¡Cuán lento vas, arroyo cristalino,
con expresión sencilla
rizando en tu camino
la verde alfombra de flotante lino,
que blando crece en tu espumosa orilla...
¡Cuán bellas corren, removiendo arenas,
ceñidas de amapolas
y blancas azucenas,
en breves giros las modestas olas
que nacen en tus márgenes serenas.. !
Cantando amor las aves melodiosas
se miran dulcemente,
cual visiones hermosas,
en el espejo claro y transparente
de tus humildes aguas silenciosas.
La verde selva y la feraz llanura
te ofrecen regaladas
su plácida verdura;
y en grato son las brisas perfumadas
tranquilas besan tu corriente pura.
Suaves te dan los bosques sus aromas;
los valles, sus primores;
las selvas, sus palomas;
su sombra grata, las enhiestas lomas,
y el cielo mismo su dosel de amores.
Y en las de mayo hermosas alboradas,
flotando en tus espumas,
te arrullan sosegadas
del blanco cisne las brillantes plumas,
¡las hojas por los céfiros llevadas...!
Hijo, tal vez, de agreste peña dura,
tu manantial de plata
por la inmensa llanura,
como una cinta blanca se dilata,
ceñida de riquísima verdura.
Y ajeno de ansiedad y de pesares
por selvas y palmares,
sin suspirar congojas,
tranquilo vas al seno de los mares
cubierto siempre de fragantes hojas.
¡Niño también me deslicé inocente,
con paso indiferente,
sin soñar en amores,
tras el vivo matiz de hermosas flores,
y el límpido cristal de mansa fuente.
Y libre, como garza voladora,
con infantil decoro
y gracia encantadora,
besando fui tus arenillas de oro
al tibio rayo de la blanca aurora.
¡Entonces ¡ay! con cuán brillante arreo
agitaba mis alas
en loco devaneo,
cercado siempre de celestes galas
por los eternos campos del deseo.. !
Mas, de entonces ahora... ¡cuántos daños
han causado a mi vida
los tristes desengaños...!
¡Una tras otra la ilusión perdida
bajo el peso terrible de los años...!
Yo soy aquel infante candoroso,
de las guedejas blondas
y mirar cariñoso,
que tantas veces se agitó en tus ondas
como entre flores el sunsún hermoso.
Yo soy el mismo; pero el alma mía
tristemente ha perdido
su inefable alegría,
y en vano busca en tu corriente fría
la imagen bella de su abril florido.
Sigamos ¡ay! sigamos la jornada,
llorando yo mis penas
con alma resignada,
y tú besando el manto de azucenas
que se mece en tu margen sosegada.
¡Tal vez mañana, triste y abatido
por los placeres vanos,
aquí vendré perdido,
de horrible tedio el corazón herido,
mustia la frente y los cabellos canos.
Y sentado en tu margen fresca y grata,
con íntima alegría,
veré cual se retrata
sobre tus ondas de color de plata
la imagen ¡ay! de mi vejez sombría...!
Prosigue, pues, arroyo, tu carrera,
mientras voy aspirando
de hermosa primavera,
el celestial aroma en tu ribera,
tus ondas con mis lágrimas mezclando;
que iguales en la vida y en la suerte,
uno será el destino
inexorable y fuerte,
que a los dos nos sorprenda en el camino,
¡y nos lleve al abismo de la muerte!
Rafael María de Mendive (24 Octubre 1821 - 24 Noviembre 1886)
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