En su libro Las Nacionalidades, que publicó hace años el ilustre publicista Sr. Pi y Margall, dedica uno de sus capítulos á estudiar los procedimientos empleados por las distintas naciones para su engrandecimiento territorial y el poder absorbente de cada una: dice refiriéndose á los americanos del Norte lo siguiente:
«El procedimiento de que se vale la República para obtener este resultado nace del principio que la constituye, es sencillísimo.
«Que se trate de pueblos comprados, que de pueblos vencidos. la nación no les priva un solo momento, ni de la religión que profesan, ni de la lengua que hablan, ni de las leyes por que se rigen.
«Les impone, y sólo temporalmente, autoridades que los gobiernen y los mantengan en la obediencia.
«Los eleva pronto á la categoría de territorios con lo que les da el derecho de enviar al Congreso Central delegados con voz en todos los negocios que á ellos se refieran, y la facultad de elegirse un cuerpo legislativo, cuyos acuerdos son válidos mediante la aprobación de aquella Asamblea.
«Los erige más tarde en Estados y los pone al nivel de los demás de la República. Tienen ya desde entonces completa autonomía en lo que no ha reservado la Constitución á los poderes federales; tienen gobierno propio.
«Sólo puede serles penoso el tiempo que tardaron en ser Estados, y éste no lo prolonga la República como cuenten más de 6,000 habitantes.
«Michigan, adquirido como he dicho en 1796, era en 1805 territorio; en 1836 era Estado.
«La Luisiana, comprada en 1803, era Estado en 1812.
«La Florida, comprada en 1820, era Estado en 1845.
«California, tomada en 1848, lo era en 1850.
«El Oregon, cedido en 1846, era territorio en 1850, Estado en 1858.
«Quizás no tarden mucho en ser Estados, los nueve territorios que hoy existen, ni en ser territorio la América Rusa.»
Hasta aquí el Sr. Pí, y no copiamos más porque con lo expuesto basta á nuestro propósito de señalar el régimen ó sistema á que está Cuba sometida; más adelante explicaremos, por qué y con qué derecho se la sometió.
Tenemos primero gobierno temporal, véase cómo los americanos no mienten al afirmar que están aquí temporalmente, después le sigue la elevación á territorio.
El nombramiento del Sr. Quesada indica que Cuba ya es ó está próxima á ser territorio; puesto que ya tenemos Delegado en Washington, uno de los derechos de los territorios; faltando para su completa organización, que se celebren las elecciones, para dar representación al pueblo en sus municipios y cuerpo legislativo, éstas no tardarán, pues en la formación del censo se trabaja activamente.
Ni del gobierno militar ni del civil (territorio) dice nada la Constitución americana; pero en su varios libros y en la Historia General de los Estados Unidos, pueden encontrarse cuantos datos se deseen.
Yo, si he apelado al libro del Sr. Pí, es porque quiero que con su gran autoridad robustezca mi argumentación. Puedo añadir que el Distrito de Colombia, donde residen los poderes federales (en Washington), está considerado como territorio y no goza de más ni de menos ventajas que los demás de la República.
El gobierno temporal del sistema que estudio tiene dos períodos, el primero militar que para nada tiene en cuenta la voluntad del pueblo que no está representado; el segundo período es temporal civil (territorio) y el pueblo tiene representación en un Cuerpo legislativo, con atribuciones limitadas; y un Delegado en Washington.
Algunos llaman al gobierno temporal civil, gobierno de territorio en segundo grado.
El gobierno temporal lo aplica el americano á los pueblos que considera suyos y á los que está preparando para que sean dignos de ingresar en la Unión Americana; y por esta razón se creen autorizados á reformarlo todo sin sujetarse á las atribuciones del ocupante militar.
Estamos sometidos al gobierno temporal, y no á la ocupación militar, con sus derechos y deberes señalados en la Conferencia de Bruselas del año 1874, que tanto se invoca para contener el furor reformista que domina á los americanos.
Ellos, que no pueden desconocer sus atribuciones como ocupante, están muy duchos en el gobierno temporal, (tan antiguo como la Unión misma), trámite de depuración y ensayo, á que han sometido á todos los pueblos que hoy forman parte de la Unión Americana.
Tuvieron buen cuidado de no reconocer ningún gobierno cubano, y no habiéndolo ¿quién iba á cumplir las funciones del Estado? Ellos; pero no como ocupante, sino como soberanos.
Desde el punto de vista del arte político, fué de una habilidad magnífica el atraerse á Máximo Gómez, ponerlo al frente de la Asamblea, echarlos á pelear y acabar con los dos.
El americano jamás hubiera reconocido ningún gobierno del país, pero su listeza le surtió efectos admirables.
¿Qué es de la Asamblea? Está muerta, ¿y de sus miembros?; están cobrando, otros no cobran porque no los dejan, y otros, los menos, no cobraran. ¿Qué es de Gómez? Políticamente, muerto; es, al igual que todos los políticos cubanos que están vivos, muy insignificante para los complejos y arduos problemas de la política de altos vuelos.
El gobierno temporal en sus dos períodos militar y civil, no tiene duración fija, es variable según las circunstancias, prolongándose en algunos casos un buen número de años. Florida, por ejemplo, comprada el año 1820, no fué Estado de la Unión Americana hasta el año 1845, es decir, veinticinco años para constituirse definitivamente.
El territorio ó gobierno civil no es lo mismo que Estado, pero es su antesala.
Sólo el Congreso de los Estados Unidos puede admitir nuevos Estados en la Unión.
Se me objetará que cuanto llevo dicho en nada afecta á Cuba, que no fué comprada ni cedida, que siempre luchó por su Independencia Nacional; es verdad; pero no lo es menos que Cuba en la actualidad está sometida al mismo régimen que Puerto Rico que fué cedido y que aún no está anexionada como equivocadamente se dice, sino gobernada militarmente, lo mismo que Cuba. ¿Y con qué derecho se gobierna á Cuba?
Según la contestación que á los comisionados de la Asamblea dio Mr. Morgan, al declarar la Unión Americana la guerra á España, consideraba tan enemigos á los asturianos ó á los gallegos como á los cubanos; no tuvieron ninguna distinción á favor de la rebelión cubana.
Desde este punto de vista, Cuba fué adquirida ó tomada por la guerra.
Pero si no fué excluida la rebelión cubana ¿sería porque los americanos habían reconocido que Cuba era libre é independiente, y entonces, como parte distinta de España, celebraría un tratado con la Unión Americana, y como aliados invadieron á Cuba?
Ese tratado no existe, y la joint resolution no implica el reconocimiento de la Independencia Nacional Cubana, que de ser así, España declara la guerra y no se la declaran.
Pero prescindamos de Mr. Morgan.
Y si nos desagrada, sea Cuba botín de guerra á consecuencia de la voladura del Maine; fijémonos en otra clase de conquista más suave.
II.
