CAPÍTULO XLVI
DEL ESTIMABLE HONOR QUE RESULTA A ESTA CIUDAD DEL MÉRITO Y CIRCUNSTANCIAS DE LOS INSIGNES HIJOS QUE HA TENIDO
Así como la virtud y excelencias de los hijos hace gloriosos a
sus padres, así colma de gloria y fama a la patria la bondad y
mérito de sus naturales. ¡Qué honor no dieron a España los
Epaminondas, a Roma los Camilos, a Atenas los Arístides y a
Cartago los Aníbales! Los triunfos y proezas de estos héroes las
coronaron de laureles, y sus victorias las enriquecieron de palmas;
ninguna alabanza sublima ni ilustra tanto a una ciudad, ni
ennoblece más a una población, que el buen nombre de sus patricios
y la honrada calidad de sus originarios. En la sabia Grecia compitieron
siete ciudades la gloria de ser cuna de Homero, no queriendo
ni aun a costa de una disputa perder el honor de un blasón tan
apreciable.
Por esta razón discurrí y determiné, como lo previne en otro
lugar, poner por remate o final de esta obra un curioso compendio
o abreviado resumen de algunos famosos hijos que con su virtud,
letras y esfuerzo le han dado a nuestra patria tanto crédito y
nombre; y digo solamente de algunos, porque no he podido investigar
con certeza los actos, ocupaciones y méritos de muchos,
especialmente de aquellos que florecieron en el primer siglo de su
fundación, porque extinguidas algunas familias de las antiguas,
han perecido con ellas las memorias y monumentos de los que
concibo fundadamente produciría no menos fecunda aquella edad.
Además que para descubrir los de la siguiente, ha costado bastante
dificultad y desvelo adquirir las noticias que comprende el epítome,
y eso muy diminutas, de cuyo requisito he querido adornar
esta obra, por haber visto autorizada esta práctica de algunos
escritores, los cuales en otras de igual asunto la han constituído
ya como precisa, siendo uno de los que más modernamente lo han
ejecutado el Doctor Don Pedro de Peralta en su Lima ilustrada, a
quien no pudiendo imitar en la elegancia, me contentaré con seguir
en esto; obligándome también el deseo y obligación de manifestar
que no son estos climas tan estériles de hombres buenos o
varones virtuosos como se dice, ni que la prole de los castellanos
bastardea en ellos como la buena semilla en ruin tierra.
No ignoro que en este punto escribió el Doctor Don Juan de
Solórzano favoreciendo en justicia a los indianos, y que el Reverendísimo
Salinas y otros autores regionales han formado y difundido
copiosos catálogos y honrosos índices de los varones excelentes
que han producido nuestras Indias en todas clases, cuyos testimonios
irrefragables bastarían a convencer el error, si no
estuviese tan obstinada la ceguedad; pero no me creo por eso
excusado de la obligación particular de hacer notorio por mi parte
y por mi patria lo que ellos pretendieron ejecutoriar en común por
todas las provincias del Nuevo Mundo, y así tocaré en abreviatura
lo que ellos hicieron tan ampliamente.
En consecuencia de lo propuesto, dividiré en los tres capítulos
siguientes el prevenido resumen, colocando en el primero a los
que han ascendido por la línea eclesiástica a varias dignidades
canonicales y prelacías, así en las catedrales como en las religiones.
En el segundo a los que han subido por su literatura, grados y
méritos a las reales cancillerías, tribunales de justicias y universidades
famosas de estas y de otras partes.
En el tercero a los que en el servicio de nuestros soberanos
han militado en sus ejércitos y armadas mandando en escuadras,
plazas y fortalezas, fiadas a su valor, conducta y experiencia.
Hágome cargo de que la severidad de la crítica moderna no me
dispensará la censura a vista de colocar y referir en el epílogo
algunas personas de nuestro país que no han llegado por la categoría
de los empleos a aquel ápice de grandeza y dignidad que
puede ilustrar y ennoblecer la patria, cuando escasamente bastará
a condecorar el sujeto, o cuando más a distinguir o ameritar la
familia; pero aunque conozco la gran diferencia y notable distancia
que hay entre los ejercicios de una mediana clase a los de
superior jerarquía que no solo se juzgan aptos y capaces de honrar
una ciudad, sino hasta de engrandecer una nación, como lo dio
a entender el Papa Calixto III en la feliz coyuntura de florecer a
un mismo tiempo de la aragonesa un Pontífice Romano, un Rey de
las Dos Sicilias, un Cardenal Vice-Cancelario, un Capitán General
de las armas de la Iglesia, y un Ministro general de la religión
seráfica, no obstante me persuado a que en los mismos términos
sobre que puede fundarse la objeción o crisis, resulta siempre en
mucho honor de esta ciudad el que la noble inclinación de sus
naturales, por las sendas ordinarias del merecimiento, haya solicitado
aunque no conseguido una honrosa elevación, porque esto
habrá sido adversidad de su fortuna y no desdoro de la generosidad
de sus ánimos.
El Padre Fray Jerónimo de la Concepción en su Emporio del
Mundo, numerando todas las ciudades, villas y lugares del territorio
y obispado de Cádiz, dio una breve noticia de los hijos ilustres
que habían producido algunas de ellas, célebres en armas,
letras y virtud, y no excluyó de aquel lugar y memoria a los que
no llegaron a ocupaciones muy sublimes; si de unas poblaciones
tan antiguas como las que componen lo más principal de la Andalucía
baja reputó por mucha gloria y crédito haber logrado
tales hijos, con cuánta mayor razón y fundamento deberé estimar
yo por muy honorífico a nuestra patria (tan desigual en la
antigüedad y colocación a aquellas ciudades) el haber producido
varones insignes en nada inferiores a los que él numera y pone en
todas categorías, considerando (como lo haría el citado autor)
que no está a veces la excelencia de los hombres en las elevaciones
que facilita la suerte, sino en el mérito que les adquiere su
virtud y aplicación.
