ACTO SEGUNDO

 

Salón en el Palacio Colonial de Guatemala. Aparecen dos grupos: Don Pedro con los oficiales y nobles españoles, y Pedro con el grupo de los que luchan por la independencia patria.

ESCENA I

Don Pedro, Padre Antonio, y nobles. Pedro, con el Pueblo.

Pedro.

Resurrección, resurrección... El grito
cuerpo en el aire y en las almas toma.
Noble rencor a los despiertos llena,
y a los dormidos el clamor asorda,
Cuando la patria fiera se conmueve
nadie debe dormir, so pena de honra.
La historia de la vida era un grillete:
¡Nueva vida busquemos, nueva historia!

Padre Antonio.

Triunfa la plebe.

Noble.

Y la chusma loca.
El albañil, el sastre, el carpintero,
dueños serán y vestirán la toga.

Padre Antonio.

Al augusto monarca el cetro quitan
y en las plebeyas manos lo colocan.

Noble.

¿Podrá ser un menguado zapatero
regidor como yo?
Las vías soplan
el mar del pueblo.
Malos vientos corren.
Hunde la nave el flujo de las olas.

Don Pedro.

Calla como valiente, y como bravo,
en el instante de los golpes, obra.
Si se juntan la curia y la nobleza
en defensa de títulos y borlas
y si ellos se dividen, siempre ha sido
madre la división de la victoria.
 (Continúa hablando con los nobles
     y el Padre Antonio, mientras Pedro
     comenta con su grupo.)

Pedro.

El doctor, el marqués, el padre Antonio
aire tienen de gente recelosa;
el aire de los buitres de la noche
cuando en el claro oriente el sol asoma.
Noble, cura y doctor: las tres serpientes
que anidó en nuestro seno la Colonia.
Mata la ley astuta la justicia,
los que a Jesús predican, lo deshonran,
y esa raza de siervos con casaca
con nuestra infamia un pergamino compran.

Uno.

Pero es noble el marqués.

Pedro.

No hay más nobleza
que la que el hombre con sus hechos logra.
¿Adónde has visto esa nobleza escrita
en los pañales que tu hermana borda?
Villano es el villano, y más villano
cuando su amo y su rey lo condecoran.
Golpes de pecho, llaves en espalda,
humildes besamanos, gorros, borlas,
y los naipes después, con el cabildo,
y la noche después tranquila y cómoda,
y en su lecho de piedra en tanto el indio,
el cuerpo herido retorciendo llora,
mientras el vil grillete del esclavo
su carne oprime... y su piel destroza.

Padre Antonio.

Yo, a España vuelvo.

Noble.

Y yo también. No puedo
sufrir más tiempo aquí la vergonzosa
imposición del pueblo.

Pedro.

No hay más curas
que los que curen bien nuestra deshonra.
(Rumores de vítores, clamores, y
     entra Martino seguido del Indio y
     Pueblo.)

 

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