Arbol que amé! te reconozco: en vano 
el ábrego inclemente, el bóreas ronco, 
con empeño tirano 
contra tu pompa y majestad conspiran, 
y en torno hacinan de tu mustio tronco 
tus hojas, ¡ay! que murmurando giran. 

Te reconozco, si; que tu mudanza 
no es mayor, no, que la mudanza mía. 
Marchita, cual tus ramas, mi esperanza; 
perdida, cual tus hojas mi alegría; 
más que te quiso en tu verdor florido, 
-cuando, cual tú, lozano se sentía - 
hora te quiere el corazón herido, 
contemplando tu duelo 
bajo ese opaco y macilento cielo. 

¡Ay! que también sus bóvedas etéreas 
a mudanza cruel condena el hado... 
Hoy luce un sol nublado 
entre sombras aéreas, 
que dudoso color visten al día; 
y en el blando sosiego de la noche, 
- bajo tu copa umbría - 
en otro tiempo he visto placentera 
surcar la luna, en esmaltado coche, 
el campo azul de la tranquila esfera. 

Entre tus ramas trémulas, su rayo 
filtraba puro a iluminar mi frente; 
mientras que el aura del risueño Mayo, 
en gratos sones de mi lira ardiente, 
rápida difundía 
un nombre dulce, de inefable encanto... 
Que sorda murmuró la fuente fría, 
que el ave insomne repitió en su canto, 
y allá distante - en el herboso hueco 
de la gruta sombría - 
volvió a mi oído melodioso el eco. 

¡Liras del corazón! ¡Voces internas! 
¡Divinos ecos del celeste coro 
en que glorias sin fin, dichas eternas 
e inagotable amor, en arpas de oro 
cantan los serafines abrasados, 
en alfombra de soles reclinados! 
¡Oh, cómo entonces en el alma mía 
resonar os sentí! Del pecho hirviente, 
cual rápido torrente, 
brotaba sin cesar la poesía... 
Y un santo juramento 
- que el labio apenas pronunciar osaba - 

en alas del amor al firmamento 
desde el fogoso corazón volaba, 
allá en el infinito 
su inmenso porvenir buscando escrito. 

¿ Y de esta suerte pudo 
mentir el alma y engañar el cielo? 
¿Una efímera flor - lujo del suelo - 
es de la dicha el triste simulacro, 
y en un alma inmortal el fuego sacro 
del sentimiento vívido y profundo, 
existe y muere sin dejar señales, 
cual árbol infecundo 
o como planta en yermos arenales?... 

¿Do llevaron los vientos 
tantos de amor dulcísimos acentos, 
tantos delirios de esperanza bella? 
Aquellas dulces horas 
que fueron ¡ay! cual deliciosas, breves, 
qadónde huyeron sin dejar ni huella?... 
Al sacudir sus alas bramadoras 
entre tus hojas. leves, 
¡árbol querido! el aquilón sañudo 
- que envuelto en nieblas por los aires zumba - 
cual tu tronco, desnudo 
dejó mi corazón, y mis amores 
con tus marchitas flores 
hundió a la par en ignorada tumba. 

Igual hado nos cabe: 
por eso te amo y a buscarte vuelvo 
cuando te deja tu verdor suave; 
que pasajero fue, cual la esperanza 
de mi ya mustio corazón. La suerte 
de tu pompa fugaz también alcanza 
a mis dichas mezquinas; 
y el astro sin calor, que alumbra inerte 
tus míseras ruinas, 
la imagen es del pálido recuerdo 
de aquel amor que para siempre pierdo. 

Mas volverá, con Mayo, 
la alegre primavera, 
y tu beldad primera 
tornará a darte el sol... 

Sucederán las auras 
a vientos bramadores, 
y a lívidos vapores 
las nubes de arrebol. 

De la africana costa, 
do vaga peregrina, 
veloz la golondrina 
te volverá a buscar; 

que en tus pobladas ramas, 
bajo dosel florido, 
vendrá a labrar su nido, 
atravesando el mar. 

Y en torno revolando 
de tu frondosa copa, 
verás alegre tropa 
de pajarillos mil... 

Y con aromas puros, 
- que al florecer exhalas - 
perfumarás las alas 
del céfiro gentil.

¿Por qué llorar tu suerte? 
¿Por qué gemir tu duelo? 
Que te marchite el hielo, 
te azote el aquilón... 

Tus gérmenes de vida 
no agotan sus rigores; 
cual tus perdidas flores 
las que recobras son.

De un verdor te desnudas, 
y otro verdor te cubre; 
lo que te quita Octubre, 
te restituye Abril.

Hoy eres a mis ojos 
vestigio abandonado, 
mañana honor del prado 
y orgullo del pensil. 

¡Mas nunca reverdecen 
marchitas ilusiones! 
¡No tienen estaciones 
los yermos del dolor!

¡A revivir ni un día 
ningún poder alcanza 
de efímera esperanza, 
la deshojada flor! 

¿Qué sol habrá que venza 
al desengaño esquivo, 
y su calor nativo 
a un alma yerta dé? 

El fuego que a natura 
de vida ardiente inflama, 
¡no enciende, no, la llama 
de la extinguida fe! 

¡Sufre los aquilones, 
oh árbol afortunado, 
que a restaurarte - tras su soplo helado - 
el dulce aliento del Favonio esperas! 
Cuando esa, que depones, 
pompa gentil te restituya Mayo, 
y tus flores primeras 
broten del sol al fecundante rayo, 
la triste lira mía 
no templaré para cantar tu gloria, 
ni una insana memoria 
vendré a abrigar bajo tu copa umbría... 

Mas pueda entonces, pueda, 
rica de aromas, de verdor y flores, 
(¡esta esperanza a mi dolor le queda!) 
sombra prestar a mi sepulcro frío... 
Y cuando torne el aquilón impío 
a marchitar tus plácidos colores, 
las ramas melancólicas inclina 
sobre mi humilde losa; 
y en hora silenciosa, 
- cuando la noche lóbrega domina 
las lánguidas esferas, 
y esparce su narcótico beleño - 
que tus hojas postreras 
giren en torno, y a mi eterno sueño 
con lúgubre murmullo 
benignas den el postrimer arrullo!
		 

Gertrudiz Gómez de Avellaneda

 

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