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Arzobispo Pedro Meurice Discurso de aceptación
Ante el paredón de fusilamiento
Nuestros Mártires gritaban
"Viva Cristo Rey"

PRESENTE Y FUTURO DE LA IGLESIA EN CUBA

Arzobispo Pedro Meurice
Discurso de aceptación del título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Georgetown.
19 de Junio de 1999

Ilustrísimo Sr. Rector Magnifico:
Honorable claustro de profesores:
Alumnos y familiares:
Señoras y Señores:

Cuba y su Iglesia han encontrado, sobre todo después de la visita del Papa Juan Pablo II a la Isla, un nuevo lugar en la consideración de la familia de naciones.

Creo que es más por el caudal humano de sus hijos e hijas que por los mismos acontecimientos que han marcado su historia. Su Santidad lanzaba este apremiante llamamiento que aún está por responder: "Que Cuba se abra al mundo con todas sus magníficas posibilidades y que el mundo se abra a Cuba...Llamada a vencer el aislamiento, ha de abrirse al mundo y el mundo debe acercarse a Cuba, a su pueblo, a sus hijos, que son sin duda su mayor riqueza. ¡Esta es la hora de emprender los nuevos caminos que exigen los tiempos de renovación que vivimos, al acercarse el Tercer milenio de la era cristiana!."

Desde esa perspectiva, agradezco profundamente a las autoridades universitarias de esta insigne y venerable Alma Mater por la alta distinción de conceder al Arzobispo de Santiago de Cuba este título de Doctor Honoris Causa en Humanidades. Estoy seguro de su cercanía a mi país, es por ello que puedo estarlo también en relación con este gesto de amistad y apoyo, que por supuesto, no va dirigido a mi persona sino que lo recibo como una señal de esperanza en el camino de Cuba y su Iglesia. Una señal elocuente que no tengo que interpretar debido a su evidencia.

UNA VISIÓN DEL PRESENTE.

No obstante, al recibir este doctorado, quisiera compartir con ustedes mi visión de ese camino que, como ustedes saben, ha estado bordeado de encrucijadas y recodos, de luces que dejan ver más allá de lo inmediato y de penumbras que entorpecen el avance. Ha sido un camino de cruz y resurrección, de dolor y esperanza. No han faltado voces que nos han invitado a parar... a desmayar en la esperanza, a sentarnos a esperar lo peor. Otras nos han animado a proseguir, a perseverar... la más autorizada de esas voces ha sido la del Santo Padre que no solo nos invita a seguir el camino sino a encontrar "nuevos caminos" de renovación.

La Iglesia en Cuba ha recibido esta exhortación papal en medio de un crecimiento visible. Durante décadas la Iglesia en Cuba creció hacia adentro, se purificó hasta quedarse en lo esencial, asumió la cruz silenciosa y aprendió a creer en la fuerza de lo pequeño, en la eficacia de la pobreza, en la libertad de vivir despojada de todo poder. Con un solo poder contamos, el de Cristo crucificado y resucitado.

En la última década, sin embargo, esa cruz ha dado sus frutos.

La Iglesia creció en credibilidad y capacidad de convocatoria, ha ganado con perseverancia y audacia mayores y nuevos espacios físicos y morales. Se ha duplicado el número de sacerdotes y religiosas debido a que el Estado ha concedido un mayor número de permisos de entrada a misioneros que llevaban años esperando ese visado. En correspondencia con la sed de Dios y la búsqueda de servicios religiosos que ahora se expresan, de una forma cada vez más exigente, la Iglesia cubana ha sido fortalecida también en sus estructuras pastorales. Las relaciones con la Iglesia en este continente han sido muy significativas, no solo con el CELAM, sino que debo destacar las relaciones entre el episcopado cubano y el norteamericano. Esto constituye un paradigma y un desafío para el mejoramiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

En cuanto a las relaciones entre la Iglesia y el Estado podemos decir que se ha llegado al más alto nivel entre la Santa Sede y el Gobierno cubano con el intercambio de visitas que hicieron el Presidente de Cuba en noviembre de 1996 y Juan Pablo II en Enero de 1998. La peregrinación apostólica del Papa a Cuba quedará como un modelo de relaciones internacionales en que el alto nivel ético y el sentido de lo posible se encuentran para superar las estrategias del aislamiento y las medidas punitivas que intentan presionar a los gobiernos con medidas que al mismo tiempo incomunican al pueblo que lo sufre.