Hallan comúnmente los indianos, según lo convencen las experiencias
y acreditan las noticias, muy difíciles en España los ascensos;
se lo embaraza unas veces el mérito y otras la recomendación
de los naturales de aquellos reinos, en donde siendo tantos y tan
dignos los puestos, es regular sean preferidos en las ocupaciones y
que dejen pocos lugares vacíos en que puedan dedicarse los criollos,
siempre o las más veces destituidos de paisanos que los protejan
y favorezcan; así, por más que sus servicios y suficiencias los
haga muy decentes y proporcionados para subir a ellos, prevalece
en las pretensiones el favor y patrocinio de los rivales.
De Anteón fabularon o discurrieron los antiguos, como escriben
los mitológicos, que el calor y abrigo de su madre la Tierra le
daba aliento e infundió espíritus para lidiar con Hércules, cobrando
esfuerzos para la lucha cada vez que rendido daba en el suelo, y
que separado de este auxilio perdió el triunfo y la vida. Ficción fue
ésta sin duda de los poetas, por muy propia inventiva, para persuadir
cuánto contribuye el favor materno o suelo patrio para
esforzar el ánimo a sublimes empresas y facilitar el logro de grandes
cosas.
No ignoran los políticos y cortesanos cuánto obra regularmente
hablando, para adquirir los ascensos el respeto de las casas,
la inmediata recomendación de las parentelas, y lo que es
más, la mano y favor de los compatriotas autorizados y poderosos,
siendo ejemplar de esto último la privanza de Mardoqueo y de
Daniel, tan propicia y benéfica para exaltación y comodidad de sus
paisanos; y como las necesidades en esas partes, por las distancias
de sus familias, sirven y trabajan sin estos auxilios, hallan
difícilmente el camino para las elevaciones, y faltándoles el patrocinio,
pocas veces pueden llegar a la cumbre de la estimación y
felicidad, porque el mérito, sin las alas del favor, vuela tan
preciosamente, que nunca arriba a mucha altura.
No produzco estas expresiones como querella del poco premio
que han tenido los servicios y escritos de los paisanos, sino como
satisfacción y respuesta al reparo de no haberse exaltado a mayores
puestos los que han trabajado y servido tan honrosamente
como expondré, porque solamente atribuyo a la falta de producción
y de buena suerte no haberse adelantado alguno de tantos
como han pretendido por diversas líneas sus aumentos, a los que
considero muy dignos de mi memoria y de que se gloríe la Habana
de haberlos producido; por cuya razón no excusaré nominarlos en
los siguientes capítulos, a excepción de aquellos de quienes he
dado noticia en otros de esta obra, por no hacerla fastidiosa con la
repetición; aunque no debo ni me parece omitir el notariar un
blasón con que ilustró a esta ciudad el mérito de sus hijos, rara vez
conseguido por otras, haciéndolo más estimable para la nuestra,
atendidas las circunstancias que concurrían en aquel tiempo para
que fuese más honroso.
Habiendo fallecido a fines del año de 1702 el Maestro de Campo
Don Pedro Benítez de Lugo, Gobernador y Capitán General de
esta ciudad e Isla, y el de 1704 el Ilustrísimo Señor Don Diego
Evelino, Obispo de esta Diócesis, sucedió al primero en el gobierno
político el Licenciado Don Nicolás Chirino y en el militar el
Castellano Don Luis Chacón, y al segundo en el eclesiástico de
esta ciudad y su jurisdicción el Beneficiado Don Dionisio Recino,
su Provisor y Vicario General, que continuó nombrado por el Deán
y Cabildo en la Sede vacante, los cuales empleos ejercieron hasta
el año de 1706, que arribaron a este puerto los Señores Obispo y
Gobernador, siendo todos tres naturales de la Habana, quedó enteramente
el gobierno de ella refundido en sus propios hijos, y lo
eran también los que por muerte de los antedichos podían y debían
subrogar en sus ocupaciones.
La buena conducta y acertada dirección con que las manejaron
mereció repetidas aprobaciones de la Corte, y lo que es más apreciable,
una segura confianza de nuestro Rey en ocasión que, zozobrando
la fidelidad en otros dominios de la Corona, se creía imperturbable
la de esta ciudad e Isla mandada por tres naturales de
esta ciudad, supongo como tan cierto que no infestó a las Indias el
pestilente contagio del fanatismo, sin embargo de que la Gran
Bretaña intentó introducirlo por las tentativas de su Almirante
Bembow, a que conspiraron otros que ocultamente vinieron a ellas,
pensando que en secreto el mal cundiese más bien, pero siempre
juzgo más decoroso que en aquella constitución tan lamentable se
mantuviese en la fina lealtad de tres habanenses indemne la de
toda la Isla, siendo este triunvirato más glorioso y feliz para ella
que lo fue para la República Romana el de Octaviano, Marco Antonio
y Lépido, pues la conservaron en quietud, obediencia y prosperidad,
sin que nos pueda deslucir este honor ni malquistar esta
excelencia el ruidoso empeño con que pretendió el Sargento Mayor
Don Lorenzo de Prados contrarrestar el fundado derecho a
Don Luis Chacón, pues deben advertir los noticiosos de lo pasado
que no llegó esta controversia a los términos en que parece estuvo
la suscitada muerte de Don Francisco Gelder, en cuyo tiempo no
eran criollos los competidores. Baste esta prevención para atajar
o desvanecer cualquiera mal intencionado reparo.
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