Cuba pertenece á los pueblos conquistados insensiblemente y por artificios sagaces y abogadescos, según expresión muy corriente en derecho público, y que Gumplowicz, aplica especialmente á los americanos del Norte, discutiendo con Mohl el origen de los Estados, que éste sostiene es producto de la voluntad del pueblo, y se fija «en la fundación de tantos Estados Norte-americanos hasta en los tiempos recientes.»
Este concepto lo rebate brillantemente Gumplowicz diciendo: «En el hecho, los factores más fuertes impusieron su voluntad como derecho, y como constitución á un pueblo rudo y no formado, y realizaron una conquista social por artificios sagaces y abogadescos.»
Las astucias ó artificios, y sagacidades abogadescas de los americanos en Cuba serían incontables si fuéramos á referir las promesas halagadoras, seguridad de auxilio, las palabras alentadoras para salvar y libertar la patria Cubana, que habrán recibido y oido los separatistas en los Estados Unidos, que fué su gran centro de conspiración y protección; verdad que todo hecho reservadamente, en concreto, conspirando, y por lo tanto sin valor oficial, que sería el único que nos sería provechoso en nuestra actual situación; tan reservada y secreta esa labor que yo la su pongo, porque como la diplomática pública no aparece por ninguna parte, necesariamente la privada y secreta debe existir, y de fijo que existe.
¡Qué hermosa novela podría escribirse con las intrigas secretas de los americanos durante setenta años ayudando á los cubanos á su independencia, y por otra parte en esos mismos setenta años muriendo de amor y ambicionando frenéticamente adquirir á Cuba!
Mas como la ocasión no es oportuna para novelas, ni para perfiles literarios, paso á ocuparme en las astucias y sagacidades americanas que tengan algún valor oficial, y que á algo serio les obligue desde el punto de vista legal, que es como estoy estudiando el problema cubano; haciendo caso omiso de su aspecto moral, que está al alcance de todo el mundo.
Algunas de las picardías americanas pasaré por alto, que para probar mi afirmación tengo lo suficiente, y quizás la buena memoria de los lectores recuerde lo que yo olvide.
A mí no me parecen lícitas esas astucias y las repruebo, por que es muy doloroso que una democracia sea tan hipócrita.
Tentaciones me dan de hacer algunas observaciones al señor Pí; cuando explicando el procedimiento expansionista de los americanos dice que éstos respetan la lengua, las leyes y la religión, de los pueblos sometidos, y cuando reconoce que «sólo puede serles penoso el tiempo que tardarán en ser Estados», pero no las hago por no extenderme demasiado.
No me extraña la buena fe del señor Pí y Margall, que es además de un hombre de mucha ciencia, un hombre de bien á carta cabal, y no es capaz de dudar de la sinceridad de la democracia, ni de los federales, los dos grandes amores de su gloriosa é inmaculada vida política.
Quisiera yo que el ilustre publicista, tan enamorado del pacto, y que tan noblemente se indigna contra las naciones que someten á los pueblos contra su voluntad, me dijera dónde se consulto, ni cuándo se va á consultar la voluntad de Puerto Rico y Filipinas. Cuando pasen algunos años dirá la historia que estas últimas fueron compradas. ¡Vaya una compra! ¿Consultarán la voluntad del pueblo de Cuba?
Si la consideran adquirida por la guerra, no lo harán.
Pero si les parece violenta esa manera de conquistar, utilizarán un artificio más que decida la voluntad popular para dar apariencias de legalidad y expontaneidad, á lo que no lo tiene.
Tiene gracia y muchísima frescura preguntarle á un pueblo que lleva medio siglo peleando por su independencia nacional, qué clase de gobierno quiere, y si aspira á constituirse en nación.
A los pobres muertos nadie les va á preguntar lo que quieren; la pregunta se hará á los vivos, y éstos no se qué contestarían aunque nada me sorprende, que olvidado tengo que hay hombres para todo.
Para saber qué resultado daría el plebiscito si se llegara á practicar, no hay más que fijarse en que el gobierno americano, dispone á su gusto de Cuba, de su dinero y de sus destinos; elementos todos que garantizan la imparcilidad y neutralidad del mismo.
Conviene no olvidar que el partido conservador español, ganaba siempre las elecciones, era natural disposición del gobierno y montaba á su capricho la máquina electoral.
La máquina americana parece que nada va á dejar que desear, según las noticias que se reciben; lo único que aún no se sabe es qué Mister hará de Romero Robledo (el gran elector); probablemente algún escamoteador de Tammany Hall menos gracioso que aquel, pero de fijo más fachendoso y humano. Yo no creo que consulten al pueblo de Cuba apelando al plebiscito; y si lo hicieran, tendríamos una astucia y sagacidad abogadesca más que añadir.
Es costumbre que los territorios, aun los conquistados por la guerra, pidan su ingreso en la Unión, y en este sentido se dice, falsamente por supuesto, que la Unión Americana la forman Estados que voluntariamente han ingresado en ella. ¡Claro, después de la americanización!
Sería un contrasentido que habiendo reconocido el Congreso Americano que Cuba es y de derecho debe ser libre é independiente, fueran á consultar por un plebiscito lo que Cuba quiere ser.
¿Pero esos mismos americanos no fueron los que se negaron á reconocer el gobierno y ejército cubano?
¿Entonces qué hay aqui?
Un laberinto, un lío inmenso de cortas y largas, de sí y no, de confianza y desconfianza, que tiene su calificación legal, exactísima, en una esfera del derecho que no es ciertamente ni el político, ni el internacional.
Se trata de algo... que no debe prevalecer si el progreso, la civilización y la dignidad humana no son un mito.
Como cubano y como demócrata, reconozco con honda pena que si la República Cubana no llega á constituirse, sean cuales fuesen las causas ó pretextos, Atila, Nerón, Felipe II, y hasta nuestro contemporáneo Weyler, resultarían empequeñecidos y considerados como unos infelices y bonachones, si se les compara á cualquier republicano ó demócrata de los Estados Unidos del Norte América.
¿Saben mis lectores lo que es un timo? Pues eso es lo que nos están dando.
III.
Con carácter oficial hay algunos artificios ó astucias americanas, aunque pocas.
Joint resolution, que reconoce «que Cuba es y de derecho debe ser libre é independiente», es una de ella.
A nada obliga ese acuerdo, esa resolution, resolutiva concurrente, que es una ley, y que como todas las leyes puede el Congreso Americano derogar cuando lo crea conveniente, no es un pacto, no es un tratado.
Ese reconocimiento en el Tratado de Paz, no podría ser burlado.
Prueba de que no se ha reconocido una nueva nacionalidad, es que el gobierno americano (no otra nación) se negó a reconocer á la Asamblea y al gobierno Cubano.
