
El era Cuba: en su semblante había
la inefable dulzura de sus cañas,
el radiante brillar de sus estrellas,
la augusta majestad de sus montañas.
El era Cuba misma con sus flores
de tintes aúreos y perfumes llenas,
con la voz de sus palmas, con su cielo,
sus torrentes de luz y sus cadenas.
El era Cuba misma batallando
el peso de la horrenda tiranía,
Cuba con un cerebro que pensaba
y un corazón gigante que sentía.
Como Moisés, atravesó el desierto,
y fue, en la adversidad de la fortuna,
su mágica varita la palabra,
su Sinaí tonante la tribuna.
No reposó jamás; llevó incansable
en la mano febril su pluma ardiente,
su lira de poeta sobre el hombro
y su mundo de sueños en la mente.
El era todo luz; celeste genio
en él puso su llama brilladora;
casi sobre su frente se veían
irradiaciones fúlgidas de aurora.
Cristo sublime de la patria, fueron
los soldados hispanos sus judíos;
tuvo también su cruz, su falso apóstol;
y su terrible Gólgota: Dos Ríos!
Pero allí, con su sangre redentora
la tierra amada al contemplar cubierta,
en su acento postrer le dijo a Cuba
como Jesús a Lázaro: ¡despierta!
¡Y Cuba despertó!... De bosque en bosque,
de peña en peña resonó un gemido;
se agitó en conmoción desesperada,
y al fin se irguió como titán herido.
Y llenaron sus vastos horizontes
resplandores de incendios en las cabañas,
relámpagos de acero en las llanuras
y truenos de cañón en las montañas.
Y todas esas iras que en rugientes
torbellinos de roncos aquilones
se han desatado, de la sangre tuya,
son las exhuberantes manaciones.
Así también del nítido rocío
que baña las agrestes soledades
y en vapores al éter se levanta
se forman las violentas tempestades.
¡Ah!, cuando, al fin, de libertad a Cuba
alumbren los primeros resplandores,
pondrá la gloria en tu sepulcro santo
su primer beso y sus primeras flores.
Francisco Sixto Piedra (Cárdenas, Agosto 5, 1861-Cárdenas, Mayo 3, 1918)

|