A Emilia

A Emilia

 


Desde el suelo fatal de su destierro
 tu triste amigo, Emilia deliciosa,
 te dirige su voz; su voz que un día
 en los campos de Cuba florecientes
 virtud, amor y plácida esperanza
 cantó felice, de tu bello labio
 mereciendo sonrisa aprobadora,
 que satisfizo su ambición. Ahora
 sólo gemir podrá la triste ausencia
 de todo lo que amó, y enfurecido
 tronar contra los viles y tiranos
 que ajan de nuestra patria desolada
 el seno virginal. Su torvo ceño
 mostróme el despotismo vengativo,
 y en tomo de mi frente acumulada
 rugió la tempestad. Bajo tu techo
 la venganza burlé de los tiranos.
 Entonces tu amistad celeste, pura,
 mitigaba el horror a los insomnios
 de tu amigo proscripto y sus dolores.
 Me era dulce admirar tus formas bellas
 y atender a tu acento regalado,
 cual lo es al miserable encarcelado
 el aspecto del cielo y las estrellas.
 Horas indefinibles, inmortales, 
de angustia tuya y de peligro mío,
 ¡cómo volaron! Extranjera nave
 arrebatóme por el mar sañudo, 
cuyas oscuras turbulentas olas
 me apartan ya de playas españolas.
 Heme libre por fin: heme distante
 de tiranos y siervos. Mas, Emilia,
 ¡qué mudanza cruel! Enfurecido
 brama el viento invernal sobre sus alas
vuela y devora el suelo desecado
 el yelo punzador. Espesa niebla
 vela el brillo del sol, y cierra el cielo,
 que en dudoso horizonte se confunde
 con el oscuro mar. Desnudos sufren
 por do quiera los árboles la saña
 del viento azotador, Ningún ser vivo
 se ve en los campos. Soledad inmensa
 reina y desolación, y el mundo yerto
 sufre de invierno cruel la tiranía.

¿Y es esta la mansión que trocar debo
 por los campos de luz, el cielo puro,
 la verdura inmortal y eternas flores
 y las brisas balsámicas del clima
 en que el primero sol brilló a mis ojos
 entre dulzura y paz ... ? -Estremecido
 me detengo, y agólpanse a mis ojos
 lágrimas de furor... ¿Qué importa? Emilia,
 mi cuerpo sufre, pero mi alma fiera
 con noble orgullo y menosprecio aplaude
 su libertad. Mis ojos doloridos
 no verán ya mecerse de la palma
 la copa gallardísima, dorada
 por los rayos del sol en occidente;
 ni a la sombra del plátano sonante
 el ardor burlaré del medio día,
 inundando mi faz en la frescura
 que espira el blando zéfiro. Mi oído,
 en lugar de tu acento regalado,
 del eco apacible y cariñoso
 de mi madre, mi hermana y mis amigas,
 tan solo escucha de extranjero idioma
 los bárbaros sonidos; pero al menos
 no lo fatiga del tirano ínfame
 el clamor insolente, ni el gemido
 del esclavo infeliz, ni del azote
 el crujir execrable, que emponzoñan
 la atmósfera de Cuba. Patria mía,
 ¡idolatrada patria!, tu hermosura
 goce el mortal en cuyas torpes venas
 gire con lentitud la yerta sangre,
sin alterarse al grito lastimoso
 de la opresión. En medio de tus campos
 de luz vestidos y genial belleza,
 sentí mi pecho férvido agitado
 por el dolor, como el Océano brama
 cuando lo azota el Norte. Por las noches,
 cuando la luz de la callada luna
 del limón el delicioso aroma,
 llevado en alas de la tibia brisa,
 a voluptuosa calma convidaban
 mil pensamientos de furor y saña
 entre mi pecho hirviendo, me nublaban
 el congojado espíritu, y el sueño
 en mi abrasada frente no tendía
 sus alas vaporosas. De mi patria
 bajo el hermoso desnublado cielo
 no pude resolverme a ser esclavo,
 ni consentir que todo en la natura
 fuese noble y feliz, menos el hombre.
 Miraba ansioso al cielo y a los campos
 que en derredor callados se extendían,
 y en mi lánguida frente se veían
 la palidez mortal y la esperanza.

Al brillar mi razón, su amor primero
 fue la sublime dignidad del hombre,
 y al murmurar de Patria el dulce nombre,
 me llenaba de horror el extranjero.
 ¡Pluguiese al cielo, desdichada Cuba,
 que tu suelo tan sólo produjese
 hierro y soldados! La codicia ibera
 no tentáramos, ¡no!... Patria adorada,
 de tus bosques el aura embalsamada
 es al valor, a la virtud funesta.
 ¿Cómo viendo tu sol radioso inmenso,
 no se inflama en los pechos de tus hijos
 generoso valor contra los viles
 que te oprimen audaces y devoran?

¡Emilia! ¡Dulce Emilia! La esperanza
 de inocencia, de paz y de ventura
 acabó para mí. ¿Qué gozo resta
al que desde la nave fugitiva
 en el triste horizonte de la tarde
 hundirse vio los montes de su patria
 por la postrera vez? A la mañana
 alzóse el sol, y me mostró desiertos
 el firmamento y el mar... ¡Oh! ¡Cuán odiosa
 me pareció la mísera existencia!
 Bramaba en torno la tormenta fiera,
 y yo sentado en la agitada popa
 del náufrago bajel, triste y sombrío,
 los torvos ojos en el mar fijando,
 meditaba de Cuba en el destino
 y en sus tiranos viles, y gemía,
 y de rubor y cólera temblaba,
 mientras el viento en derredor rugía,
 y mis sueltos cabellos agitaba.

¡Ay! También otros mártires... ¡Emilia,
 doquier me sigue en ademán severo
 del noble Hernández la querida imagen!
 ¡Eterna paz a tu injuriada sombra,
 mi amigo malogrado! Largo tiempo
 el gran flujo y reflujo de los años
 por Cuba pasará, sin que produzca
 otra alma cual la tuya, noble y fiera.
 Víctima de cobardes y tiranos,
 ¡descansa en paz! Si nuestra patria ciega,
 su largo sueño sacudiendo, llega
 a despertar a libertad y gloria,
 honrará, como debe, tu memoria.

¡Presto será que refulgente aurora
 de libertad sobre su puro cielo mire
 Cuba lucir! Tu amigo, Emilia,
 de hierro fiero y de venganza armado
 a verte volverá y en voz sublime
 entonará de triunfo el himno bello.
 Mas si en las lides enemiga fuerza
me postra ensangrentado, Por lo menos no
 obtendrá mi cadáver tierra extraña,
 Y regado en mi féretro glorioso
 por el llanto de vírgenes Y fuertes
 me adormiré. La universal ternura
 excitaré dichoso, y enlazada
 mi lira de dolores con mi espada,
 coronarán mi noble sepultura.

(1824)
José María Heredia

 

 

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