Decir el Congreso Americano, que un pueblo debe ser libre é independiente es una perogrullada, igual á reconocer que en Francia hay franceses; nadie ignora, por poco derecho político que sepa, que la Constitución Americana garantiza á todos los ciudadanos de la Unión, las libertades individuales ó derechos individuales; y que todos los Estados de la misma son independientes, tienen gobierno propio en todo, menos en lo que está reservado por la Constitución á los poderes federales. Al extremo de que cada Estado tiene su gobierno, sus asambleas, sus códigos y tribunales completamente independientes de los otros. No quiero entretenerme explicando el distinto sentido que en política tienen las palabras libre é independiente convencido como estoy de que muchos creerán que son argucias y filosofías latinas y que los americanos nada entienden de eso y sí muchísimo de vender tocino; bueno será no mostrarse tan desdeñosos, y que sepan que para algunos hombres eminentes, en el sentido exacto de la palabra, la Constitución Americana es algo muy bueno, y entre ellos el inglés Sumner Maurice, dice: «La Constitución Federal de los Estados Unidos es el instrumento político más importante de los tiempos modernos.»
No creo que esa resolution concurrente signifique para nadie, en la forma que se hizo, el reconocimiento de le Independencia Nacional de Cuba; lo más que significará será el reconocimiento de la existencia geográfica de Cuba, y esto á la vista está que no necesita fe de vida. La astucia Americana tomó ese acuerdo para sin comprometerse á nada, asegurarse el auxilio de los revolucionarios cubanos en su guerra con España.
¿Por qué si esa joint resolution implica el reconocimiento de la República Cubana no tuvo ésta su representación en la Comisión de París?
Véase la conducta de la despótica y clerical monarquía francesa, cuando los americanos luchaban por su independencia.
Francia los reconoció independientes en 1778 y celebró con ellos una alianza defensiva en previsión (como ocurrió) de que Inglaterra le declarara la guerra.
Marina y ejército francés vinieron á América, poniéndose á las órdenes de Washington; vencida Inglaterra, regresaron á Francia bendecidos y aclamados por los agradecidos americanos.
Vencidos los americanos en la batalla de Saratoga, Mr. Gerard, representante de Francia, manifestó á los comisionados americanos: «que después de un detenido y maduro examen de las proposiciones hechas (ventajas comerciales), algún tiempo antes, S. M. el Rey había resuelto, no sólo reconocer la Independencia de los Estados Unidos, celebrando un tratado de comercio y alianza, sino también apoyarla por cuantos medios estuvieran á su alcance; que tal vez esto obligaría al monarca á emprender una guerra costosa, de cuyos gastos no era su ánimo reembolsarse; y finalmente, que los americanos debían entender que no se adoptaba semejante resolución sólo con el objeto de servirles; pues prescindiendo de su real afecto hacia ellos, Francia tenía interés en disminuir el poderío de Inglaterra separándola de sus colonias.»
Se firmaron los tratados de comercio y de alianza por Mr. Gerard, representante de Francia, y Franklin, Deane y Lee, por los Estados Unidos.
En el tratado de alianza se hace constar que su objeto es «mantener la libertad, soberanía é independencia absoluta é ilimitada de los Estados Unidos, así en materias de gobierno, como de comercio.»
Ambos tratados se notificaron á Inglaterra inmediatamente.
Imposible exigir más claridad y rectitud, y como es natural, el agradecimiento de los americanos no reconoció límites.
Washington, que también agradeció el favor, decía y con razón: «que era una locura pensar que una nación favoreciera desinteresadamente á otra».
En ocasión semejante ¿cual fué nuestra previsión? ¿cual nuestra diplomacia?
¿Dónde están nuestros tratados?
¿Dónde nuestra alianza?
¿De quién es la culpa de no tenerla?
¿Del pueblo de Cuba?
No: la culpa es del separatismo.
Si el francés fué franco y leal con el americano, éste por su parte se condujo con previsión y siempre estuvo á la altura del grave asunto que traía entre manos.
Nuestra pequeñez llegó en ocasión análoga á la de ellos, á un límite que nos trataran con la superioridad y ventaja que un hombre hecho y derecho negocia con un muchacho, al cual convence de que las pesetas falsas son legítimas onzas de oro.
Para remediar el mal es tarde, pero no para protestar de un proceder que por su publicidad inevitable, necesariamente ha de redundar en desdoro del pueblo cubano, que cuenta entre sus hijos á Luz y Caballero y á la Avellaneda.
Y como no es posible suponer que los letrados y publicistas que componían las Juntas, Delegación y Consejos del separatismo carecieran en absoluto de los conocimientos legales aplicables á su fin político; es de necesidad buscar otra explicación más honda.
Tanta candidez y descuido, aparte de la ignorancia, son resultado de la sugestión político-social.
Nuestros políticos, unos por sus viajes y otros por sus lecturas, sienten (ó sentían) una imprudente admiración por todo lo americano.
Y nada había digno de ser admirado, como no fueran Washington, Lincoln, los millones de Gould, Steward, las casas de veinticinco pisos, y las calles de seis leguas de New York; y es
claro, á los separatistas les pareció poco chic exigir formalidades y garantías á una nación que cuenta ciudadanos que poseen cien millones de pesos, y calles tan largas.
Pues bien, con esos millones y toda esa ferretería nos han conquistado.
El concepto de gobierno propio que nosotros tenemos, envuelve la idea de Independencia nacional; ó restringiéndolo algo, el de Autonomía; pero no lo entienden así los americanos; y lo mismo piensa el señor Pí, cuando dice: «Los erige más tarde en Estados y los pone al nivel de los demás de la República.»
«Tienen ya desde entonces, completa autonomía en lo que no ha reservado la Constitución á los poderes federales, tienen gobierno propio.»
Recuerdo la frecuencia, con que hasta en documentos oficiales, hablan los americanos del gobierno propio, del gobierno estable.
En el Tratado de Paz, más de una vez prometen á España, que recomendarán al gobierno que aquí se establezca, que cumpla, tal ó cual cláusula del mismo.
Para ellos el gobierno propio, es el de cualquier Estado de la Unión, que también es independiente dentro de la federación.
IV.
Pero la astucia y sagacidad abogadesca más maestra fué la que consumaron en el Tratado de Paz.
España, vencida, aceptó la ley que le impuso el vencedor; fué á París á obedecer sus mandatos.
Este no fué ni tímido ni generoso, hizo cuanto se le antojó, no reconoció deuda alguna, se quedó con Puerto Rico, y obligó á España á que le vendiera las Filipinas; (bonito caso este último de expropiación forzosa, por causa de ambición extraña).
En cuanto á Cuba, le bastó al vencedor, con que «España Renuncia á la soberanía de Cuba», expresión ambigua y sospechosa, que dejaba en pié el problema cubano ¿por culpa de quién? Del vencedor; pues no creo que nadie pueda sostener juiciosamente, que si éste exige á España el Reconocimiento de la Independencia ó Nacionalidad cubana, ella se hubiera negado, y no por amor, por necesidad ¿qué remedio le quedaba? ¿Continuar la guerra? Magnífica resolución, cuando su debilidad la llevó á la Paz.
Es bien extraño que el americano, que tan inexorable y duro se mostró en sus exigencias, fuera débil precisamente al tratarse de Cuba, causa de la guerra; y de sus protegidos los cubanos, como sostienen los separatistas.
