Magdalena

	                     I

	Magdalena era pálida, y lloraba
	Con dos ojos tan negros y tan bellos,
	Que al antro su cabello envidia daba,
	Y más negros los vi que sus cabellos,.

	Aurora y Magdalena se querían
	Como quiere a las lágrimas la pena;
	¡Oh, benditos los bardos que pedían
	Auroras para cada Magdalena!

	La orfandad llora mucho, y lloró tanto
	En aquella hermosura peregrina,
	Que aquel pan que miraba con espanto
	Tuvo siempre más lágrimas que harina.

	Aquel cuello gentil se-doblegaba,
	Aquella alta cabeza no se erguía;
	Y en los valles el lirio sollozaba,
	Y el nelumbio en los lagos se moría.

	Hogar de caridad su seno abierto
	A las miserias de la suerte tuvo,
	Y, una vez el hogar amante muerto,
	El seno de la triste al aire anduvo.

	Y las míseras alas de un tejado,
	Más que un hombre a las veces compasivo,
	Cobijaron su cuerpo anonadado,
	Muerto ya que solloza que está vivo.

	Luz de amores al alma le faltaba,
	Pan de cuerpo su boca no tenía;
	Y en los valles el lirio sollozaba,
	Y el nelumbio en los lagos se moría.

	                       II

	Virgen era sin duda Magdalena,
	Pero, de la miseria vil esposa,
	El implacable viento de la pena
	De su virginidad sacó la rosa.

	¡Cuántas almas infames y manchadas
	En no tocados cuerpos cristalinos!
	¡Cuántas almas de virgen perfumadas
	En cuerpos comerciados y mezquinos!

	Hambre tuvo, que es hambre: pan y galas
	El buitre le ofreció, galas muy bellas.
	¡Y la Vergüenza al fin abrió sus alas
	Y a Magdalena cobijó con ellas!

	Con pan, pero sin luz, el nuevo día
	En el jardín de sus primicias llora,
	¡Y como tanto Aurora la quería,
	En el ocaso aquel lloró la aurora!

	Ida la noche, el sol enamorado
	Con sus rayos innúmeros calienta,
	Pero una vez en el confín alzado
	El sol del deshonor, más rayos cuenta.

	Es rojo como sangre, sangre roja
	Que en raudales escápase que espantan,
	Y en cada gota que a la tierra arroja,
	Un sauce y una lápida levantan.

	¡Oh concepto de honor! Balanza dura
	Que de un pan con el peso al mal se inclina,
	¡Sin pensar que en la madre sepultura
	Todo pan a la nada se avecina!

	¡Oh villano concepto, que así entiende
	Que el hambre el nudo cuerpo no disculpa,
	Y al cuerpo sin vestir ropas no tiende
	Que aparten las miradas de la culpa!

	¡Oh honor convencional, que así rehúsa
	Su mal de desnudez con brazo rudo,
	Sin pensar que a la tierra que lo acusa
	El cuerpo el Hacedor lanzó desnudo!

	Nadie jamás inculpe a los sedientos
	Sin calmar con el agua sus afanes:
	Nadie inculpe jamás a los hambrientos
	Sino acabando de ofrecerles panes.

	                          III

	Y entonces, ya sin hambre, ¡cuán distinta
	La triste y sin ventura Magdalena,
	Que aquella flor de su pasado pinta
	Tan hermosa, tan púdica, tan buena!

	Uno más; otro más... ¡cuántos desmayos
	Del ángel del pudor! ; ¡cuántos dolores
	De la flor de su ayer! y ¡cuántos rayos
	Del sol del deshonor sobre estas flores!

	Mas, puesto que a través de los cristales
	Sin mancha suya, el sol la alcoba llena,
	¿Quién sabe si - cristal y cuerpo iguales -
	Así cruza este sol por Magdalena?

