CAPÍTULO XXXV
DE LOS CONVENTOS DE NUESTROS PADRES SANTO DOMINGO Y SAN FRANCISCO, SU ANTIGÜEDAD Y CIRCUNSTANCIAS
Los conventos e iglesias de regulares que hay fundadas hasta
ahora en esta ciudad (no incluyendo los dos Hospitales de San
Juan de Dios y Belén, que tienen otro lugar) son cuatro: el de
predicadores, titulado San Juan de Letrán, que debe ser el primero
en orden, aunque no por antigüedad; se comenzó por el año
de 1578 en virtud de real cédula demostrada por el Presentado Fray
Diego de Carvajal, en cuya consecuencia se le concedió el sitio
correspondiente para fabricarlo cerca de la Real Fuerza y Plaza
de Armas, siendo ésta la primera casa que tuvieron en la Isla;
porque aunque (según afirma Herrera) desde el año de 1519 se les
dio permiso para hacer fundación en la ciudad de Cuba, y en el año
de 1524 les hizo Su Majestad donación de unas casas que tenía allí,
pertenecientes a su Real Fisco, no se pudo efectuar entonces, ni
logrado después, consiguiendo la Habana esta primacía entre otras
muchas que la adornan.
Su iglesia corre de norte a sur, y aunque tiene la puerta principal
hacia el primero, la del costado cae al este, por donde goza la
plazuela que le da desembarazo y claridad. Antiguamente sólo
tenía una nave, en su ancho, altura y largo bien proporcionada, con
techo curioso de madera. En nuestra edad se le ha añadido un
orden de capillas de bóveda antiguas al primer claustro, siendo la
que sirve de colateral a la mayor, formada de cúpula o linterna, y
está dedicada a Nuestra Señora del Rosario, cuyo devoto simulacro
es muy venerado en esta ciudad, y su ilustre cofradía de las
más antiguas y ricas de ella, y que tiene anexas algunas obras pías
para socorrer huérfanas. Hay instituidas en este templo otras: la
del Dulcísimo Nombre de Jesús; la de San Pedro González o San
Telmo, que es de los navegantes; la Milicia angelical y la de Santa
Rosa de Santa María, patrona universal de las Indias, cuya fiesta
es de tabla en esta ciudad. Las alhajas, preseas y ornamentos
destinados al adorno y servicio de este templo son muy decentes
y preciosos.
El convento tiene tres claustros, el primero labrado de columnas
y arcos de piedra, y los otros de madera con todas las aulas
correspondientes a los escolares y oficinas precisas para los religiosos.
Su comunidad se compone hoy de más de cincuenta, con la
asistencia al coro, confesionario y otros ejercicios propios de su
instituto. Observan disciplina muy regular; desde su principio ha
sido el taller donde se han labrado los sujetos más insignes que ha
tenido en letras y virtud la Provincia de Santa Cruz, surtiéndose
los más de sus conventos de los reboces de éste; y así residen en él
la mayor suma de maestros y presentados que en cátedra y púlpito
tiene según su número dicha Provincia.
Los que han dejado más crédito en ambas líneas son los Reverendos
Padres Maestros Fray Francisco Martínez, Fray Juan de
Olivera, Fray Cristóbal de Sotolongo (de quien se hace memoria
en la Biblioteca Mexicana), Fray José de Vélez, Fray Salvador
Cabello, Fray Francisco y Fray Melchor de Soto y Fray Juan
Salcedo, naturales todos de esta ciudad, y los más de ellos
dignísimos Priores Provinciales. No numerando otros muchos de
los que hoy viven y son tan acreedores de este lugar, por no ofender
su religiosa modestia, porque me persuado dejará más bien
recomendado su mérito a la posteridad la delicada pluma del Reverendo
Padre Presentado Fray José González Alfonseca, que
encargado hoy de la Historia de su Provincia tendrá en la noticia
de sus nombres, prendas y ocupaciones, bastante materia para
amplificarla.