España, por egoísmo, es natural que en las conferencias de París se preocupara con las deudas coloniales, y que sus esfuerzos y labor se encaminaran á quitarse de encima carga tan inmensa; cualquier otra nación hubiera hecho lo mismo; pero ella no lo consiguió, á pesar del constante batallar del astuto y sabio legista señor Montero Ríos.
Lo único positivo en este punto es que la Soberanía de Cuba está renunciada, renuncia que sólo conviene al americano, que por el pronto se posesiona de ella, ejerce la soberanía de hecho y con el tiempo y sus astucias y listezas esta soberanía se convertirá en de derecho, que para algo ha de servirles el gobierno temporal, durante el cual ejercen soberanía absoluta.
Para ser justos al referirnos al Tratado de París, debemos tener muy presente que las dos únicas potencias que estaban representadas en él fueron los Estados Unidos y España.
Cuba no tenía representación ninguna en la Comisión de la Paz, salvo el parecer de los que piensen que para que estuviera legítimamente representada, bastaba con algún papelito manifiesto ó carta abierta que Máximo Gómez ó algún asambleísta entregaran á cualquiera de los comisionados americanos.
El sentido común enseña que los Estados Unidos y España trabajarían en provecho propio, haciendo caso omiso de Cuba, que de tener representantes, hubiera preferido el reconocimiento de la Independencia con la deuda, á la renuncia de la Soberanía sin ella, que las deudas más tarde ó más temprano se pagan; perpetuas las tienen todas las naciones, en algunas es enorme. Inglaterra debe mucho y de ella se dice: que es tan rica porque debe tanto ó que es tan rica no obstante deber tanto.
V.
Conocidos ya los procedimientos y sistemas que emplean los americanos para sus conquistas, y con el propósito de robustecer la opinión que sustento, de que Cuba está sometida á los mismos; considero oportuno hacer algunas indicaciones, aunque muy someras, del afán tenacísimo de los americanos, de adquirir á Cuba.
El historiador Spencer dice: «La situación de la hermosa Isla de Cuba y su proximidad á los Estados Unidos, eran una razón para que la mirasen con el mayor interés nuestros compatriotas.
«En parte con fundados motivos y á veces también por la ambición de muchos de nuestros conciudadanos, háse hablado con frecuencia de proyectos y tentativas, que tenían por objeto incorporar la Isla de Cuba á las posesiones de los Estados Unidos, y España por su parte, recelosa siempre de su poderosa rival, ha ejercido el mayor rigor para que se respete su autoridad, persiguiendo á los filibusteros y desbaratando todos los planes que se fraguaban para apoderarse de aquella fértil Isla.»
John Quincy Adams, diplomático americano, decía el año 1823, entre otras cosas: « resulta, sin embargo, que hay leyes de gravitación política tan poderosas como las de gravitación física, y que así como una manzana separada por los vientos de su propio árbol, no puede dejar de caer en el suelo, así Cuba, después de desgajarse de España, incapaz de sostenerse por sí misma, tendrá que precipitarse sn el seno de la Unión Norteamericana, á la que, por virtud de la misma ley, resultará imposible dejar de admitirla.»
Al Presidente Polk, no bastándole con los ricos é inmensos territorios arrancados por la guerra a Méjico, ofreció á España cien millones de duros por la Isla de Cuba; pero aquel gobierno no quiso escuchar proposiciones.
Franklin Pierce reiteró las mismas ofertas, que tampoco fueron aceptadas.
Para nadie es un secreto que la Unión Americana no hubiera consentido que Cuba pasara de manos de España á ninguna nación poderosa de Europa.
Francia é Inglaterra propusieron al Presidente Millard Fillmore que su gobierno se asociara á un tratado, cuyo objeto era proteger el presente y el porvenir de la Isla de Cuba-, contra una revolución interior ó agresiones exteriores; con este tratado se proponían Francia é Inglaterra neutralizar á Cuba é impedir fuera absorbida por la Unión Americana. ¿Renovarán las citadas potencias sus pretensiones en vista de la actual situación del problema cubano?
Pero volviendo á mi tema, prosigo diciendo que el gobierno americano no aceptó la invitación de las dos citadas naciones, por efecto de las secretas miras de los federales, que se proponían halagar las pasiones de sus partidarios.
Durante la segunda administración del Presidente Grant, éste propuso á España la compra de la Isla de Cuba, pero España se negó, alegando que la venta de Cuba era lo mismo que la venta del honor español.
La conducta de Grant fué honrada; sus conciudadanos querían que reconociera la Independencia de Cuba, en la creencia de que después de ésta la anexión no se haría esperar.
Jamás ocultó el americano sus intenciones respecto á nosotros ni las envolvió en el misterio, y la historia de estas ambiciones hace años corre públicamente en libros, folletos y periódicos al alcance de todo el mundo; y es tan larga, que si le dedicara la atención que merece, me vería obligado á escribir un volumen bien abultado, que me apartaría de mi constante propósito de ser breve y claro, únicos medios de que sea provechosa la propaganda política.
Nuestra tremenda caida es un fenómeno político bien extraño de explicar; porque si los cubanos separatistas eran anexionistas, ¿por qué ocultarlo invocando á Cuba libre? Creo que jamás fueron anexionistas, porque nunca el precio de la traición equivaldría á los provechos que hubieran obtenido de ser Cuba República, cuya Hacienda y porvenir necesariamente habrían dispuesto los triunfantes separatistas.
El odio á España no justifica el desastre, yo lo atribuyo únicamente á ignorancia ó á conocimiento tardío de las miras americanas.
En política, como en toda ciencia, hay conocimiento vulgar; (el curanderismo, por ejemplo) y conocimiento científico; vulgarmente, hasta las personas menos instruidas repetían que Cuba sería de los americanos del Norte; pero lo que era completamente desconocido para todos los partidos políticos de Cuba, era el conocimiento científico, sistemático, hábil y constantemente aplicado y propagado de esa política.
Esa ignorancia tiene por origen la errónea creencia de que para ser político, dedicarse á la ciencia política, la más importante y compleja de todas, no hace falta preparación, y que cualquier médico, abogado, literato ó dentista con los conocimientos de su profesión y otros sin conocimiento de ninguna clase, auxiliados de los anuncios, manifestaciones, retratos y elogios disparatados de la prensa, puede ser un hombre de Estado; y como es lógico que suceda, en vez de hombres de Estado tenemos curanderos y vividores políticos, á merced de los cuales están la patria, la libertad, la vida, la hacienda y el buen nombre de un pueblo.
Después, como hoja de parra que cubra tanta falta de sinceridad y de amor á la verdad y á la justicia, centenares de electores que quieren sea la estatua de Luz y Caballero la que sustituya á Isabel II en el Parque. Yo no sé qué pueda haber de común entre aquel santo sabio, orgullo de Cuba y del género humano, con las miserias de estos tiempos y hombres. Nada. Marrullerías de la política.
Errores políticos han cometido todos los políticos del mundo; bien conocidos son los de Bismark, los de Gambetta, Castelar y en alguna cuestión se equivocó toda la diplomacia Europea.
