24.- Por el cañandón, por el monte de Acosta, por el roncaral de piedra roída, con sus pozos de agua limpia en que bebe el sinsonte y su cama de hojas secas, halamos, de sol a sol, el camino fatigoso. Se siente el peligro. Desde el Palenque nos van siguiendo de cerca las huellas. Por aquí pueden caer los indios de Garrido. Nos asimos en el portal de Valentín, mayoral del ingenio de Santa Cecilia. Al Juan fuerte, de buena dentadura, que sale a darnos la mano tibia : cuando su tío Luis lo llama al cercado: "Y tú, ¿Por qué no vienes? ¿Pero no ve como me come el bicho? El bicho la familia ¡Ah, hombres alquilados, salario corruptor! Distinto, el hombre propio, el hombre de si mismo. ¿Y esta gente? ¿que tiene que abandonar? ¿ La casa de yaguas, que les da el campo, y hacen con sus manos? ¿Los puercos, que pueden criar en el monte? Comer, lo da la tierra ; calzado, la yagua y la majagua ; medicina, las yerbas y cortezas ; dulce, la miel de abejas. Mas adelante, abriendo hoyos para la cerca, el viejo barbón y barrigudo, sucia la camiseta y el pantalón a los tobillos y el color terroso y los ojos viboreznos y encogidos : ¿Y ustedes qué hacen? "Pues aquí estamos haciendo estas cercas". Luis maldice y levanta el brazo grande por el aire. Se va a anchos pasos, temblandole la barba.
25.- Jornada de guerra. A monte puro vamos acercándonos, ya en las garras de Guantánamo, hostil en la primera guerra, hasta Arroyo Hondo. Perdiamos el rumbo. Las espinas, nos tajaban. Los bejucos nos ahorcaban y azotaban. Pasamos por un bosque de jigueras, verdes, puyadas al tronco desnudo, o a tramo ralo. La gente va vaciando jigueras, y emparejándole la boca: A las once redondo tiroteo.. Tiro graneado, que retumba ; contra tiros velacios y secos. Como a nuestros mismos pies es el com- bate; entran, pesadas, tres balas que dan en los troncos. "¡Que bonito es un tiroteo de lejos!" dice el ' muchachón agraciado de San Antonio, un niño. "Más bonito es de cerca", dice el viejo. Siguiendo, nuestro camino subimos a la margen del arroyo. El tiroteo se espesa. Magdaleno, sentado contra un tronco, recorta adornos en su jiguera nueva. Almorzamos huevos crudos, un sorbo de miel y chocolate de "La Imperial" de Santiago de Cuba. A poco, las noticias nos vienen del pueblo. Y ya han visto entrar a un muerto, y 25 heridos. Maceo vino a buscarnos, y espera en los alrededores: a Maceo, alegremente. Dije en carta a Carmita: "En el camino mismo del combate nos esperaban los cubanos triunfadores : se echan de los caballos abajo; los caballos que han tomado a la guardia civil : se abrazan y nos vitorean : nos suben a caballo y nos calzan la espuela", ¿cómo no me inspira horror, la mancha de sangre que ví en el camino? ¿ni la sangre a medio secar, de una cabeza que ya está enterrada, con la cartera que le puso de descanso un jinete nuestro? Y al sol de la tarde emprendimos la marcha de victoria, de vuelta el cam-pamento.
A las doce de la noche habían salido, por ríos y cañaverales y espinares, a salvarnos ; acababan de llegar, ya cerca, cuando le caen encima el español ; sin almuerzo pelearon las 2 horas, y con galletas en- ganaron el hambre del triunfo; y emprcndían el viaje de 8 leguas, con tarde primera alegre y clara, y luego por bóvedas de púas, en la noche obscura. En fila de uno a uno iba la columna larga. Los vemos caballos y de a pie, en los altos ligeros. Entra al cañaveral, y cada soldado sale con una caña de él. (Cruzamos el ancho ferrocarril; oímos los pitazos del oscurecer en los ingenios : vemos, al fin del llano, los faros eléctricos). "Párese la columna, que hay un herido atiás". Uno hala una pierna travesada. Y Gómez lo monta a su grupa. Otro herido no quiere: *'No amigo: yo no estoy muerto" y con la bala en el hombro sigue andando. ¡Los pobres pies, tan cansados! Se sientan, rifle al lado, al borde del camino: y nos sonríen gloriosos. Se oye algún ¡ay! y más risas, y el habla contenta. "Abran camino" y llega montado el recio Cartagena, Teniente Coronel que lo ganó en la guerra grande, con un hachón prendido de cardona, clavado como una lanza, al estribo de cuero. Y otros hachones, de tramos en tramos... encienden los árboles secos, que escaldan y chisporrotean, y echan al cielo su fuste de llama y una pluma de humo. El río nos canta. Aguardamos a los cansados. Ya están a nuestro alrededor, los yareyes en la sombra. Tal la última agua, y del otro lado el sueño. Hamacas, candelas, calderas, el campamento ya duerme al pie de un árbol grande iré luego a dormir. junto al machete y el revólver, y de almohada mi capa de hule; ahora hurgo el jolongo y saco de él la medicina para los heridos. Caprichosas las estrellas, a las 3 de la madrugada. A las 5. abiertos los ojos, Colt al costado, machete al cinto, espuela a la alpargata y ¡ a caballo!
Murió Alcil Duvergié, el valiente : de cada fogonazo, un hombre; le entró la muerte por la frente; a otro tirador, le vaciaron una descarga encima; otro cayó, cruzando temerario el puente. ¿ Y donde, al acampar, estaban los heridos? Con trabajo los agrupo, al pie del más grave, que creen pasmado, y viene a andas en una hamaca,' colgando de un palo. Del juego del tabaco, apretado a un cabo de la boca, se le han desclavado los dientes. Bebe descontento un sorbo de Marrasquino. ¿Y el agua, que no viene, el agua de las heridas, que al fin traen en un cubo turbio? La trae fresca el servicial Evaristo Zayas, de Ti Arriba. Y el practicante, ¿dónde está el practicante que no viene a sus heridos? Los otros tres se quejan, en sus capotes de goma, al fin llega arrebujado en una colcha, alegando calentura. Y entre todos, con Paquito Borrero, de tierna ayuda, curamos la herida de la hamaca, una herida narigona, que entró y salió por la espalda; en una boca cabe un dedal y una avellana en la otra; lavamos, iodoformo, algodón fenicado. Al otro, en la cabeza del muslo: entró y salió. Al otro que se vuelve de bruces, no le salió la bala de la espalda: allí está al salir, en el manchón rojo e hinchado : de la sífiles! tiene el hombre comida la nariz y la hora: el último, boca y orificio, también en la espalda, tiraban rodilla en tierra, y el balazo bajo les atravesaba las espaldas membrudas. das. A Antonio Suárez, de Colombia, primo de Lucía Cortés, la mujer de Merchán, la misma herida. Y se perdió a pie, y nos halló luego.
A Antonio Suárez, de Colombia, primo de Lucía Cortés, la mujer de Merchán, la misma herida. Y se perdió a pie, y nos halló luego.