Sin embargo de la razón expuesta, no quiero ser tan mirado ni
proceder tan escrupuloso que a vista del estilo observado por el
Doctor Montalván, el Padre Marcillo y otros escritores, considere
sea digno de la censura en mí lo que no ha sido reprensible en ellos,
cuando militan a mi favor motivos más poderosos, que hagan disculpable
la expresión de algunas menudencias iguales a las que se
encuentran en estos autores cerca de las obras y escritos que ha
dado a la estampa distintos sujetos de los que nominan; y así comunicaré
sin recelo a los curiosos la noticia de que corren impresos un
sermón panegírico a San Felipe Neri del Maestro Vélez, otro de la
Santísima Virgen del Rosario, del Maestro Cabello, y otro de acción
de gracias al Santísimo Sacramento, predicada en la celebridad
de los desposorios de la Serenísima Señora Doña María Teresa,
Infanta de España, con el Serenísimo Delfín de Francia, por el Padre
Fray Gabriel de Peñalver, hijo de esta ciudad y del expresado
convento, por los cuales se reconocerá la facundia y erudición de
sus autores, y que si fuesen en estas partes menos difíciles y costosos
los moldes, sudarían muchas veces en la impresión de obras
muy delicadas y de escritos muy ingeniosos.
El convento de frailes menores de quien es titular la Purísima
Concepción de Nuestra Señora (y no San Salvador como dice el
Reverendo Padre Cronista Torrubia) se empezó a fundar el año de
1574, promoviendo al efecto de los vecinos su erección con tanta
actividad, que no obstante la declarada oposición del cura que era
entonces, contribuyeron con diligencias y limosnas para proseguir
la obra y para que Fray Francisco Jiménez ocurriese a la Real
Audiencia de Santo Domingo a impetrar providencia favorable contra
los obstáculos que se le oponían y se desvanecieron al año siguiente
de 1575, presentando Fray Gabriel de Sotomayor licencia
del Rey para la fundación del convento, de que fue nombrado guardián
y juntamente comisario de todos los religiosos de la Isla.
Su Majestad Católica aplicó de su Real Erario algunas expensas
para la obra, de quien eligió el Cabildo por síndico a Melchor
Rodríguez, y habiéndose consumado la fábrica del convento, se
incorporó en la Provincia de Yucatán en 27 de abril de 1591, en
cuyo estado permaneció hasta el de 1595, según afirma el Padre
Cogolludo, que se agregó a la del Santo Evangelio de México,
como asienta el novísimo cronista general de la Religión, quedando
las misiones de la Florida subordinadas al prelado de esta casa
hasta el año de 1606, que se erigieron en custodia y después en
provincia el de 1612, intitulándose de Santa Elena, y consta por
monumentos antiguos que su primer prelado provincial fue el
Padre Fray Juan Capilla.
Fabricose esta religiosa casa en la parte occidental de la bahía,
casi a la mitad de distancia que tiene la población de punta a punta,
y tan sobre la orilla del mar, que sus cimientos le han quitado
algún tanto de jurisdicción a las ondas. Reconociéronse el año
de 1719 indicios de ruina en su antigua capilla mayor, y habiéndola
derribado, se comenzó a labrar un crucero de bóveda, que se continuó
con gran lentitud por la escasez de limosnas de aquel calamitoso
tiempo, que fue el más fatal que creo ha experimentado
nuestro país; hasta que ya finalizado, se discurrió seguir toda la
iglesia, ensanchando los ánimos para emprender obra tan costosa
el de un devoto vecino nombrado Don Diego de Salazar, que aplicó
muchos operarios y materiales para este fin, venciendo con crecido
trabajo y singulares artificios las dificultades que se encontraban
en sus fundamentos por el costado que cae a la plaza, cuyas
profundas zanjas se inundaban de copiosos raudales de agua, que
corrían subterráneos por aquel sitio. Consumió en esto bastante
tiempo y caudal, y dejando levantados los dos muros laterales y
concluida la portada, no pudo proseguir el edificio. A quien dispuso
Dios diese la última mano y total perfección fue el Ilustrísimo
Señor Don Juan Lazo, que llegado a esta ciudad el año de 1733, y
reconociendo las pocas esperanzas de que tuviese término esta
obra, se empeñó como tan buen hijo en darle el necesario complemento
a esta sagrada casa o solar de su bendito Padre, el que por
fines de noviembre de 1739 dejó acabado y consagrado el día 1º de
diciembre, celebrándose su dedicación y consagración con plausibles
y majestuosas demostraciones, de que compuso por superior
orden una especial, curiosa y erudita relación el Reverendo Padre
Fray Andrés Menéndez, natural de esta ciudad, Lector entonces
de Sagrados Cánones en dicho Convento, y después benemérito
Padre y Ministro Provincial de esta Provincia, que aunque no ha
salido a luz, es muy digna la obra de esta memoria, como su autor
de mi particular estimación.