Lo verdaderamente increíble es que el error y la poca previsión de los políticos cubanos hayan recaído en problema de tanta importancia, que políticamente hablando, no hay más que un problema: la existencia nacional; los demás son secundarios. La extrañeza aumenta al considerar que en setenta años que se agitan los partidos interesados en la personalidad de Cuba, no hayan estos advertido cual era el mayor enemigo para su existencia, teniéndolo tan cerca y siendo tan grande como es, y cuya política es tan conocidísima y discutida en el mundo, donde por su poder y riqueza ocupa un lugar prominente.
Yo tengo muy presente la fuerza del americano, y el gran predicamento que hoy goza en el mundo, pero el americano con nosotros no empleó la fuerza, ésta la reservó para España; á nosotros nos engañó.
O mejor dicho, engañaron á nuestros políticos, que sin duda se reirán de Don Quijote, porque confundía en su enfermo meollo, á las manadas de carneros con ejércitos invencibles, cuando á ellos les ocurre lo mismo; pasan su existencia—al menos la política—soñando por grandes, profundos é importantes, personas y asuntos que distan mucho de serlo.
Viven como el inmortal manchego, viendo visiones.
Muy traída y llevada es la capacidad del pueblo cubano para gobernarse; á mí no me sorprende, esa acusación es antiquísima, no contra el pueblo de Cuba, sino contra todos los pueblos de la tierra.
Sirve de fundamento á todos los enemigos de las libertades publicas y de la democracia, que quieren conservar al pueblo en perpetua menor edad y por tanto, incapaz de alcanzar por sí mismo sus fines.
Aunque contra nosotros esgrime la incapacidad un pueblo democrático, éste es un pretexto esencialmente reaccionario, que invocan á porfía todos los monarcas absolutos para oprimir á los pueblos y aniquilar la democracia, cuya base es la soberanía nacional manifestada por el sufragio universal.
Cuando Pantaleone se lamenta de ver á los hombres de estado convertidos en apóstoles del sufragio universal, y de que los tesoros acumulados durante siglos y debidos á los esfuerzos de la fracción más noble de nuestra especie, se echan como pasto á esos bípedos, sumidos aún en las tinieblas de la edad de la piedra bruta; no pensaba en el pueblo de Cuba, en su desprecio envolvía a todos los pueblos del mundo civilizado.
Cuando Carlyle decía «que el pueblo lo componían veintisiete millones de seres, en general imbéciles», no definía el pueblo cubano, sino al inglés.
Un escritor americano (y podría citar muchos) citado por el Duque de Somerset en su libro Monarchy and Democracy phases «of modern politics, dice de sus compatriotas «que las nueve décimas partes de los jóvenes encerrados en las penitenciarias han asistido á las escuelas», y agrega «nuestros hijos tienen su pobre cerebro lleno de toda especie de cosas: nombres, fechas y números; pero no hay sitio en él para las verdades más sencillas del honor, del deber y de la moralidad.»
Es muy fácil tachar á un pueblo de incapaz, pero muy difícil probar y determinar en qué consiste la capacidad, que generalmente se confunde con la riqueza y la fuerza.
Es evidente que el pueblo de Cuba, que nunca fué soberano, tiene menos experiencia política que otros pueblos que, en distintas ocasiones, resolvieran bien ó mal gravísimos problemas políticos. Pocos pueblos habrán constituido nacionalidad bajo peores auspicios que las repúblicas Sud-americanas, y sin embargo hoy algunas de ellas están tranquilas, prosperan, tienen porvenir y son dueñas de sus destinos.
Chile, Méjico y la Argentina distan mucho de inspirar á las demás naciones el desdén que inspiraban hace veinte años.
En el progreso de estas repúblicas debían fijarse nuestros asustadizos políticos que se muestran satisfechos con los tutores, porque éstos han de evitar en Cuba la repetición de la dolorosa y sangrienta historia de las repúblicas hispano-americanas.
Hombres que así discurren no son políticos, serán personas atiborradas de lectura pero de muy cortos alcances.
Son dignos correligionarios de aquellos que sostienen que nuestro único mercado es la Unión Americana, y que si le perdemos desaparece Cuba.
No niego lo del mercado, pero á todas las naciones les ocurre que cuando pierden un mercado buscan otro, y mientras lo encuentran soportan sus crisis; ésta es, en su mayor escala, la lucha por la existencia. ¡Y esto se dice en un siglo de ferrocarriles eléctricos, grandes trasatlánticos, telégrafos y comisionistas de comercio!
Y lo que es peor, se dice de Cuba, tan fértil y tan rica!
Ya lo saben los alemanes, ingleses y franceses, el día que pierdan un mercado, con él pierden su independencia.
Y por lo mismo que han pasado las repúblicas americanas, pasó Europa, donde aún hoy no están completamente terminadas las reivindicaciones territoriales, y en algunas naciones no está tan firme la integridad nacional que pueda considerarse loco al que sostenga que peligra, Y si las perturbaciones del orden público, el derramamiento de sangre, acompañaron á todas las fundaciones de nacionalidades ¿por qué los cubanos habríamos de vernos libre de los tremendos dolores que coexisten con el nacimiento de la patria?
No ya la fundación de naciones, la más leve reforma, la libertad más poco apreciada hoy en los pueblos civilizados, ¿á qué la debemos?: al derramamiento de sangre, que es el abono del progreso.
¡Si el derramamiento de sangre acompaña al progreso como la sombra al cuerpo!
¿Han visto nuestros políticos algún niño de un año tan andarín y atletico como un robusto sportsman de treinta? La robustez y agilidad se adquieren después de muchas caídas, descalabraduras y chichones, y exactamente igual ocurre con los pueblos.
Tiene razón Pantaleone al juzgar duramente al pueblo, pues éste, en política, sólo fija su atención en su aspecto económico; apenas si cree que el Estado sirva para otra cosa que no sea cobrar contribuciones y dar destinos.
Yo no adulo al pueblo; pero me indigna que los únicos autores de tantos disparates políticos, para poner en salvo su amor propio, quieran culparlo; pues no otra cosa significa que repitan con tanta insistencia «que los americanos cumplirán sus promesas si el pueblo se hace digno de ellas». Estas malignas insinuaciones no convencen á nadie; si Cuba no es independiente, los únicos culpables son sus ineptos políticos.
Que durante casi cien años han tenido el problema ante su vista, del cual han escrito y han hablado constantemente, y nunca han llegado á comprenderlo.
Es innegable que Cuba tiene distinguidos abogados, médicos y boticarios; pero se puede ser muy ducho en defender procesados y malos pagadores; se puede ser muy experto en el tratamiento del tifus, y muy hábil elaborador de pildoras contra las fiebres que á Vdes. les parezca, y ser un rematadísimo político.
De tenerlos siquiera medianos, no nos encontraríamos frente del americano, con los mismos conocimientos políticos que tendrían nuestros antepasados los indios, á los tres días de haberlos descubierto Colón; no obstante los muchos años de propaganda política tanto autonomista como separatista, y de éstos muchos con todas las libertades que disfrutan los pueblos modernos.
