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CAPÍTULO XXX

DEL TRIBUNAL DE LOS SEÑORES
OBISPOS Y DE SU VICARIO GENERAL,
Y NOTICIAS DE LA ERECCIÓN
DE LA IGLESIA CATEDRAL DE BARACOA
Y CUBA

 

Por lo que toca al gobierno eclesiástico, hay en esta ciudad principalmente el de sus Ilustrísimos Obispos, que se extiende a toda la Isla y provincias de la Florida, el de su Vicario o Provisor que se compone de un Promotor fiscal, seis Notarios y Alguacil ejecutor, por quienes se manejan las dependencias de este juzgado. El de los primeros ha más de un siglo que está radicado en la Habana por tener en ella su residencia los prelados diocesanos, siendo los fundamentos de estar separados de su Catedral dignos de venerarse y no necesarios de escribirse, pues basta, para persuadir ser muy sólidos y eficaces, la continuada inalterable secuela de tan doctos y virtuosos pastores, no variada ni interrumpida en fuerza de repetidas y estrechas órdenes de nuestros monarcas, a fin de que tengan precisamente su asiento en Cuba, como se verifica de las muchas que se han dirigido a este Gobierno desde el año de 1582 sobre el propuesto asunto, pero sin efecto por haber ocurrido motivos grandes para sobreseer en su ejecución y cumplimiento, no siendo el menor la pública renuencia con que el mismo Cabildo de aquella Santa Iglesia se ha mantenido en dicha ciudad y vístose obligado a solicitar diferentes veces la traslación a ésta de la Habana.

Lo expuesto se hace constante por una carta que el año de 1665 escribió el Venerable Deán y Cabildo al secular de esta ciudad, encargándole promoviese por su parte en la Corte de Madrid esta diligencia, y algún tiempo después destinó para esta misma pretensión a uno de sus capitulares, que lo fue el Doctor Don Alonso Menéndez Márquez, canónigo mercenario que pasó a Madrid, como escribe el Ilustrísimo Morell, el de 1677 y representó a Su Majestad las notorias y urgentes causas que había para la prevenida mutación, y no refiero, porque a más de ser manifiestas se tocan menudamente en el citado autor, pero ni aun siendo tan claras y poderosas y haberse puesto muy antes en la real atención por el Contador Juan de Eguiluz, Procurador general de la Habana, que pulsó esta materia desde el año de 1599, no hicieron la impresión que se deseaba, porque influían otras razones de congruencia para su conservación en la ciudad de Santiago de Cuba, porque no experimente la decadencia que la de Baracoa (si es cierto que estuvo allí erigida la Catedral como algunos creen), luego que le faltó la misma Iglesia, de cuya erección, primero mandaba hacer en la una y después establecida o efectuada en la otra, daré aquí noticia y a su continuación pondré la serie de los Reverendísimos Prelados que ha tenido esta Diócesis, conforme al orden que ha observado, no obstante la mayor especificación y claridad con que se logrará en la obra de que dejo hecha mención, por pedirla en ésta muy de justicia la memoria de unos pastores tan excelentes como los que han apacentado esta grey, ilustrando con particular esmero a la Habana, que siendo el imán de sus cariños y el objeto de sus primeras atenciones, la han autorizado con su personal asistencia, edificándola con sus ejemplos y doctrinas y enriqueciéndola con sus cuidados y limosnas, beneficios que excitan en un noble reconocimiento la gratitud, si en un villano pecho el olvido.

Gobernando la Iglesia Católica el Papa León X, de feliz recordación, se dio facultad para instituir en Baracoa, en virtud de letras suyas, la Iglesia Catedral de esta Isla con el título de la Asunción de Nuestra Señora, el año de 1518, como asienta el Padre Labbe en sus tablas cronológicas, la cual, si se llegó a erigir (de que no puedo dar noticia fija), debió de mantenerse poco espacio de tiempo en la mencionada ciudad, pues presidiendo en la sublime cátedra de San Pedro el Sumo Pontífice Adriano VI, en el primer año de su pontificado o exaltación a la tiara, mandó extinguirla y ocultarla en 28 del mes de abril de 1522, y se otorgó en Valladolid a 8 de marzo del año siguiente la erección de dicha Iglesia Catedral de la ciudad de Santiago de Cuba, con la misma advocación, por el Ilustrísimo Obispo Don Fray Juan de Ubite, a quien se dirigió como diocesano entonces la referida bula, que corre traducida e inserta a consecuencia del auto de erección hecha por el enunciado Obispo, como se reconoce de un traslado que parece se sacó de otro firmado por el Ilustrísimo Señor Doctor Don Juan de Castillo, prelado de la misma Iglesia de Cuba y refrendado de Francisco del Pozo Espinosa, su secretario, el cual refiere lo copió del original escrito y sellado en pergamino por ante Jerónimo López, notario público; cuyo instrumento está colocado en uno de los libros de este Superior Gobierno y Capitanía General.

