano de amigo
te di, de amistad cargada,
al ver sin mancha tu frente,
y tu corazón sin manchas,
al ver que nuestras ideas
íntimamente se hermanan,
y que nuestra pena es una
y es una nuestra esperanza:
ven, hijo del sentimiento,
y al compás de nuestras arpas,
ven y cantemos las glorias
de Bayamo y Santa Clara.