Si fuera de la patria, en que se crea La única luz, todo es arena al viento, ¿Dónde, ¡oh dolor!, pondré mi pensamiento Que oscuridad y que aflicción no sea'? Como una tierna rosa es la poesía, Que en el silencio pudoroso crece Y ama el misterio en que la luz florece, Y cada flor dice a su flor: "María". Casto y profundo cual la noche, el verso Prefiere descoger las alas bellas Cuando la vida es paz, y las estrellas Alumbran el amor del Universo. Pero cuando se siente en la mejilla Todo el rubor de un pueblo avergonzado, Un solo verso queda: un brazo alzado Que el honor a los hombres acaudilla. ¡Jamás! No hay hielo que esta audaz poesía Pueda apagar, ni viento que la lleve; ¡Jamás! Porque el dolor, como la nieve, Mantiene en fuego el corazón que enfría. ¡Oh niña, oh dulce niña! Tú no sabes De esta alma rota, y desolado invierno Del corazón: ¿qué saben del infierno Allá en sus nidos cándidos las aves? Te nombro, y vuelan, sin mirar que el ala Tienen del mal de nuestro pueblo herida, Los mejores recuerdos de mi vida, Cual corderos que van a su zagala. Como el café que crece en nuestras lomas, Da para ti su flor el pensamiento Blanca y serena: en ti la patria siento; Vuelven por ti a ser blancas las palomas. En tus ojos tristísimos se queja Con virginal dolor mi tierra amada, Cual suspira una pobre encarcelada Por aire y luz tras su implacable reja. Yo he visto en ojos de hombre arder el fuego De la sagrada cólera de Cristo; Vi el amor, y la luz; mas nunca he visto Una mirada tan igual a un.ruego. Una luz parecida a la esperanza En tus piadosos ojos resplandece, Y lo que. más tus ojos embellece ¡Es que no asoma en ellos la venganza! Me ha dicho un colibrí, linda María, Que están todos colgados de azahares Los tristes, ¡ay! los mágicos palmares En que mi patria es bella todavía. Me ha dicho que, de lágrimas cargado De los que te queremos, el aleve Mar va a llevarte lejos de la nieve, En silencio, en silencio enamorado. Yo no sé si el misterio de las almas Sube, cual himno muerto, al aire vago, Ni sí en tanta viudez y en tanto estrago Tienen aún penachos nuestras palmas. Yo no sé si aún las aves hacen nido En los árboles nuestros, ni si el cielo Es como antes azul, y cubre el suelo La yerba, mensajera del olvido. Pero, ¡oh niña sin ira y sin enojos! Tú, que vas a saber cómo es la aurora, ¡Lleva a mi tierra, donde se odia y llora, La sublime piedad que hay en tus ojos!
José Martí
Nueva York, 5 de enero de 1887