Ustedes saben que las relaciones entre la Santa Sede y un Estado laico moderno deben ser espejo y signo de las relaciones existentes entre la Iglesia local y el Estado de ese país, de modo que la manifestación de la fe religiosa, el espacio y la autonomía necesarios para las obras de culto, de profetismo y caridad no sean considerados, ni como asunto privado sin derecho público, ni siendo valorados con sospechas y prejuicios ideológicos, excluyan a los que la profesan como ciudadanos de segunda categoría o de alguna manera segregados del mundo de las decisiones y de otras responsabilidades.

Por otra parte, mientras el pueblo sufra alguna injusticia o limitación, por pequeña que sea, la Iglesia debe hacer de esas necesidades y dolores de su pueblo un punto cardinal del contenido de sus relaciones con el Estado. De lo contrario, la Iglesia solo reclamaría lo que pudiera ser considerado como sus derechos institucionales o concernientes a su vida interna, pero para los seguidores de Jesucristo, estas demandas nunca pueden estar separadas de los derechos de las gentes.

Es por eso que para alcanzar este estado de relaciones es necesario, además, que se llegue a un consenso responsable y no solo conceptual sobre dos realidades que dominan este tipo de intercambios: precisamente, el Estado laico moderno y la libertad religiosa.

Cuando el estado asume la condición y los métodos de una especie de "religión secular" no solo ha ido más allá del estado confesional sino que ha rebasado el marco propio de las funciones del Estado moderno. La conciencia contemporánea no acepta ningún tipo de fundamentalismo político o religioso de las instituciones religiosas, y mucho menos la sacralización del Estado y sus funciones, inspirada en una mística paternalista y mesiánica extraña a su misma razón de ser.

Cuando el estado o las iglesias u otras instituciones intentan invadir, manipular, o restringir el sagrario de la conciencia humana dictándole, desde afuera, un dogma y una moral absolutamente heterónoma e impuesta no solamente se violan los derechos de la persona humana, sino que se provoca un deterioro ético y cívico que puede llevar a las personas al vacío existencial, a la despersonalización y a todo el tejido social a un proceso de desintegración por corrupción interna.

Reconstruir esta subjetividad social y restablecer la autonomía de la persona humana cuesta mucho más tiempo y trabajo que reconstruir la economía o las estructuras políticas de un país. Deseo llamar la atención sobre este punto porque considero que está poco estudiado, forma parte esencial de las relaciones sociales e internacionales y no puede ser importado, ni exportado, sin tener un gran respeto a la identidad de las culturas.

LAS RELACIONES ENTRE LOS ESTADOS.

EL respeto a las culturas y a la soberanía de los pueblos que debe comenzar desde el mismo seno del pueblo, entre sus mismos ciudadanos, debe ser una de las premisas para la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.

Las políticas domésticas no deben lastrar esas relaciones ni en Cuba, ni en Estados Unidos. Países como los nuestros, deben dar muestras de madurez y amor a la libertad no solo defendiéndola en cualquier parte del mundo, sino cultivándola en el entramado de sus propios mecanismos de carácter electoral, político o publicitario. Más allá de las presiones y gestiones de intereses de parte, éticamente deben priorizarse las necesidades del pueblo que sufre. Las soluciones que no han dado resultado en muchos años deben ser reemplazadas por otras aunque estén por probar, pero que sean alternativas al inmovilismo.

Recuerdo las preclaras palabras del Santo Padre al despedirse en el aeropuerto de La Habana:

El Santo Padre enumera las causas de la actual situación cubana y sugiere que todos debemos "dar pasos" para crear "un ambiente de mayor libertad y pluralismo".

En mi opinión, estos "pasos" que marcarían lo que se ha llamado "la nueva etapa" después de la visita papal, no tendrán un rumbo cierto y no serán creíbles si no van encaminados a solucionar eficazmente las cuatro causas, que entre otras, provocan la actual crisis que vivimos en Cuba.

