ESCENA V
Aparece un Noble con varios soldados, y dice a Don Pedro. Noble. Vano fue todo: El general no quiere, porque inútil lo juzga, oponer fuerzas al terrible clamor. El viejo Urrutia con floja mano sus cabellos mesa.' El polvo muerde de dolor Lagrava, pero al común destino se sujeta. Don Pedro. Conmueve tú las vacilantes turbas. Con éstos haré yo por detenerlas. (Al Pueblo, que trata de avanzar, agresivo, dominante, enérgico:) ¡Atrás, gente atrevida! ¿Quién osado contra la ley de España se rebela? ¡ Ingratos hijos, que el paterno celo del rey recompensáis de esa manera! Al que rebelde a los decretos ose de nuestra Madre España... o al que quisiera triunfar de su poder, piense en los hierros que ceñirán sus pies. Que piense en Ceuta. Pueblo. ¡Ceuta! Pedro. Sí. Ceuta. Una mansión terrible donde los hierros por los muros cuelgan; donde cientos de látigos azotan sangre manando las abiertas venas; donde al lenguaje humano sustituye de las fustas flamígeras la lengua. Y cada sol vio sepultar a un vivo, y un espanto cada átomo recuerda. Mansión donde los niños encanecen, que hiriendo el cuerpo flojo, el alma quiebra; que asorda con sus ayes el mar bronco que más que de olas de furor la cerca. Don Pedro. Esa es Ceuta. Pedro. Esa es. Pero, ¿no sabes que antes de ir a tu prisión tremenda, de sangre el mar con nuestra sangre haremos y tu sangre también entrará en ella? ¡ Antes que el pie de americanos nuevos ciñan del triste Amarú las cadenas, al mar aquí, y al Hacedor en lo alto, asordará nuestro clamor de guerra! Don Pedro. Villano, calla. Pedro. Aquí no hay más villano que el que la infamia de mi patria intenta, Hombre es todo nacido: hombres iguales. Don Pedro. ¡A mí, los míos! Gente de armas, presa a esa gente llevad, Pedro. ¡Amigos! Don Pedro. Ni uno a mi cólera escape. El rey lo ordena. |