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   ¡Duerme tranquilo, inocente, 
en el materno regazo, 
y deja que mire atenta 
tu delicioso descanso! 
 
¡Cuál brilla la frente pura 
entre los rizos dorados 
que en leves ondas descienden 
a tu cuello de alabastro! 
 
Pende con dulce abandono 
a un lado tu diestra mano, 
y la otra de la mejilla 
el peso sostiene blando. 
 
Cual flor preciosa, tu pecho 
despide aliento baÍsámico, 
mientras que dulce sonrisa 
mueve el carmín de tus labios. 
 
Tal vez sueñas de tu madre 
recibir el beso caro... 
Tal vez a un ángel contemplas, 
y escuchas célicos cantos. 
 
¡Duerme, duerme, pobre niño, 
de la inocencia en los brazos; 
que a robarte tal ventura 
se apresta el tiempo tirano! 
Vuelan rápidos los días, 
veloces huyen los años, 
llevándose ¡ay! para siempre 
nuestros ensueños galanos. 
 
Ese purísimo seno, 
- cuyo cutis nacarado 
levanta latir suave, 
y brilla cual limpio lago -, 
del viento de las pasiones 
será bien presto agitado, 
y sus olas turbulentas 
en ti mismo harán su estrago. 
Entonces ¡ay! tan tranquilo 
no será, no, tu descanso, 
ni esa sonrisa apacible 
te prestará nuevo encanto. 
Entonces ¡ay! los delirios 
del amor, los sobresaltos 
de los celos, los afanes 
de la ambición, siempre insanos, 
serán los ángeles puros 
que velarán a tu lado, 
reproduciendo en tus sueños 
de tu existencia los cuadros. 
 
Hasta que, al fin, a tu vista 
- cubierta con velo opaco - 
se eclipsará la esperanza, 
luciendo atroz desengaño. 
 
Y del sueño perdurable 
la triste calma anhelando, 
ya en la copa de la vida 
sólo hallarás dejo amargo. 
Mas ¡silencio! no se aleje 
por tan fúnebres presagios, 
el ángel que ves hermoso 
arrullarte con sus cánticos. 
 
¡Duerme, sí, pobre inocente! 
Prolonga tu sueño grato, 
y conserva esa sonrisa 
que está tu madre adorando.
Gertrudiz Gomez de Avellaneda

 

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