Deseo referirme, brevemente, a la situación que vive mi pueblo no como una queja baldía sino como testimonio de la urgencia que lleva consigo este llamado a construir un futuro nuevo con ilusión y generosidad:

La renovación es apremiante porque la "pobreza material y moral" provoca una angustia existencial que conduce por un lado a la emigración imparable y por otro a un exilio interior que enajena a muchos. Esta situación de pobreza, y las incipientes medidas económicas que podríamos llamar de supervivencia han provocado "desigualdades injustas" que no concuerdan con el ideal de justicia social y que van abriendo, también en Cuba, una brecha entre los que tienen y pueden y los que no tienen lo necesario y no pueden alcanzarlo ni con su trabajo, ni con su dinero, porque solo se puede adquirir con otra moneda. La situación de Cuba no puede reducirse a un problema económico o de justicia distributiva. Más al fondo del problema se encuentran "las limitaciones de las libertades fundamentales" que, como todos sabemos, es la causa profunda de todo lo demás.

Quien conoce bien la iniciativa y la creatividad proverbial del pueblo cubano y aprecia su cultura y nivel de instrucción, sólo le queda preguntarse qué le impide a este pueblo alcanzar mayores grados de desarrollo, sobre todo en aspectos que no tienen una relación directa con "las medidas económicas restrictivas" venidas de afuera. El colectivismo, estatalmente impuesto, ha provocado una lesión antropológica en buen número de cubanos: se trata de la "despersonalización y el desaliento". Es la razón que nos permite comprender por qué muchos de nosotros hacemos dejación de nuestras libertades y no asumimos el protagonismo de nuestras vidas y de nuestra historia nacional.

No todo es causado dentro de Cuba, a estas situaciones de las que, en diferente medida, todos los cubanos somos responsables, unos por provocarlas y otros por no contribuir a que las cosas cambien, se unen desde fuera presiones, aislamiento y las ya mencionadas restricciones comerciales y económicas como el embargo. Esta especie de bloqueo externo junto con los demás bloqueos a la iniciativa y la libertad personal, son éticamente inaceptables y al ser injustos deben ser abolidos.

La apertura que el Papa pidió a Cuba y al mundo no debe ser interpretada ni reducida a relaciones comerciales, financieras o económicas. Estas están incluídas, pero circunscribir las relaciones entre las naciones a esos aspectos es tan éticamente inaceptable como bloquearlos. Yo diría que es más condenable puesto que establece una relación interesada, materialista, como si Cuba, u otros países, fueran solo playas, mujeres, ron, azúcar o níquel. Unas relaciones internacionales que no tengan como base el intercambio cultural, académico, artístico en el sentido de la mutua correspondencia y no como exportación de bienes patrimoniales, deportivos, intelectuales y de turismo familiar, están viciadas y constituyen una ofensa a la dignidad del pueblo.

Dentro de este marco ético y humanístico, creo que debería considerarse también la normalización de las relaciones de Cuba con Estados Unidos. Si bien existe el peligro de aspiraciones hegemónicas en este mundo globalizado, del mismo modo constituye un absurdo que dos países vecinos con una comunidad en continuo movimiento migratorio y otros elementos de mutuo beneficio cedan a la lógica de la confrontación y no dejen paso a unas relaciones respetuosas de la soberanía geográfica y cultural de ambos y unos lazos de intercambio que vayan más allá del mercado.

Dos padres fundadores de nuestra Nación: el presbítero Félix Varela y el apóstol de nuestra Independencia, José Martí, vivieron por un tiempo en este país, conocieron sus virtudes y defectos, admiraron sus riquezas humanas y sus instituciones, su amor a la libertad y los elementos que nos diferenciaban.

