CAPÍTULO XLIV
DEL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE REGLA E IGLESIA DEL SANTÍSIMO CRISTO DEL POTOSÍ Y JESÚS DEL MONTE
El famoso y devoto Santuario de Nuestra Señora de Regla, del
que reservé en otro lugar dar noticia en éste, tiene su situación
como ya dije dentro de la misma bahía, en una punta o lengua de
tierra que desde la ribera o parte del sur entra en ella inclinada
hacia el noroeste, de cuyo territorio, que era perteneciente al ingenio
de Guaicanámar, hizo donación el Alguacil mayor Don Pedro
Recio de Oquendo, su dueño, al hermano Manuel Antonio,
llamado vulgarmente “el peregrino”, para que en él fabricase ermita
a Nuestra Señora, con la anunciada advocación, como lo ejecutó
el año de 1690 con licencia de los superiores, así eclesiásticos
como seculares, formando un pequeño oratorio cubierto de paja
en lo más angosto de la expresada punta, en el cual colocó una
imagen de pincel.
En la referida disposición no duró más que hasta el año de 1692
en que el ímpetu de la memorable tormenta de San Rafael, que
hizo estrago en los más robustos edificios, arrancando la débil
choza, parece debilitó también el flaco o poco constante ánimo del
fundador; pero como para las obras que son del divino agrado
siempre previene su Providencia instrumentos proporcionados
para la ejecución de sus adorables designios, de suerte que cuando
falta uno, subroga otro que las lleve a su fin, la misma borrasca
que derribó la ermita y entibió los fervores de su erector, esa
misma movió también en el experimentado conflicto a Juan Martín
de Conyedo para que votase y ofreciese a la Purísima Virgen
irla a servir en el mencionado santuario, siendo tan fiel en al cumplimiento
plimiento de su promesa, que solicitando los suplementos de
Alonso Sánchez Cabello, vecino y mercader de esta ciudad, puso
por obra el año de 1693 la fábrica de nueva ermita en el paraje que
ahora está, asistiendo personalmente a la construcción, con tan
celoso afán, que la finalizó el de 1694, con tres cuartos para hospederías,
de tapias, rafas y tejas. Como por el mismo tiempo había
llegado a ese puerto el sargento mayor Don Pedro de Aranda,
Castellano de la Punta, vecino de esta ciudad, y traído de los reinos
de España la imagen de bulto que hoy se venera, con el fin de
colocarla en este santuario, se practicó luego así; aumentándose
cada día la devoción, se fue amplificando el culto de la Señora
haciéndole fiesta anual el día ocho de septiembre, concurriendo
los fieles en otros muchos con votos y presentallas a manifestar
su gratitud, y con ellas la copia de beneficios recibidos por su
poderosa intercesión.
El año de 1701 quedó sujeta esta ermita a la Parroquial de San
Miguel, distante dos leguas de esta ciudad; pero el de 1706 la
agregó el Maestro Don Fray Jerónimo de Valdés a las de la Habana,
cuya Justicia y Regimiento juró a la Santísima Virgen titular
de ella Patrona de la bahía el de 1714, pasando el Cuerpo Capitular
con su respetable cabeza el Marqués de Casa Torres, el día 23 de
diciembre, al dicho santuario, donde, en presencia de los venerables
curas y prelados regulares, puso el regidor decano en manos
del Ilustrísimo Obispo una llave de plata dorada, insignia de las
armas y blasón de esta nobilísima ciudad y su gran puerto, la cual
pasó de las de S.S. Ilustrísima a los pies de la sagrada efigie, en
que hasta el presente permanece, celebrándose tan religioso como
autorizado acto con repique general de campanas, salvas de las
fortalezas y navíos ancorados en la bahía y otras devotas y festivas
demostraciones.
A los tres años después, en el de 1717, a instancia del Señor
Don Gonzalo Vaquedano, Oidor que había sido de la Real audiencia
de Lima, y que transitaba por esta ciudad, electo Fiscal del Supremo
Consejo de Indias, se colocó el Santísimo Sacramento en la
referida iglesia el día 29 de octubre, concurriendo a esta función
lleno de mayor esplendor y autoridad que la que hizo tan plausible
y seria la antecedente, porque no faltándole circunstancias de las
que en este país pueden contribuir al lucimiento y suntuosidad de
semejantes solemnidades, tuvo el aditamento de la asistencia del
nominado ministro y otros títulos, caballeros y oficiales de carácter
que en los navíos del Rey venidos de Nueva España se transportaban
a Castilla y fueron no sólo testigos, sino panegiristas de
tan reverente como obsequiosa expresión.
