Declaración del Episcopado Cubano sobre el diálogo con la comunidad cubana residente fuera de nuestro pais.

21 de Noviembre de 1978

El Comité Permanente de la Conferencia Episcopal Cubana celebró en la fecha de hoy, veintiuno de noviembre, una reunión de trabajo. En ella se dedicó especial atención a la iniciativa del Presidente del Consejo de Estado del Gobierno Revolucionario de Cuba, tomada en meses atrás, sobre el diálogo con la comunidad cubana residente fuera de nuestro país. Dicho tema fue considerado desde el punto de vista de la solidaridad humana y en el ámbito de la responsabilidad Pastoral, conforme a la misión propia y religiosa de la Iglesia, expresada a través de sus legítimos pastores. Ofrecemos pues, a nuestros fieles y a todos los demás que también son nuestros hermanos, el fruto evangélico de nuestra reflexión.

l) La renovada toma de conciencia de nuestras comunes raíces culturales y el amor que todos le debemos a nuestra Patria común, corresponden al compromiso de nuestra vida cristiana, arraigada en nuestra sociedad. Por ello compartimos la acogida dispensada -con la nobleza y cordialidad sin fronteras propias de nuestro pueblo-, a ese generoso empeño, iluminándolo con la luz de la fraternidad evangélica. La Obra Salvadora de Nuestro Señor Jesucristo, de la cual hemos de ser testigos, servidores y maestros, consiste en una tarea permanente de profunda y sincera reconciliación. Así contribuimos a que crezca entre los hombres, confiados a nuestro cuidado pastoral, una hermandad fundada en la solidaridad humana y en la filiación divina; de modo particular entre aquellos que convivimos en esta nuestra querida Patria cubana, cuyas fronteras espirituales se extienden hasta donde llegan, con su presencia, los hijos de esta tierra de la Madre de Dios, la Virgen de la Caridad del Cobre.

2) Queremos, pues, manifestar públicamente nuestro apoyo pastoral a este diálogo debido a los planteamientos hechos, oportunamente, por nuestro Presidente del Consejo de Estado, Fidel Castro y cuya primera etapa acaba de comenzar, al ser correspondido por amplios sectores de connacionales nuestros radicados, por diversos motivos, fuera de nuestro país. Al mismo tiempo pedimos a nuestros queridos fieles que eleven con nosotros sus plegarias al Señor y a Nuestra Madre, La Virgen de la Caridad, invocando su ayuda en esta tarea en la cual nos sentimos estrechamente unidos todos los cubanos, y, además, por motivos de fe, todos los cristianos.

3) Consideremos, asimismo, que en ese clima de mutua y responsable comprensión podrán darse pasos orientados a resolver cuestiones que preocupan por igual, a los que rigen nuestros destinos nacionales; a todo el pueblo cubano en general; y, especialmente, a sectores del mismo más intensa y humanamente concernidos.

4) La búsqueda de una creciente convivencia pacífica en función del bien común de todos -basada en la preocupación compartida por la justicia e informada por el amor fraterno-, hace que la atención se centre en determinados aspectos. Asume una especial importancia el destino de aquellos hermanos nuestros que por motivaciones de índole política se encuentran aún privados de libertad, quienes esperan ansiosos, junto a sus queridos familiares, la hora de dar por concluida esa dolorosa experiencia, para rehacer sus vidas.

5) A este propósito deseamos públicamente constatar los pasos que, gradualmente se han ido dando por las autoridades competentes para orientar hacia canales de reintegración en la vida de nuestra sociedad, en favor de no pocos excarcelados. Quedan, sin embargo, otros que aún permanecen en la situación anterior, pendientes de una humanitaria solución.

6) Respecto a estos últimos, nos adherimos, pastoralmente, al ofrecimiento manifestado por el Presidente del Consejo de Estado, Comandante Fidel Castro. Dicho ofrecimiento garantiza la inmediata libertad de la inmensa mayoría de aquéllos, con tal de que sean aceptados por otros estados, comenzando por los Estados Unidos. Dirigimos, pues, nuestra insistente y evangélica súplica a los gobernantes de ese país –sin excluir a otros estados que estén en condiciones de efectuarlo-, para que procedan a corresponder ante ofrecimiento tan preciso, abriendo cuanto antes las puertas de su rápida y comprensiva acogida. Este gesto de solidaridad humana hacia quienes lo necesitan, constituiría una manifestación de hospitalidad internacionalmente reconocida.

7) Entendemos que esa actitud para que sea completa conlleva la disponibilidad de aceptar conjuntamente a las esposas o esposos de los interesados -así como a los hijos más necesitados del calor hogareño-, propiciando así la reunificación estable de esas familias hasta ahora humanamente desgarradas por el dolor.

8) Por lo que se refiere a aquellos que ya se encuentran en libertad, se dan situaciones que reclaman análogas soluciones. Para algunos sería menester un procedimiento similar a fin de que se logre su reunificación con los seres queridos de quienes se encuentran separados desde hace años, por haber ellos salido del país. Otros -apoyados en motivos humanamente comprensibles-, no se encuentran en condiciones de rehacer establemente sus vidas, ante una realidad social diferente a la que ellos vivieron anteriormente. Movidos por razones humanas y cristianas hacemos extensiva nuestra instancia a esos casos de modo que puedan lograr sus aspiraciones en el plazo más breve posible, atendiendo a su estabilización humana y familiar, la cual comprende la aceptación del cónyuge y de los hijos necesitados del calor del hogar. Iguales motivos nos inducen a sugerir que puedan regresar a esta nuestra Patria aquellas esposas e hijos, cuyos esposos, ya liberados y reintegrados a la vida social, desean ese retorno con el mismo propósito de consolidar definitivamente su estabilidad familiar.

9) Aquel sentido de solidaridad humana al cual nos referíamos al comienzo de esta declaración -animado por nuestro deber pastoral-, nos impele a abogar porque se vayan efectuando medidas que permitan -dentro de las debidas condiciones que competen a los Estados-, las visitas de los familiares entre sí. Esos encuentros humanos harán desarrollarse más intensamente los lazos que deben unir a los cubanos en esta nuestra amada tierra con los familiares y amigos residentes en el exterior; y estrecharán los vínculos espirituales entre los hijos de la misma Patria; vínculos que trascienden las fronteras de los Estados y las diferencias de los sistemas de vida.

10) Finalmente, con paternal afecto recordamos a las conciencias de nuestros queridísimos fieles que su vocación bautismal está ligada por la Providencia Divina al suelo en el cual nacieron; y al que le deben lo mejor de sí mismos, desde su incuestionable identidad cristiana. Cristo Nuestro Salvador amó a su Patria y en ella cumplió la voluntad de su Padre al servicio de la salvación plena de todos los hombres. Siguiendo su ejemplo, todos nosotros hemos de examinar nuestras conciencias a la luz de nuestra fe, para ser fieles a nuestros compromisos cristianos allí donde el Señor nos llamó a la vida y nos incorporó a su nuevo Pueblo que es la Iglesia, Nuestra Madre. Esta profunda y efectiva motivación ha de infundirle el más pleno sentido a nuestra existencia cada día, para saber entregamos evangélicamente al bien de nuestra queridísima Patria; contribuyendo con nuestro esfuerzo, sacrificio, lealtad, capacidad, honestidad y fidelidad a que el desarrollo progresivo de su vida social -junto a los demás que son nuestros hermanos-, crezca en justicia, humanidad y fraternidad.

 

Ciudad de La Habana, 21 de noviembre de 1978.

 

Por los Obispos de Cuba:
EL COMITE PERMANENTE
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL CUBANA.