Desde el citado año de 1719 que empezó a derribar la capilla
mayor antigua para construir otra nueva más capaz y hermosa, se
encomendó la intendencia de la obra al cuidado del Reverendo
Padre Fray Juan Romero, predicador jubilado, ex-Definidor de
esta Provincia, natural de esta ciudad, e hijo de este convento,
religioso de conocida actividad, práctica y celo; el cual continuó en
este ministerio hasta el año de 1738, que se consumó la fábrica de
todo el nuevo templo, debiéndose a su infatigable personal asistencia
muchos adelantamientos en lo material y formal del edificio,
y a sus amables prendas el que captando los corazones de los
devotos y bienhechores, facilitase gruesas limosnas para su continuación,
y especialmente el haber conseguido todo el favor y gracia
del Ilustrísimo Señor Don Fray Juan Lazo, cuya filial inclinación
promovió eficazmente la religiosidad y obsequiosos rendimientos
de este memorable varón.
No he podido negar a la posteridad esta noticia, tanto por lo que
merece el desvelo y trabajo del sujeto, cuanto porque como se lo
expresó mi corto ingenio en un epigrama castellano, debe perpetuarse
con los aplausos y duraciones de este templo la memoria y
fama de su nombre, pues parece que Dios le eligió para instrumento
de esta gran obra, y le guardó sólo la vida hasta consumarla,
llevándoselo poco después a descansar de sus fatigas en el cielo.
La forma de la enunciada iglesia es de una nave principal de
buena altura, con dos órdenes de capillas a una y otra parte, siendo
la techumbre de aquel y de éstas iguales en la materia y el arte.
Levántase sobre los cuatro arcos torales de la mayoría una espaciosa
cúpula o cimborrio, desde donde corren por lo interior hasta el
coro, sobre dos cornisas voladas, unas vistosas galerías matizadas
de verde y oro. Su torre, en que hay reloj, es la más sublime entre
todas las de la ciudad, y carga encima de los muros de su fachada
que cae al poniente, y es de bella simetría y correspondiente al
templo, que es hasta ahora el más espacioso y adornado de retablos
que hay, y sobre todos el más especial es el que dedicó dicho Ilustrísimo
Obispo a San Francisco Javier, apóstol de la India.
Su coro tiene una bien labrada sillería de caoba y su sacristía
está muy proveída de ornamentos y vasos sagrados, debidos a la
piedad de sus bienhechores. Está unida esta iglesia con la
Lateranense de la Santa Ciudad de Roma, gozando de los indultos
y privilegios que aquella sacratísima Basílica, como se manifiesta
en una de las lápidas que se ven colocadas en la principal puerta de
las tres que tiene hacia el Occidente en su frontispicio, en donde
están esculpidas con letras de oro estas cláusulas: Non est in toto
sanctior orbe locus.
