Julián del Casal
Nací en Cuba. El sendero de la vida Firme atravieso, con ligero paso, Sin que encorve mi espalda vigorosa La carga abrumadora de los años.
Al pasar por las verdes alamedas, Cogido tiernamente de la mano, Mientras cortaba las fragantes flores O bebía la lumbre de los astros, Vi la Muerte, cual pérfido bandido, Abalanzarse rauda ante mi paso Y herir a mis amantes compañeros, Dejándome, en el mundo, solitario.
¡Cuán difícil me fue marchar sin guía! ¡Cuántos escollos ante mí se alzaron! ¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas! Y ¡cuán lóbregos todos los espacios! ¡Cuántas veces la estrella matutina Alumbró, con fulgores argentados, La huella ensangrentada que mi planta Iba dejando, en los desiertos campos, Recorridos en noches tormentosas, Entre el fragor horrísono del rayo, Bajo las gotas frías de la lluvia Y a la luz funeral de los relámpagos!
Mi juventud, herida ya de muerte, Empieza a agonizar entre mis brazos, Sin que la puedan reanimar mis besos, Sin que la puedan consolar mis cantos. Y al ver, en su semblante cadavérico,
De sus pupilas el fulgor opaco --Igual al de un espejo esbruñido--, Siento que el corazón sube a mis labios, Cual si en mi pecho la rodilla hincara Joven titán de miembros acerados.
Para olvidar entonces las tristezas Que, como nube de voraces pájaros Al fruto de oro entre las verdes ramas, Dejan mi corazón despedazado, Refúgiome del Arte en los misterios O de la hermosa Aspasia entre los brazos.
Guardo siempre, en el fondo de mi alma, Cual hostia blanca en cáliz cincelado, La purísima fe de mis mayores, Que por ella, en los tiempos legendarios, Subieron a la pira del martirio, Con su firmeza heroica de cristianos, La esperanza del cielo en las miradas Y el perdón generoso entre los labios.
Mi espíritu, voluble y enfermizo, Lleno de la nostalgia del pasado, Ora ansía el rumor de las batallas, Ora la paz de silencioso claustro, Hasta que pueda despojarse un día --Como un mendigo del postrer andrajo--, Del pesar que dejaron en su seno Los difuntos ensueños abortados.
Indiferente a todo lo visible, Ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasío, Como si dentro de mi ser llevara El cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo!
Libre de abrumadoras ambiciones, Soporto de la vida el rudo fardo, Porque me alienta el formidable orgullo De vivir, ni envidioso ni envidiado, Persiguiendo fantásticas visiones, Mientras se arrastran otros por el fango Para extraer un átomo de oro Del fondo pestilente de un pantano.
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Poema aparecido en el libro Hojas al Viento, dedicado a Domingo del Monte (1828). Del Monte rindió tributo a Casal en el número de la revista La Habana Elegante aparecida el 31 de octubre de 1893, con la cual homenajeó póstumamente al poeta. Domingo del Monte escribió: "... en la guirnalda fúnebre consagrada por la amistad y el cariño á la memoria de Casal, del dulce y melancólico poeta, del joven de alma grande y destino triste con quien he vivido en los últimos años en tan estrecha comunión de ideas y de sentimientos, que la muerte no ha podido desatarla sin romper fibras que llegan á lo más hondo del pecho."
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