Creo que una de las claves para las relaciones entre nuestros dos pueblos la escribió Martí el 6 de agosto de 1892 en el periódico "Patria" al narrar una visita a San Agustín de la Florida lugar donde murió Varela y donde estuvo enterrado hasta 1911 en que fue trasladado a la Universidad de La Habana. De él decía Martí:

"Dijo sin miedo lo que vio y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo, sin alocarse o apresurarse, ni confundir el justo respeto a un pueblo de instituciones libres con la necesidad injustificada de agregarse al pueblo extraño y distinto que no posee sino lo mismo que con nuestro esfuerzo y calidad probada podemos llegar a poseer: los restos del P. Varela."

He aquí, a mi modo de ver, las bases para el camino de la normalización de relaciones entre nuestros dos países, puesto que nuestros dos pueblos nunca han dejado de relacionarse: justo respeto, sin alocarse, sin pretender una agregación inaceptable no solo geográfica o política sino cultural, reconocimiento de lo que nos distingue y de lo que ambos podemos llegar a alcanzar.

Pero hay un elemento de este pensamiento insigne de Martí que siempre me ha llamado la atención: podemos llegar a poseer lo mismo que Estados Unidos pero con nuestro esfuerzo y calidad probada.

En el mensaje que enviara a la Iglesia cubana al cumplirse el primer aniversario de su Visita, Su Santidad nos decía:

"Acojan el llamado a ser virtuosos. Ello quiere decir que sean fuertes por dentro, grandes de alma, ricos en los mejores sentimientos, valientes en la verdad, audaces en la libertad, constantes en la responsabilidad, generosos en el amor, invencibles en la esperanza. La felicidad se alcanza desde el sacrificio. No busquen fuera lo que pueden encontrar dentro. No esperen de los otros lo que ustedes son capaces y están llamados a ser y hacer. No dejen para mañana el construir una sociedad nueva, donde los sueños más nobles no se frustren y donde ustedes puedan ser los protagonistas de su historia. Recuerden que la persona humana y el respeto por la misma son el camino de un mundo nuevo".

He querido presentarles este momento fuerte del magisterio del Papa en perfecta sintonía con lo mejor de nuestra cultura para que puedan compartir con nosotros esos "sueños más nobles" y para que podamos acompañarnos mutuamente en ese "camino hacia un mundo nuevo".

Esta Universidad es heredera y continuadora de la más genuina tradición de esta gran Nación multinacional, pluriétnica e interreligiosa. En ella han vivido hombres que emprendieron, a su tiempo, y a su forma, ese camino que también nosotros los cubanos hemos emprendido hace más de 200 años. Uno en la Memoria a lo mejor de este pueblo y del mío: Varela, Céspedes, Maceo y Martí junto a Washington y Jefferson, Lincoln y Luther King.

La Iglesia en Cuba también tiene un sueño como el de estos padres:

Soñamos con una América unida en la diversidad para que la esperanza vuelva a renacer desde el nuevo mundo.

Soñamos con que ese nuevo mundo no sea nunca más conquistado ni conquistador a fuerza de armas y violencia, sino a fuerza de respeto a la persona humana y de virtud.

Soñamos con que Cuba pueda ser, como lo soñó Martí, el "fiel de América", humilde pero esencial servicio, para que en este continente puedan equilibrarse las balanzas del poder y del ser, del tener y el saber, del Norte y del Sur.

"Cuba tiene un alma cristiana y eso la ha llevado a tener una vocación universal" ha dicho el Papa en La Habana. Que esa vocación recuperada para la paz y sanada de aislamientos, pueda convertirla otra vez en la llave del Golfo, la Perla de las Antillas, la Rosa de los mares, la encrucijada de todas las rutas del nuevo mundo y la Isla verde de la Esperanza para todo el mundo que busque un nuevo proyecto de justicia social y libertad que no pierda nunca el calor humano con que sopla el Espíritu.

Antes de terminar quiero felicitar y unirme a la alegría de todos los estudiantes de esta Universidad que ven coronados sus esfuerzos con la graduación hoy. Yo recibo este título "Honoris causa", ustedes reciben su tútulo "Laboris causa" por su dedicación, trabajo y constancia. Felicidades, y desde ahora con ustedes me siento hijo de esta "Alma Mater"

Muchas Gracias.

Mons. Pedro Meurice Estiu
Arzobispo de Santiago de Cuba
29 de Mayo de 1999