11.- A más allá, en la misma Travesía, a casa fangosa. Se va Miró con su gente. Llegamos pronto. A Rosalio Pacheco ; que sirvió en toda la guerra, y fue deportado a España en la chiquita; y allá casó con una andaluza, lo increpa reciamente Gómez. Pacheco sufre, sentado en la camilla de varas al pie de mi hamaca. Notas, convers~ción eontínua sobre la necesidad de activar la guerra, y el asedio de las ciudades.

12.- De la Travesía a la Jutía, por los potreros, aún ricos en reses, de la Travesía, Guayacanes y la Vuelta. La yerba ya se espesa con la lluvia contínua. Gran pasto y campo, para caballería. Hay que echar abajo la cerca de alambre, y abrir el ganado al monte, o el español se lo lleva, cuando ponga en La Vuelta el campamento, al cruce de todos estos caminos.

Con barrancas como las del Cauto asoma el Contramaestre, más delgado y claro y luego lo cruzamos y bebemos. Hablamos de hijos. Con los tres suyos está Teodosio Rodríguez, de Holguín : Artigas trae el suyo: con los dos suyos de 21 y 18 años, viene Bellito. Una vaca pasa rápida, mugiendo dolorosa y salta el cercado: despacio viene a ella, como viendo poco, el ternero perdido ; y de pronto, como si la reconociera, se enarca y arrima a ella, con la cola al aire y se pone a la ubre : aún muge la madre. La Jatía, es casa buena, de cedro, y corredor de zinc, ya abandonada de Agustín Maysana, español rico; de cartas y papeles están los suelos llenos. Escribo al aire, al Camagüey, todas las cartas que va a llevar Calunga, diciendo lo visto, anunciando el viaje, el Marqués, a Mola, a Montejo. Escribo la circular prohibiendo el pase de reses, y la carta a Rabí. Masó anda por la sabana con Maceo, y le escribimos: una semana hemos de quedarnos aquí, esperándolo. Vienen tres veteranos de Las Villas', uno con tres balazos en el ataque imprudente a Arimao, bajo Mariano Torres, y el hermano, por salvarlo, con uno: van de compras y noticias a Jiguaní : Jiguaní un fuerte, bueno, fuera de la poblacién, y en la plaza dos tambores de mampostería, y los otros dos sin acabar, porque los carpinteros que atendían a la madera desaparecieron: y así dicen: "vean como están estos paisanos que ni pagados quieren estarse con nosotros. Al acostarnos, desde las hamacas, luego de plátano y queso, acabado lo de escribir, hablamos de la casa de Rosalio, donde estuvimos por la mañana, al café a que nos espera él, de brazos en 1"- cerca. El hombre es fornido, y viril, de trabajo duro, y bello mozo, con el rostro blanco ya rugoso, y barba negra corrida. "Aquí tienen a mi señora", dice. el marido fiel, y con orgullo : y allí está en su túnico morado, el pie sin medias en la pantufla de flores, la linda andaluza, subida a un poyo, pilando el café. En casco tiene alzado el cabello por detrás, y de allí le cuelga en caudal ; se le ve la ronsisa y pena. Ella no quiere ir a Guantánamo, con las hermanas de Rosalio : ella quiere estar "donde esté Rosalio". La hija mayor, blanca, de puro óvalo, con el rico cabello corto abierto en dos y enmarañado, aquieta a un criaturín huesoso, con la nuca de hilo, y la cabeza colgante, en un gorrito de encajes; es el último parto. Rosalio levantó la finca ; tiene vacas, prensa, quesos : a lonjas de a libra nos comemos su queso, remojado en café ; con la tetera, en su taburete, da leche Rosalio a un angelón de hijo, desnudo. que muerde a los hermanos que se quieren acercar al padre: Emilia, de puntillas, saca una taza de la alacena que ha hecho de cajones, contra la pared del rancho. O nos oye sentada: con su sonrisa dolorosa, y alrededor se le cuelgan sus hijos.