Hay fundadas en este templo tres cofradías y tres hermandades;
las primeras son: la de Nuestra Señora de los Remedios, que
se instituyó canónicamente el año de 1598, a pedimento de los
negros libres de nación Zape; la de la Inmaculada Concepción,
que se erigió el de 1619 por el Reverendísimo Obispo Don Fray
Alonso Enríquez, a instancia de los principales vecinos de esta
ciudad, de la que fue declarado patrono el Gobernador y Cabildo
de ella. Tiene agregadas tres obras pías para repartir anualmente
entre doncellas huérfanas para ayuda de tomar estado, y la del
Patriarca Señor San José de los carpinteros. Las hermandades
son la de Nuestra Señora de las Angustias; la de Santa Lucía, de
los escribanos públicos y reales, y la de San Benito de Palermo,
también de negros libres.
La planta y fábrica del convento, que casi quedó acabada con las
gruesas limosnas que dio en vida y dejó destinadas para su fin su
insigne bienhechor el Señor Lazo, es suntuosa, porque no midiendo
la obra por las estrecheces de su instituto, sino por las amplitudes
de su corazón magnánimo, le dio un lucimiento y capacidad grande.
Compónese de tres claustros, con extensión bastante para vivienda
de los religiosos y desahogo de sus oficinas; su comunidad pasa
regularmente de setenta frailes, y en ocasiones el número de ochenta,
los que se ocupan en la secuela del coro, asistencia a los moribundos,
consuelo de los penitentes, predicación de la palabra divina y
enseñanza de Latinidad, Artes y Teología, para los que están instituidos
un maestro de Gramática, un lector de Filosofía, y tres catedráticos
de la última Facultad, con regente general de sus estudios,
que fueron los primeros que tuvo esta ciudad, mereciendo entonces
tanto crédito que excitaron la emulación de otras escuelas y motivaron
el que a representación de Don Gregorio Mojica, Procurador
del Común, informase al Regimiento a Su Majestad, el año de 1647,
concediese a sus religiosos autoridad de conferir grados menores
en Filosofía y Teología.
Los sujetos criollos que de poco más de un siglo a esta parte
han florecido en él, con aplauso de muy doctos y religiosos, son los
siguientes: el Reverendo Padre Fray Juan de Hinestrosa, natural
de esta ciudad y Ministro Provincial de la Provincia de Santa Elena,
de cuya nobleza, virtud y letras, informó el Cabildo al Rey el
año de 1644, suplicando a Su Majestad le presentase para Obispo
de esta Diócesis, vacante por muerte del Maestro Don Fray Jerónimo
de Lara; los Reverendos Padres Fray Manuel de Santa María,
Fray Gonzalo de Oquendo, Fray Pedro Menéndez, Fray Juan Tomás
Menéndez y Fray José Bullones, Lectores jubilados y los dos
últimos Ministros Provinciales debiendo añadir a Fray Miguel de
Leyva, Lector de Teología, muy versado en la expositiva y en los
derechos; pero especialmente el Padre Santa María fue el oráculo
de su tiempo, distinguiéndose por su ciencia y virtud, de que se
podían referir cosas memorables que omito por no ser más difuso,
como también el no hacer mención de los presentes porque no
parezca es lisonjearlos.
Mas no pasaré en silencio que del enunciado Fray Juan Tomás
Menéndez corren estampadas dos oraciones fúnebres que predicó
en esta ciudad, y una devota novena que compuso de Nuestra
Señora de los Ángeles, y asimismo que el Padre Fray Manuel
José Rodríguez, hijo de esta ciudad y del expresado convento, ha
impreso en México un sermón de San Ignacio de Loyola y otro de
la milagrosa imagen de Aranzazú, predicados en aquella Corte
con singular aplauso.
También fue hijo de este convento y provincia, y natural de
esta ciudad, el ejemplar varón Fray Juan de Jesús, religioso lego
que murió en el convento grande de dicha Corte con opinión de
rara humildad, extremada pobreza y continua mortificación, en
donde le dio la piedad en muerte los honores que él despreció
tanto en vida.
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