A María Luisa Ponce de León

	Si fuera de la patria, en que se crea
	La única luz, todo es arena al viento,
	¿Dónde, ¡oh dolor!, pondré mi pensamiento
	Que oscuridad y que aflicción no sea'? 

	Como una tierna rosa es la poesía,
	Que en el silencio pudoroso crece
	Y ama el misterio en que la luz florece,
	Y cada flor dice a su flor: "María". 

	Casto y profundo cual la noche, el verso
	Prefiere descoger las alas bellas
	Cuando la vida es paz, y las estrellas
	Alumbran el amor del Universo. 

	Pero cuando se siente en la mejilla
	Todo el rubor de un pueblo avergonzado,
	Un solo verso queda: un brazo alzado
	Que el honor a los hombres acaudilla. 

	¡Jamás! No hay hielo que esta audaz poesía
	Pueda apagar, ni viento que la lleve;
	¡Jamás! Porque el dolor, como la nieve,
	Mantiene en fuego el corazón que enfría. 

	¡Oh niña, oh dulce niña! Tú no sabes
	De esta alma rota, y desolado invierno
	Del corazón: ¿qué saben del infierno
	Allá en sus nidos cándidos las aves? 

	Te nombro, y vuelan, sin mirar que el ala
	Tienen del mal de nuestro pueblo herida,
	Los mejores recuerdos de mi vida,
	Cual corderos que van a su zagala. 

	Como el café que crece en nuestras lomas,
	Da para ti su flor el pensamiento
	Blanca y serena: en ti la patria siento;
	Vuelven por ti a ser blancas las palomas. 

	En tus ojos tristísimos se queja
	Con virginal dolor mi tierra amada,
	Cual suspira una pobre encarcelada
	Por aire y luz tras su implacable reja. 

	Yo he visto en ojos de hombre arder el fuego
	De la sagrada cólera de Cristo;
	Vi el amor, y la luz; mas nunca he visto
	Una mirada tan igual a un.ruego. 

	Una luz parecida a la esperanza
	En tus piadosos ojos resplandece,
	Y lo que. más tus ojos embellece
	¡Es que no asoma en ellos la venganza! 

	Me ha dicho un colibrí, linda María,
	Que están todos colgados de azahares
	Los tristes, ¡ay! los mágicos palmares
	En que mi patria es bella todavía. 

	Me ha dicho que, de lágrimas cargado
	De los que te queremos, el aleve
	Mar va a llevarte lejos de la nieve,
	En silencio, en silencio enamorado. 

	Yo no sé si el misterio de las almas
	Sube, cual himno muerto, al aire vago,
	Ni sí en tanta viudez y en tanto estrago
	Tienen aún penachos nuestras palmas. 

	Yo no sé si aún las aves hacen nido
	En los árboles nuestros, ni si el cielo
	Es como antes azul, y cubre el suelo
	La yerba, mensajera del olvido. 

	Pero, ¡oh niña sin ira y sin enojos!
	Tú, que vas a saber cómo es la aurora,
	¡Lleva a mi tierra, donde se odia y llora,
	La sublime piedad que hay en tus ojos!
	 

José Martí
Nueva York, 5 de enero de 1887