En tus ojos lánguidos, 
parleros y oscuros, 
ojos de andaluza, 
sensuales y húmedos, 
bullen las pasiones, 
lloran los crepúsculos.
 
Ciñe tus cabellos
-selva enmarañada-
el arco de triunfo 
de tu frente pálida.
 
Tu seno que sube, 
tu seno que baja, 
de tu aliento al ritmo, 
cual del mar el agua; 
tus caderas duras, 
carnosas y arqueadas, 
de lujuria gritos 
al más frío arrancan.
 
En tu boca hay besos 
y febriles ansias 
y caricias suaves 
como roce de alas,
quejas y sollozos, 
lascivas palabras, 
perversos mohines 
que enferman o matan.
 
El sol de los trópicos 
por tus venas corre, 
brilla en tus miradas 
y puebla tus noches 
de inquietudes tristes 
y ardientes visiones.
 
¡Oh, qué hermosa eres, 
lánguida criolla! 
¡Quién gustar pudiera 
la pulpa jugosa, 
el sabroso néctar 
de tu fresca boca!
 
¿Quién por ti no pierde 
capital y honra, 
quién no te da ciego 
la existencia toda 
por pasar contigo 
una noche a solas?

Emilio Bobadilla
Cárdenas, 1862-Biarritz, Francia, 1921

 

 

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