Mujeres

	Esta, es rubia; ésa, oscura; aquélla, extraña
	Mujer de ojos de mar y cejas negras;
	Y una cual palma egipcia, alta y solemne,
	Y otra como un canario gorjeadora.
	Pasan y muerden; los cabellos luengos
	Echan, como una red; como un juguete
	La lánguida beldad ponen al labio
	Casto y febril del amador que a un templo
	Con menos devoción que al cuerpo llega
	De la mujer amada; ella, sin velos
	Yace, ¡y a su merced!, él, casto y mudo,
	En la inflamada sombra alza dichoso
	Como un manto imperial de luz de aurora.
	Cual un pájaro loco en tanto ausente
	En frágil rama y en menudas flores,
	De la mujer el alma travesea.
	Noble furor enciende al sacerdote,
	Y a la insensata, contra el ara augusta
	Como una copa de cristal rompiera.
	Pájaros, sólo pájaros: el alma
	Su ardiente amor reserva al universo.
	
	                       II
	
	Vino hirviente es amor: del vaso afuera,
	Echa, brillando al sol, la alegre espuma,
	Y en sus claras burbujas, desmayados
	Cuerpos, rizosos niños, cenadores
	Fragantes y amistosas alamedas
	Y juguetones ciervos se retratan.
	De joyas, de esmeraldas, de rubíes,
	De ónices y turquesas y del duro
	Diamante, al fuego eterno derretidos,
	Se hace el vino satánico. Mañana
	El vaso sin ventura que lo tuvo,
	Cual comido de hienas, y espantosa
	Lava mordente, se verá quemado.
	
	                       III
	
	Bien duerma, bien despierte, bien recline,
	– Aunque no lo reclino – bien de hinojos,
	Ante un niño que juega el cuerpo doble,
	Que no se dobla a viles ni a tiranos,
	Siento que siempre estoy en pie. Si-suelo,
	Cual del niño en los rizos suele el aire
	Benigno, en los piadosos labios tristes
	Dejar que vuele una sonrisa, es cierto
	Que así, sépalo el mozo, así sonríen
	Cuantos nobles y crédulos buscaron
	El sol eterno en la belleza humana.
	Sólo hay un vaso que la sed apague
	De hermosura y amor: Naturaleza
	Abrazos deleitosos, hibleos besos
	A sus amantes pródiga regala.
	
	                       IV
	
	Para que el hombre los tallara, puso
	El monte y el volcán Naturaleza;
	El mar, para que el hombre ver pudiese
	Que era menor que su cerebro; en horno
	Igual, sol, aire y hombres elabora.
	Porque los dome, el pecho al hombre inunda
	Con pardos brutos y con torvas fieras.
	¡ Y el hombre no alza el monte; no en el libre
	Aire ni en sol magnífico se trueca,
	Y en sus manos sin honra, a las sensuales
	Bestias del pecho el corazón ofrece!
	A las pies de la esclava vencedora
	El hombre yace deshonrado, muerto.