¿Y por qué no se hizo buen uso de ellas?
Por una razón muy sencilla; no hay que confundir las aptitudes inferiores buenas para buscarse la vida con las profesiones, con el talento, la vocación, rectitud y alteza de miras, que distinguen á los hombres de estado y grandes pensadores, con el resto de los luchadores por la vida, y las ambiciones del vulgo más ó menos instruido.
Yo creo que mucho más mortificante que la verdad es para nosotros, que cuando los americanos están practicando aquí un sistema profundo, y muy meditado, á nosotros, todo nos extrañe y asombre; unos piden con carácter interino la Autonomía, otros califican de tenebrosa intriga el nombramiento del señor Quesada, una comisión de la Asamblea se presenta en Washington pidiéndole á Mac Kinley lo que éste no puede dar; Máximo Gómez anuncia en un manifiesto que se presentará en el umbral de Washington, para que despachen pronto el expediente de Cuba libre, creyendo quizás que se trata de algo así como de un expediente de alumbrado, ó de conceder alguna carretera.
Yo le aconsejaría al valiente y astuto militar que no fuera á Washington, porque Mac Kinley es tan sólo, aunque desde lugar muy elevado, un servidor de la República y no un Rey absoluto, así es que nada va á alcanzar, y daría ocasión á que la prensa americana, de suyo escandalosa, alborote el mundo, diciéndonos unos cuantos disparates; que fué lo único que logró una comisión de revolucionarios que se apareció en esa misma Washington, averiguando lo que no había que averiguar.
Hay que tener mucho cuidado con estas pifias, que después de todo son muy fáciles de evitar; porque la Contitución Americana y estudios acerca de ella se venden en todas partes y en condiciones económicas; y por un par de pesetas se libra uno de que le llamen Zulú.
Pero la dificultad no está en la falta de libros; pues éstos abundan, la dificultad estriba en que no hay quien los estudie; y sobran los vanidosos y alborotadores, que engañan al pueblo para después explotarlo.
Aunque la Asamblea y Gómez pertenecen á la política cubana, no vale la pena resucitar aquellos incidentes ruidosos, uno de los cuales probó la listeza americana; y el otro trajo como consecuencia la entrada triunfal de Máximo Gómez en la Habana y su instalación en la Quinta de los Molinos, y después nada.
Tenga mucho cuidado el anciano revolucionario con los americanos, porque tan serios como parecen, se les ocurren algunas bromas que ni al mismo demonio.
Recuerdo que á un orador asambleísta se le ocurrió en un discurso que pronunció cuando se discutía no se qué de Máximo Gómez, traer á colación á Mirabeau y á María Antonieta.
El orador á quien aludo es instruido y amante de Cuba, pero la gracia no está en tener conocimientos, sino en aplicarlos con oportunidad y dar á las cosas y personas los nombres y las proporciones que en realidad tienen, y no los que forja la loca de la casa, que parece es más loca en los trópicos que en parte alguna. Somos así por temperamento y por nuestra malísima educación; para nosotros son desconocidos los términos medios y no fijamos nuestra atención más que en los extremos.
Para nosotros todo militar mediano, especialmente si pertenece á nuestro partido, es un napoleón; cualquier orador algo instruido y de palabra más ó menos fácil, es un Castelar; cualquier versificador, un Víctor Hugo; y el que es estudioso y vulgarizador de las meditaciones y trabajos de algún eminente pensador, no se conforma con menos que ser un Spencer.
¿Cuándo se desengañarán los vanos y ambiciosos de todos los países que esos faros ó guías de la humanidad son excepcionales?
Los más somos humildes obreros, que gracias si podemos. después de largos y constantes estudios, comprender y aplicar acertadamente las concepciones de esas inteligencias privilegiadas.
En este mi pobre país abundan personas leídas, que lo único que han conseguido es una indigestión de ideas, que repiten como papagayos, sin comprenderlas. Prueba de ello el problema político.
Los políticos creen que en ellos está vinculado el amor á la patria y que negarles 6 rebajarles los méritos que ellos suponen tener, es no amar á Cuba. Pueril vanidad; ellos pueden ser ineptos y hasta dos y tres generaciones más de políticos pueden serlo; y el que así lo proclame, en nada injuria á Cuba ni á su aptitud para dar al mundo hijos ilustres, por la misma razón que una tierra hermosa y fértil puede dar dos ó tres cosechas malas.
En Cuba ocurre con los hombres, lo mismo que con las mujeres en Cuba y donde no es Cuba. De las honradas y virtuosas nadie habla; de las otras, de las perdidas, todo el mundo habla y ocupan siempre lugar principalísimo en la crónica escandalosa.
En Cuba los hombres de valer, se están arrinconados y viven tranquilos en sus casas, sin querer contacto con tanto charlatán y politicastro, llenos todos ellos de mucha más vanidad que amor á su patria y á ciencia verdadera.
VI.
España, con su vivo deseo de conservar á Cuba, y la América del Norte, con el no menos vivo de adquirirla, compartían la soberanía política aquí.
Los partidos políticos de Cuba atareadísimos con Madrid, de donde unos recibían honores y credenciales y otros injusticias y persecuciones, no se percataron de que aunque Washington no repartía mercedes ni desazones, estábamos bajo su influencia; y es natural, derrotada y arrojada España de esta tierra, los partidos de Cuba se encontraron entre asombrados y corridos frente á frente á la República Americana, que resolverá el más grave de los problemas cubanos, y cuando lo estime oportuno.
Aspecto nuevo de la política cubana, que ciertamente no sorprende á los chiflados, digo, á los hombres estudiosos y pensadores; aspecto que denuncia el fracaso del separatismo, y que con ser tan doloroso tiene su lado cómico muy subido; es el mismo caso del que huyendo de un torete de mala estampa y pocos bríos, se encuentra con cincuenta toros pujantes y de sentido, de la brava ganadería de Miura.
Prescindiendo de puntualizar responsabilidades, bueno es hacer constar que éstas son en absoluto de los directores de la política y nunca, del pueblo de Cuba.
¡Qué pensar de aquellos políticos que en su afán por cobrar, quieren convertir la tremenda tragedia cubana en una de tantas crisis ministeriales!
Yo no censuro que los cubanos acepten destinos; es más, lo aplaudo, porque si ellos no los quieren el gobierno americano inundaría la Isla con sus compatriotas, todos muy honorables y opulentos en su tierra, pero que vendrían á Cuba nada más que á sacrificarse por la patria.
Creo que en la actualidad no hay un solo separatista que no esté arrepentido de haber rechazado la Autonomía; si la consideraban poco y dudaban de la sinceridad de España, no pueden negar que algo era, y que Cuba no se gobernaba en 1898 lo mismo que en 1860.
