Ser de inmensa bondad, Dios poderoso: a vos acudo en mi dolor vehemente; extended vuestro brazo omnipotente, rasgad de la calumnia el velo odioso, y arrancad este sello ignominioso con que el mundo manchar quiere mi frente.
Rey de los reyes, Dios de mis abuelos: vos sólo sois mi defensor, Dios mío; todo lo puede quien al mar sombrío olas y peces dió, luz a los cielos, fuego al sol, giro al aire, al Norte hielos, vida a las plantas, movimiento al río.
Todo lo podéis vos, todo fenece o se reanima a vuestra voz sagrada; fuera de vos, Señor, el todo es nada que en la insondable eternidad perece; y aun esa misma nada os obedece, pues de ella fué la humanidad creada.
Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia, y pues vuestra eternal sabiduría ve al través de mi cuerpo el a]ma mía, cual del aire a la clara trasparencia, estorbad que, humillada la inocencia, bata sus palmas la calumnia impía.
Mas si cuadra a tu suma omnipotencia que yo perezca cual malvado impío, y que los hombres mi cadáver frío ultrajen con maligna complacencia, suene tu voz y acabe mi existencia... ¡Cúmplase en mí tu voluntad, Dios mio!
Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido)
1809 - 1844
|