De noche en fresco jardín Sentado estaba a par de ella. Yo joven: joven y bella Mi serafín. Hablábamos del negror
Del cielo, augusto y sin brillo, Del regalado airecillo Y del amor. Hablábamos del lugar En que primero nos vimos;
Y sin querer nos pusimos A suspirar. A suspirar y a sentir Gozo al volver a juntarnos A suspirar y a mirarnos,
Y a sonreír. Porque amor casto entre dos Es colmo de las venturas, Y unirse dos almas puras Es ver a Dios.
Una mano la pedí, Porque en sus lánguidos ojos Y en medio a sus labios rojos Brillaba el sí. Ella, al oírme, tembló,
Y en mi largo tiempo fijo Su dulce mirar, me dijo Tímida: no. Pero era un no cuyo son Pone al corazón risueño:
Un no celeste, halagüeño, Sin negación. Por eso yo la cogí La mano, y con loco exceso A imprimir sobre ella un beso
Me resolví. Beso que en mi alma crié En sueños de gloria y calma, Y que por joya del alma Siempre guardé. Puro como el arrebol Que orna una tarde de mayo Y ardiente como es el rayo Del mismo sol. Pero al besarla sentí Mi labio sin movimiento, Porque un negro pensamiento Me asaltó allí. ¿Quién sabe si el vivo De mi boca osada, ansiosa, No iba a secar ya la rosa
De su pudor? ¿Quién sabe si tras mi fiel Beso, otro labio vendría Que ambicioso borraría Las huellas de él?
¿Quién sabe si iba el desliz De mi labio torpe, insano, A volver su mano, a mano De meretriz? Mano asquerosa, infernal
Para el alma del poeta: Que sufre el beso y aprieta El vil metal. Así pensé... y fuime en paz, Dejándola intacta y pura;
Y lágrima de dulzura Bañó mi faz.
José Jacinto Milanés Matanzas, 1814 - La Habana, 1863 |