El partido separatista ignoraba las miras de los americanos, y completamente equivocado, se sentía fuerte y próximo á triunfar por la presión que éstos ejercían en pro de su causa y que obligó á España á cambiar la política del terror por otra más benigna y atrayente; engreído con esta protección y teniendo á la Isla arruinada y á España débil y vacilante, era un sueño pensar que renunciaran á la Independencia, que nunca habían visto más cerca, y aceptaran la Autonomía.
El partido conservador ó español tenía cuatro ojos y los cuatro muy abiertos y puestos en el caciquismo, la empleomanía, las contratas y las aduanas.
Por el contrario y por desgracia, los partidos autonomista y separatista no tenían más que un ojo cada uno: eran dos partidos tuertos.
El ojo del autonomista no miraba más que á España, de quien todo lo esperaba; el ojo (un ojo muy candido) del separatismo, no miraba más que á Washington, que había de traerle la independencia y con ella la felicidad.
De modo que ambos partidos nos fueron completamente inútiles en la ocasión que más los necesitamos, pues el americano, aprovechando la tuertez de ellos, se nos coló en casa de la manera más suave y sabrosa que puede imaginarse.
En la propaganda larga y tenaz del partido autonomista, muy buena é inteligente en su crítica á los gobiernos de España, se nota también la ausencia al peligro americano, cuando para completar aquella estaba obligado á educar al pueblo en el temor al mismo, para salvar la personalidad de Cuba, que le interesaba tanto como al separatismo, supliendo, con su continua predicación, la deficiencia de éste y quebrantarlo de paso.
Pero el partido autonomista no vio ni le dio en su propaganda la importancia que tenía al factor americano; España era su único punto de mira, primero, combatiéndola bien y duramente, (así hizo muchos separatistas) y después, en 1898, halagándola y mimándola.
Qué había de ocurrir?: que cuando España, muy contra su voluntad, concedió la Autonomía, nadie le hizo caso; en cambio, como al americano lo habían dejado á la sombra y nadie conocía sus tretas y procedimientos y además el pueblo tenía un altísimo concepto de sus cualidades, entró, dispuso y seguirá disponiendo como mejor le parezca de nuestra tierra.
Tanto como se combatió á los malos gobiernos de España, y muy justamente por cierto, otro tanto se debió prevenir al pueblo cubano contra nuestro poderoso y ambicioso vecino.
Estos autonomistas españoles, á ser ciertos los rumores que corren y las temidas insinuaciones de algún periódico, pretenden reorganizarse con su antiguo programa, pero bajo el pabellón americano.
Uno de los episodios más chuscos y graciosos de este triste período de la historia de Cuba, es el azoramiento de los ex-autonomistas, y el apuro y angustia con que á diario piden que esta mal llamada intervención se organice, cuando el americano no está haciendo otra cosa que organizar, y se dispone á dejar el gobierno militar, para entrar en el civil.
Al partido español (conservador) jamás le preocupó la personalidad de Cuba, explotó la Isla lo mejor que supo, y cuando los cubanos apelaron á las armas, quiso exterminarlos. Los españoles fueron injustos y crueles con nosotros; pero ya que ninguna intervención tienen en nuestra política, debemos olvidar los agravios que nos infirieron, y recordar que de ellos descendemos, que algo bueno les debemos, y que si en el presente momento algún enemigo tenemos, indudablemente no es España, y que es poco noble arreglar cuentas atrasadas con el vencido; reclamando nuestra atención el arrogante vencedor, con el cual hemos de ventilar, pacíficamente desde luego, el problema de nuestra querida personalidad.
VII
Apesar de la vecindad, poco conocemos á los Estados Unidos; entre nosotros pasa como axiomático, que si se anexionan á Puerto Rico y Cuba, serán infieles á su tradición de pueblo modesto y enemigo del engrandecimiento territorial, que le impide su Constitución.
No sé donde tengan su fundamento estas afirmaciones, porque la primera vez que ocurrrieron dudas relativas á la constitucionalidad de la adquisición de territorios, fué el año 1803, cuando compraron la Louisiana á Francia. El tratado de la compra se aprobó y se interpretó la Constitución en el sentido de que autorizaba las adquisiciones por compra, conquista, etc., consecuencia lógica de la facultad que la misma otorga al Congreso para declarar la guerra; y al Senado y al Presidente para celebrar tratados.
Y así tenía que resolverse la duda. ¿Qué pueblo renuncia voluntariamente á ensanchar su territorio, acrecentar su riqueza, y universalizar su lengua y costumbres? Ninguno.
La Historia nos desmiente esa tradición antiexpansionista, y prueba que lo tradicional es la expansión.
Cuando los Estados Unidos se separaron de Inglaterra sólo contaban con tres millones de habitantes; hoy tienen cerca de ochenta; los Estados cuando la separación eran trece, hoy son cuarenta y cinco. ¿Se quiere más expansión?
En cuanto á Cuba, la tradición es quererla poseer al extremo que Mr. Mac Kinley se ha limitado á terminar la obra de sus antecesores, procediendo al lanzamiento de España. Lo único que tendrá novedad para ellos será Filipinas, pues no sé que tengan colonias, y supongo que aquellas serán las primeras.
Tan desconocidas nos son las cosas de nuestros vecinos, que estoy seguro que á muchos sorprendería, y causaría extrañeza el juicio que sobre su política y administración tienen formado pensadores ilustres.
Y no lo hago porque quiero ser breve, y por la misma razón no copio lo que de la administración del Estado de New York, la flor y nata de los Estados, dice Mr. Stead.
Los que quieran tener noticias de esa administración criminal, ó casi criminal, como dice Godkin, pueden leer en La España Moderna, en los cuadernos de Junio á Septiembre del año 1898, los artículos titulados El Gobierno de Nueva York ó Una Democracia que décae.
Algunas veces coexisten la inmoralidad administrativa y el despotismo político con la mayor riqueza de un pueblo; en casa tonemos el ejemplo. Cuba "sometida sin defensa al sable de los Capitanes Generales" hasta 1878 fué sin embargo un país riquísimo, envidiado y admirado por todo el mundo, riqueza que no debíamos á la esclavitud, sino á un monopolio natural.
Con esto no quiero decir que sea indiferente la política, buena ó mala; tenerla buena, debe ser el ideal de todo pueblo culto.
Exactamente igual ocurre en la vida privada, donde no siempre son los más ricos, los más influyentes, los más honrados ni los instruidos.
VIII.
Opino que nos llevan á la anexión, que estamos en camino de ver cumplido el destino manifiesto de Cuba.
Lo único que podrá evitarlo es un cambio radical en la opinión pública y en el gobierno americano. Si éste continúa en manos de politicastros, que para engrandecer á su patria atropellan la justicia, el derecho y la honra de la humanidad, estamos perdidos.