	¿Quién sabe si la mano que comprime
	La miserable mano que la paga
	No siente a veces un dolor sublime
	Que avecina los bordes de su llaga?

	¿Quién sabe en los placeres lo que llora?
	¿Quién conoce la sangre en la sonrisa,
	Y el odio en el amor, y la dolora
	En el bullente fondo de la risa?

	Bien lo sabe el que oyó - cuando hubo impreso
	Su labio en otro labio, preguntando:
	¿Por qué lloras, mujer? - ¡Porque te beso!
	¡Oh, vil de mí! ¡Por eso estoy llorando!

	Y lloraba en verdad, y el que la oía,
	Sin darse cuenta de llorar, lloraba;
	Y en los valles el lirio renacía,
	Y el nelumbio en los lagos despertaba.

	                            IV

	Mujer, y flor, y llanto se fecundan
	En hijos, en aroma, en musgo, en flores,
	Y el universo terrenal inundan
	Con la savia vital de los amores.

	Por la ley de la tierra aquella altiva
	Doncella en oropéndola trocada,
	Estando muerta fecundó la viva
	Hermana encarnación de una alborada.

	Y vio de su belleza inextinguible
	Una niña surgir a tanto bella,
	¡Que allí la tierra vio como es posible
	Brotar de una oropéndola una estrella!

	No sé qué callados devaneos
	Sobre aquel corazón se columpiaron:
	No sé qué gallardísimos arreos
	Aquella alma de luz engalanaron;

	Pero sé que otra vez la infamia quiso
	Besar con besos de oro aquella boca,
	Y el miserable pagador, sumiso
	De la pagada al pie, ¡perdón invoca!

	Pero sé que en los ojos encendidos,
	Y en sus mejillas mismas encarnadas,
	Están todos los rayos redimidos
	Y las flores de ayer resucitadas.

	                          V

	Una cana cabeza, aquella misma
	Que al ser fecundador anima y mueve,
	En su conciencia el pensamiento anima
	Y en su vergüenza el corazón conmueve.

	¡Otro brazo ha estrechado su cintura!
	¡Otro labio ha besado aquella boca!
	¡Cuando yo la besé, no estaba pura!
	¡Cuando yo la besé, ya estaba loca!

	Es tremendo un combate así gemido:
	Es horrible este diálogo entablado,
	A la luz de aquel ser que se ha encendido
	Con el oro fatal que se ha pagado.

	                        VI

	O la virtud redime, o la cabeza
	Cana ha alocado el corazón de un hombre;
	Pero ya tiene un nombre la belleza
	Y la estrella gentil ya tiene un nombre.

	Es rosa la oropéndola: aquel cuello
	Se alza brillante en redención, y lleva
	Del cano esposo el corazón tan bello,
	Un inefable amor de Magdalena.

	Aquel amor espléndido escondido
	En el seno que al aire triste anduvo,
	Cuando, el hogar de caridad perdido,
	El ala de un tejado en sí la tuvo.

	El amor que del alma se salía
	Cuando el horrible pan le fue brindado.
	Y más dentro del alma se escondía
	Por el peso del pan infame ahogado.

	Y como tantas lágrimas cayeron
	Sobre el dormido amor, y tantas horas
	Sus pensamientos pálidos gimieron,
	Y durmió sobre él tantas auroras,

	Aurora es el amor que, comprimido
	Por beso y pan, del vil comercio lejos,
	Ni ha llorado un instante envilecido,
	Ni doró con el oro sus reflejos.

	Puro y luz el amor que, cuando el día
	La corporal vergüenza iluminaba,
	En sus ensueños púdicos dormía,
	Y en el fondo del alma entresoñaba.

	Al noble corazón animan flores;
	La nieve paternal de luces llena
	Una mujer con púdicos amores;
	¿Es buena, es mala, es pura, Magdalena? 
	

México, 17 de marzo de 1875

Publicado en la Revista Universal, México, 21 de marzo de 1875.