Poco tiempo después se le aumentó a la iglesia para más extensión
un portal de arcos en su principal puerta que mira al norte, y
se le alargó por la parte del sur, haciéndole capilla mayor, que
unida al cuerpo del templo sirviese para el sagrario y altar de la
Señora, separado de las demás que le adornan; también se ensancharon
las viviendas para habitación de los hermanos que asisten
al santuario y hospedaje de la gente que va de romería a él. Formose
un claustro de aposentos bajos para aquellas, y otro destinado
para huéspedes y peregrinos, y se levantó una pieza para vivir el
capellán que está perpetuamente allí. Tiene hoy diez hermanos
llamados ermitaños de Regla, los cuales visten hábito pardo de
lana, con cuello y mangas ajustadas, el que ciñen con una correa;
usan de barba prolija, y observan los estatutos que les dio el Ilustrísimo
Obispo Don Fray Juan Lazo, bajo el régimen y dirección
del capellán, que es clérigo secular y lo nombran los prelados
diocesanos. Hay fundada en esta iglesia una devota hermandad de
sacerdotes y legos con el título de la Santa Concordia de Nuestra
Señora de Regla, que tiene su rector y conciliarios de ambos estados
y acuden con limosnas al culto de la Señora, y otra de San
Antonio Abad, para promover el de este santo.
Las dádivas y ofrendas que contribuye la piedad y devoción
para este santuario y limosnas que se recogen para él son tales
que, no teniendo ninguna renta fija, sufragan para el salario del
capellán, manutención y vestuario de los hermanos, adorno y
servicio de la iglesia, que posee muy costosas alhajas y ricos
ornamentos, y para octavario de la Santa Imagen y demás funciones
que se ejecutan en este templo, como se verá en otro
lugar.
De su ejemplar fundador el hermano Juan Martín, natural de
Conyedo de las Montañas, no puedo omitir dar una breve noticia,
porque lo ajustado de su vida merece esta honorífica memoria,
pues no perece la de los justos como la de los impíos con el sonido
de las campanas. Este venerable varón fue de virtuosa índole,
humano y afable en su trato, de continua oración y mortificación,
observando vida cuaresmal hasta los últimos períodos de la suya,
no queriendo tomar nada de carne sin embargo de su ancianidad y
grave achaque, venciéndolo sólo el mandato de su confesor en el
mayor aprieto de la enfermedad última. Descansó en paz el año
de 1743 y yace sepultado en este santuario en que vivió muerto al
mundo cincuenta y un años.
El célebre santuario de Jesús Nazareno, Nuestro Señor del
Potosí, que es hoy iglesia auxiliar de la parroquia de San Miguel
del Padrón, fue antes del año de 1644 ermita de una estancia perteneciente
teneciente al mayorazgo del Capitán Antón Recio, llamada en aquel
tiempo del Potosí, por estar fundada en un cerro, la cual parece
labraron Don Martín Salcedo y Oquendo y Doña Juana Recio, su
mujer, quienes la dedicaron a dicho Señor y a la Purísima Concepción
de la Santísima Virgen, y la proveyeron de alhajas de plata y
ornamentos sagrados, imponiendo una memoria o capellanía de
tres mil pesos de principal, para que en ella se dijese misa todos
los domingos y días de fiesta, como se evidencia del instrumento
que otorgaron en 9 de abril del citado año, ante Marcos de la Cruz
Barreto, escribano público de esta ciudad, cuya fundación revalidaron
en 15 de septiembre de 1660 por una cláusula de su testamento,
que pasó ante Miguel de Quiñones, asimismo escribano
público, dejando el patronato de la capellanía a sus sucesores, con
especial encargo del cuidado y aseo de la ermita.
Esta debió de experimentar alguna ruina y se trató de construir
otra nueva, la cual parece se finalizó el año de 1675, según
el rótulo que se conserva en una lápida sobre su puerta principal,
y en el citado año se volvió a colocar allí la venerable imagen
de Jesús Nazareno, por la cual se ha dignado obrar muchos
prodigios la Divina Omnipotencia; siendo el más celebrado
el que dio motivo a su pública veneración y culto, aunque no
tengo de esto ningún solemne apoyo, experimentando los labradores
de los partidos comarcanos continuadamente el beneficio
de las lluvias, siempre que con ocasión de alguna prolongada
seca le hacen devotas rogativas, concediéndoles improvisos
aguaceros, copioso y fértil riego para sus sementeras.
A esta sola expresión reduzco lo mucho que según la fama y
tradición antigua pudiera decirse de la milagrosa invención de
la santísima efigie y origen de la ermita; pero el descuido y
flojedad con que se ha procedido en perpetuar y calificar tales
noticias no nos ha dejado más monumentos que el de una confusa
y sencilla narración de los sucesos.
La iglesia de Jesús del Monte, que dista como media legua de
esta ciudad hacia el poniente, se fundó para auxiliar de las
parroquiales de ella, en el asiento del ingenio titulado San Francisco
de Paula, que fue del Br. Don Francisco de Lara Bohórquez,
de cuyo sitio y fábrica hizo donación a la Iglesia matriz el Licenciado
Don Cristóbal Bonifaz de Rivera, beneficiado de ella, el año de
1698; la cual subsiste sirviendo de ayuda de parroquia, y fue su
primer teniente de cura Don Esteban de León. Está dedicada al
Buen Pastor, y hay erigidas en ella cofradías del Santísimo y Nuestra
Señora del Rosario, siendo este paraje, entre los hermosos y
amenos del contorno, uno de los más deleitables y agraciados.
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