Del contexto de dicho auto y bula se convence el error o equivocación del Maestro Gil González, que la hace instituida por el Señor Obispo Don Fray Bernardo de Meza, dominicano, a quien supone el primero de esta Isla, el año 1536, en lo que se implica con evidencia, pues escribe en la propia obra que su erección fue el año de 1522, 14 años antes que fuese nombrado obispo, anteponiendo en este prelado el obrar al ser, siendo así que según un vulgar proverbio filosófico es primero el ser que el obrar, y que no podía haberla erigido el año de 1522 el que no fue Obispo de Cuba hasta el de 1536, a cuya ciudad llegó el de 1538, verdad en que uniformemente contestan otros historiadores de estos Reinos.

Persuádome a creer que así dicho Maestro Gil González, como Antonio de Herrera, padecieron engaño o equivocación en lo que escriben de este prelado, a quien llama el uno Fray Bernardo y el otro Fray Bernardino de Meza: el primero, en afirmar fue el erector de la Catedral, y el segundo, en suponer fue proveído o presentado obispo el año de 1516 y que nunca pasó a la Isla, pues el Inca refiere expresamente su arribo a la ciudad de Santiago con tales menudencias en su desembarque y celebridad, que hace esta noticia indisputable. Aunque pretenda decirse que este Fray Hernando de Meza de quien habla Garcilaso es diferente a aquel Fray Bernardo o Fray Bernardino que especifica Herrera, se hace increíble o a lo menos dudoso en dos distintos sujetos la concurrencia de tan iguales circunstancias, como son la analogía en los nombres, la identidad en el apellido, en el instituto y en la dignidad, lo que me inclina a creer que no hubo más que uno, y que éste fue electo el año de 1536 y que llegó a Santiago de Cuba el de 1538; pero de cualquier modo que se conciba, ya siendo un solo sujeto o ya dos distintos, se concluye no pudo ser ni el uno ni el otro erector de la Catedral; pues si se asienta fue el Fray Bernardino que escribe Herrera, electo el año de 1516, éste ya no lo era el de 1518, en que fue nombrado el Maestro Fray Juan Garcés, según el mismo autor. Si es el Fray Bernardo que nomina el Maestro Gil González, éste no fue proveído hasta el año de 1536, y así no pudo haber instituido la Iglesia Catedral, que lo estaba mucho antes, como se ha referido.

Lo que no tiene duda ni padece equivocación es que el Ilustrísimo Ubite ejecutó la translación de Baracoa a Cuba, porque consta de un monumento tan solemne como el ya citado, y que su primacía en el gobierno de este Obispado es irrefragable, porque aunque estuvo electo antes el nominado Maestro Garcés, religioso dominicano, el prevenido año de 1518, fue promovido muy luego a la nueva Iglesia de Cozumel, como afirma Herrera, en cuya inteligencia, siguiendo el orden con que están copiadas en esta ciudad y sirven de adorno al palacio o casa episcopal, pondré su serie en los siguientes capítulos, prefiriendo este monumento por más verídico a otros de la historia en que la variedad de las materias suele hacer más confusas o menos fundadas las noticias, incurriendo muchas veces inculpablemente en algunos errores, como se toca en la que voy a tratar; porque en los citados Herrera y Gil González se nota gran discrepancia en los nombres y sucesión de nuestros Obispos, y para haberlos de concordar o establecer lo más cierto, era necesario formar una disertación que tengo por excusada, y por no concerniente a mi asunto.


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