A EMMA
Lejos, muy lejos del hogar que escucha
tu constante gemir,
hay otro ser que en sacrosanta lucha
puede acaso morir.
¡Pobre emigrada que en extraña tierra
no cesas de mirar
hacia los campos donde cruda guerra
se agita sin cesar!
Recibes en la brisa mensajera
un suspiro de amor
y de tu mente apártase ligera
la sombra del dolor.
Sueñas acaso en el feliz instante
en que vuelvas a ver
a aquél que siempre te juró, constante,
amor hasta el no ser.
Mas de pronto sumérgese en la duda
tu alegre corazón,
y negra, triste, tormentosa, aguda,
marchita tu ilusión.
Que ahogada en sangre miras a lo lejos
tu esperanza mejor,
y contemplas los últimos reflejos
de tu primer amor.
Ves rodar por el suelo deshojada
tu corona nupcial,
¡corona de tus sienes arrancada
por destino fatal!
Lloras ¡mi bien! y mi ansiedad en tanto
no puede contener
las gotas tristes de tu amargo llanto
que quisiera beber.
Mas nunca, nunca volveré a tu lado
con vida y sin honor,
que a la patria mi vida le he entregado
con justísimo ardor.
Feliz y libre y con la frente alzada
hacia ti llegaré,
o fija en tu recuerdo mi mirada
cual bueno moriré.
Que yo no puedo presentarme airoso
demandando tu amor,
cuando no supe resistir, medroso,
el supremo dolor.
Sufre y espera, que el incierto día
de espléndido brillar,
tal vez asome, y luzca la alegría
donde reina el pesar.
Y aunque muy lejos del hogar que escucha
tu constante gemir,
hay otro ser que en sacrosanta lucha
puede acaso morir.
Cuando la muerte presurosa venga
su golpe a descargar,
quizás, piadosa, su furor detenga
mirándote llorar.
Camagüey, marzo de 1876.