Con un cocuyo en la mano
Y un gran tabaco en la boca,
Un indio desde una roca
Miraba el cielo cubano.
La noche, el monte y el llano
Con su negro manto viste,
Del viento al ligero embiste
Tiemblan del monte las brumas,
Y susurran las yagrumas
Mientras él suspira triste.
Lleva en la frente un plumaje
Morado como el cohombro,
Y el arco que tiene al hombro
Es un vástago de aicuaje.
Aunque es un pobre salvaje
Y angustia cruel lo sofoca,
Desde aquella esbelta roca
Donde gime sin consuelo,
Los ojos fija en el cielo
Y a Dios en su ayuda invoca.
Oye el rumor de los vientos
En los atejes erguidos,
Oye muy fuertes crujidos
De los cedros corpulentos:
Oye los tristes acentos
Del guabairo en el corojo,
Y mientras su acerbo enojo
Reprime con gran valor,
Siente a sus pies el rumor
De las aguas del Cayojo.
Un silbido se escapó
De sus labios, y al momento,
Con pausado movimiento
Una indiana apareció.
Cuando a la roca subió
El indio ante ella se inclina,
Fue su frente peregrina
El imán de su embeleso,
Oyóse el rumor de un beso
Y la dijo: -¡Adiós, Guarina!
-¡Oh! no, mi bien, no te vayas,
Dijo ella entre mil congojas,
Que tiemblo como las hojas
De las altas siguarayas.
Si abandonas estas playas
Si te separas de mí,
Lloraré angustiada aquí
Cuando tu nombre recuerde
Como el pitirre que pierde
Su nido en el ponasí.
¿Qué será de tu Guarina
Sin tu amor, sin tu ternura?
Flor del guaco en la espesura,
Palma triste en la colina,
Garza herida por la espina
Del yamaqüey en la rama
Y cual la triste caguama
Que a los esteros se zumba,
Lloraré y será mi tumba,
La Ciénaga de Virama.
Oyó el indio enternecido
Tan triste lamentación,
Palpitó su corazón
Y se sintió conmovido.
Ahogó en su pecho un gemido
La viramesa infelice,
Y el indio que la bendice
Y más que nunca la adora,
Las blancas perlas que llora
Enjuga tierno y la dice:
-¡Oh Guarina! Ya revive
Mi provincia noble y bella,
Y pisar no debe en ella
Ningún infame caribe.
Tu ardiente amor no me prive,
Mi Guarina, de ir allá.
Latiendo mi pecho está
Y mi sentido se inflama,
Porque a su lado me llaman
Los indios de Guajapá.
Yo soy "Hatuey", indio libre
Sobre tu tierra bendita,
Como el caguayo que habita,
Debajo del ajenjibre.
Deja que de nuevo vibre
Mi voz allá entre mi grey,
Que resuene en mi batey
El dulce son de mi guamo
Y acudan a mi reclamo
Y sepan que aún vive Hatuey.
¡Oh Guarina! ¡Guerra, guerra!
Contra esa perversa raza,
Que hoy incendiar amenaza
Mi fértil y virgen tierra,
En el llano y en la sierra
En los montes y sabanas,
Esas huestes caribanas
Sepan al quedar deshechas,
Lo que valen nuestras flechas,
Lo que son nuestras macanas.
Tolera y sufre, bien mío,
De tu fortuna el azar,
Pues también sufro al dejar
Las riberas de tu río.
Siento dejar tu bohío,
Silvestre flor de Virama,
Y aunque mi pecho te ama,
Tengo que ser ¡oh dolor!
Sordo a la voz del amor,
Porque la patria me llama.
Así dice aquel valiente,
Llora, suspira, se inclina,
Y a su preciosa Guarina,
Dio un beso en la tersa frente.
Beso de amor, beso ardiente;
Sublime, sonoro y blando,
Y ella con otro pagando
De su amante la terneza
Alza la negra cabeza
Y le dijo sollozando:
-Vete, pues, noble cacique,
Vete, valiente señor,
Pues no quiero que mi amor
A tu patria perjudique;
Mas deja que te suplique;
Como humilde esclava ahora,
Que si en vencer no demora
Tu valor, acá te vuelvas,
Porque en estas verdes selvas
Guarina vive y te adora.
-¡Sí! volveré, ¡indiana mía!
El indio le contestó
Y otro beso le imprimió
Con dulce melancolía.
De ella al punto se desvía,
Marcha en busca de su grey,
Y cedro, palma y jagüey
Repiten en la colina,
El triste adiós de Guarina,
El dulce beso de Hatuey.
Juan Cristóbal Nápoles Fajardo
Tunas, 1829 - ¿1862?