¡Madre Mía!


Mi madre: el débil resplandor te baña
De esta mísera luz con que me alumbro,
Y aquí desde mi lecho
Te miro, y no me extraña -
Si tú vives en mí - que venga estrecho
A mi gigante corazón mi pecho. 

El sueño esquivan ya los ojos míos,
Porque fueran, si al sueño se cerraran,
Ojos sin luz de Dios, ojos impíos.
¡Te miro ¡oh madre! y en la vida creo!
¿,Cómo cerrar al plácido descanso
Los agitados ojos, si te veo? 

Se me llenan de lágrimas. ¿,Es cierto
Que vivo aún como los otros viven?
¿Que al placer de la vida no me he muerto?
Lloro, ¡oh mi santa madre! ¡Yo creía
Que por nada en el mundo lloraría!
Los goces de la tierra despreciaba,
Y lenta, lentamente me moría. 

Yo no pensaba en ti: yo me olvidaba
De que eras sola tú la vida mía.
Tú estás aquí: la sombra de tu imagen,
Cuando reposo, baña mi cabeza.
¡No más, no más tu santo amor ultrajen
Pensamientos de bárbara fiereza!
Una vida acabó: ¡mi vida empieza! 

La luz alumbra ahora
Tus ojos, y me miras.
¡Cuán dulcemente me hablas! Me parece
Que todo ríe plácido a mi lado;
Y es que mi alma, si me miras, crece,
¡ Y no hay nada después que me has mirado! 

Huya el sueño de mí. ¡Cuán poco extraño
Las horas estas que al descanso robo!
¡Oh! ¡Si siento la muerte,
Es porque, muerto ya, no podré verte! 

Ya vienen a través de mi ventana
Vislumbres de la luz de la mañana.
No trinan como allá los pajarillos,
Ni aroman como allá las frescas flores,
Ni escucho aquel cantar de los sencillos
Cubanos y felices labradores.
Ni hay aquel cielo azul que me enamora,
Ni verdor en los árboles, ni brisa,
Ni nada del edén que mi alma llora
Y que quiero arrancar de tu sonrisa.
Aquí no hay más que pavoroso duelo
En todo aquello que en mi patria ríe,
Negruzcas nubes en el pardo cielo,
Y en todas partes, el eterno hielo,
¡Sin un rayo de sol con que te envíe
La expresión inefable de mi anhelo! 

Pero no temas, madre, que no tengo
En mí esta nieve yo. Si la tuviera,
Una mirada de tus dulces ojos
Como un rayo de sol la deshiciera.
¿Nieve viviendo tú? Pedirme fuera
Que en tu amor no creyese, ¡oh madre mía!
Y si en él no creyera,
La serie de las vidas viviría,
Y como alma perdida vagaría,
Y eterno loco en los espacios fuera.
¡Amame, ámame siempre, madre mía! 

30 de diciembre de 1871