Al que diga con despecho
que no puedo ser cubana,
le voy a mostrar con gana
todo mi noble derecho.
Yo he amamantado en mi pecho
tres hijos, que aquí nacieron;
y que mi apoyo tuvieron
desde su más tierna edad;
ellos por la libertad
lucharon, y no murieron.

Hijo de Cuba, su padre,
ellos cubanos también;
¿habrá todavía quién
aquí rechace a la madre?
Aunque algún perro me ladre
y al fin me quiera morder,
cubana tengo que ser
porque mi afán se concilia
entre mi santa familia,
esta patria y mi deber.

Mil angustias he pasado
en los tres años de guerra
y en aquel tiempo que aterra
fue mi hogar reconcentrado.
Y aquel campo abandonado
que nos daba la comida,
volvió a recobrar la vida
silvestre y semisalvaje;
y en tanto ni un mal potaje
en nuestra choza escondida.

Llegamos a estar tan mal
en la ciudad suntuosa,
que tras lucha infructuosa
fue mi esposo al hospital.
Provisto de un delantal
a fregar allí los platos:
y esos quehaceres ingratos
que, en salas de medicina,
llevan tras de sí la inquina
y los ajenos maltratos.

Mientras tanto yo lavaba
la ropa de los soldados,
haciendo además mandados
de aquel que necesitaba.
Y por la noche lloraba,
pensando en aquellos tres
que al compás del Bayamés
pasaban penas sin cuento,
sin ropa, sin alimento,
desnudos hasta los pies.

Al fin vino el protocolo
dando a mi alma esa franquicia,
que fue inmensa la delicia
que hubo aquí de polo a polo.
De mis hijos ni uno solo,
había muerto en la guerra;
y yo cruzando la tierra
que las balas horadaron,
llegué, y ellos me abrazaron,
abrazo que el pecho encierra.

Ahora yo cito y emplazo
a esos murmuradores
y si es que son pensadores
no querían tenderme un lazo.
Pues mantuve en mi regazo
tres de la tropa espartana,
y un banderín engalana
la puerta de mi aposento;
por eso es justo mi intento
si hoy pretendo ser cubana.

          José Silvestre
               (? - ?)

 

 

 

 

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