Allí despacio te diré mis cuitas, ¡Allí en tu boca escribiré mis versos! ¡Ven, que la soledad será tu escudo! Ven, blanca oveja, Pero, si acaso lloras, en tus manos Esconderé mi rostro, y con mis lágrimas Borraré los extraños versos míos, ¿Sufrir tú, a quien yo amo, y ser yo el casco Brutal, y tú, mi amada, el lirio roto? No, mi tímida oveja, yo odio el lobo, Ven, que la soledad será tu escudo. ¡Oh! la sangre del alma, ¿tú la has visto? Tiene manos y voz, y al que la vierte Eternamente entre las sombras acusa. ¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres De almas, y hay villanos matadores! Al bosque ven: del roble más erguido Un pilón labremos, y ¡en el pilón Cuantos engañen a mujer pongamos! Esa es la lidia humana: ¡la tremenda Batalla de los cascos y los lirios! ¿Pues los hombres soberbios, no son fieras? ¡Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo Mi bestia muerta y mi furor domado. Ven, a callar, a murmurar, al ruido De las hojas de Abril y los nidales. Deja, oh mi amada, las paredes mudas De esta casa ahoyada y ven conmigo No al mar que bate y ruge sino al bosque De rosas que hay al fondo de la selva. Allí es buena la vida, porque es libre, Y tu virtud, por libre, será cierta, Por libre, mi respeto meritorio. Ni el amor, si no es libre, da ventura. ¡Oh, gentes ruines, los que en calma gozan De robados amores! Si es ajeno El cariño, el placer de respetarlo Mayor mil veces es que el de su goce; Del buen obrar que orgullo al pecho queda Y como en dulces lágrimas rebosa, Y en extrañas palabras, que parecen ¡Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa La de fingir amor! ¡Pues hay tormento Como aquel, sin amar, de hablar de amores! ¡Ven, que allí triste iré, pues yo me veo! ¡Ven, que la soledad será tu escudo! |