Porque si como ha dicho un ilustre escritor, "Cuando los Estados Unidos contaban sólo tres millones de habitantes, producían hombres, cuya fama vivirá tanto como la lengua inglesa, ¿ahora con 30 millones (hoy son 75) no tiene en su seno ni uno solo distinguido. Cada Presidente vale menos que su antecesor;" en este caso no hay salvación. Sin embargo, los optimistas y los pesimistas debemos utilizar unidos y cuerdamente todos los medios pacíficos de que dispongamos, para demostrar al mundo que los cubanos seguimos amando sobre todas las cosas, constituirnos en Nación Soberana de su destino, próspero ó adverso, que no es la prosperidad la que da derecho a la nacionalidad, accidente pasajero, que alterna con la desgracia; pruébalo el que naciones hoy fuertes y poderosas, eran hace dos ó cuatro siglos tribus indias; en cambio, otras ayer dueñas del mundo, y muy temidas, hoy están agobiadas por la derrota, el desorden y el aislamiento.
No se necesita mucha perspicacia para convencerse de que el más serio obstáculo con que ha de tropezar cualquier campaña política en Cuba, es la indiferencia del pueblo, que, desengañado y abatido, ya no cree, ni espera, ni admira nada de nadie.
¿Quién recuerda á Martí? y de aquel brillantísimo guerrero que se llamó Antonio Maceo ¿quién se acuerda?
Tan olvidados están que parece que hace cien años que murieron. Yo no estoy enterado de ciertas interioridades; pero creo que las suscripciones que se iniciaron para honrar la memoria de ambos, no prosperaron.
Pero dejemos tranquilos á los muertos.
Estoy convencidísimo de que el pueblo de Cuba es generoso y tendrá indulgencia para sus políticos, si á toda prisa impiden que la politica de esta querida tierra continúe convertida en una opereta bufa.
IX.
Había decidido dar por terminado este trabajillo en el capítulo anterior; pero una nueva evolución de los ex-autonomistas españoles, me obliga á prolongarlo un poco más. Quieren estos caballeros el protectorado americano; ¡buena la hemos hecho! Salen de dos autonomías y entran en el protectorado. ¡Magnífico!
¡Qué suerte tienen los americanos en Cuba! Los separatistas les piden protección y cuando ya están arrepentidos hasta de haberlos conocido, los ex-autonomistas, sin pérdida de tiempo, también la solicitan.
Yo creía que en un país como éste, en que tan importante papel jugaron siempre los padrinos, tendríamos maña para escogerlos bien; pero sinceramente reconozco que me equivoqué.
Querer la autonomía con España, fué política discreta y patriótica, aunque no se defendió con la pericia necesaria; pero quererla americana ó aspirar al protectorado, no lo comprendo y autoriza á suponer que los prohombres autonomistas juzgan mal á sus conciudadanos, teniéndolos por incapaces y condenados, sin remisión, á tutores, vigilantes y manejadoras.
¿Es este un concepto elevado de la política? ¿Es esto patriotismo? No.
Pero atrévase cualquier ciudadano á decirle á esos mismos prohombres que en su larga vida política nada han hecho, ni dicho, ni escrito, para que se les tenga por tan eminentes y maravillosos; como ellos, sus consocios y parientes piensan y ya verá lo que es odio, desdén, y acusarlo de mal cubano y otras lindezas, acompañadas del inevitable mandamiento de…….padrinos, no para bautizarlo, sino para romperle el bautismo.
Ni autonomía ni protectorado nos concederán los americanos, y aunque lo hicieran, ni con la una ni con el otro impediremos la formidable influencia americana que nos conducirá en plazo más corto ó más largo á la absorción ó americanización de la Isla.
No recuerdo si fué un Duque de Saboya ó Federico II de Prusia quien dijo "que la Geografía lo obligaba á ser ladrón;" parodiando esta frase los americanos dirán "que la Geografía los obliga á anexionarse la Isla de Cuba."
Dado lo apurado de nuestra situación y lo poquísimo que podemos hacer y escoger, lo único que debemos pedir es la Independencia absoluta, que siempre fué el ideal del pueblo cubano.
Estamos en los comienzos del ensayo del gobierno propio, y ya contamos con dos partidos. El Nacional absoluto y el Nacional protegido, el primero netamente cubano, y el segundo influenciado, ó reconociendo la soberanía americana: ¡qué será cuando termine el ensayo!, que lo mismo puede durar dos años que veinte.
Arrepentido estoy de haber escrito tanto, porque aquí nadie lee más que periódicos, y de éstos, los crímenes espeluznantes y algún escandalito de alcoba y en paños menores.
Pero si la patria, el estudio, la sensatez y el buen nombre de un pueblo son romanticismos, y nuestros políticos sólo aspiran á llenarse la panza, entonces no he dicho nada, y á llenárnosla....
De la única manera que es posible que Cuba se salve es inspirando respeto á los americanos y á los demás pueblos civilizados; y si no se salva, en nuestra caida nos acompañará el respeto de todo el mundo. Y el respeto se logra con desinterés, alteza de miras y políticos instruidos, sensatos y que prueben conocimientos y que saben lo que quieren y los medios de lograrlo.
Desengáñense nuestros superficiales políticos, de nuestra incapacidad no van á juzgar los extraños por que dos individuos se den golpes, ó rompan unos cuantos faroles, ó por motines que no faltan en ningún país.
Si por nuestra ligereza sólo nos afanamos por buscarnos la vida, nos despreciaran, y pensaran que son merecidas nuestras desgracias, porque la vida también se la buscan los irracionales, y nunca han sentido necesidad de constituir patria.
Me propuse que este trabajo fuera breve; pero no va á poder ser, porque ¿quién resiste al deseo de levantar acta de la nueva evolución del partido ex-autonomista español? Nadie.
Hoy gran numero de sus ex-miembros han constituido "La Unión Democrática" cuyo programa es la independencia de Cuba; y á creer al Sr. Giberga «independencia ó muerte.» Esta última evolución de los ex-autonomistas, es la prueba más evidente que ellos, ni antes ni ahora, se han dado cuenta de la política americana ni de su alcance.
En menos de dos años que llevamos gobernados militarmente, han sostenido tres soluciones para Cuba: 1o Autonomía Americana; 2o Protectorado y 3o la Independencia de Cuba; sin contar con que también propusieron que el Ejecutivo se constituyera por elección popular, ó cosa así.
Esta variedad de criterios y esta poca fijeza en las ideas, pone de manifiesto que los autonomistas siempre desconocieron en absoluto el aspecto americano del problema cubano, y que si alguna vez aludieran a él en su larga propaganda política, fué como de pasada, sin darle importancia, lo mismo que habrán aludido á la política rusa ó alemana.
Desde que escribí los primeros capítulos de este folleto hasta hoy, van transcurridos unos veinte meses, lo suficiente para que nadie dude, en vista de los hechos, que estamos sometidos al gobierno temporal preparatorio de la anexión.
Ya se han verificado las elecciones municipales, tenemos un Delegado en Washington, y se ha publicado la convocatoria para la Asamblea Constituyente, de la cual no saldrá una nación Soberana sino el gobierno civil.
Para los políticos ignorantes que piensan en una República Protegida, no está de más decirles, que esa República que esperan, sin ejército, marina, celebración de tratados, ni libre manejo de su Hacienda, no es más que el gobierno civil, que durará dos ó cuarenta años, pasados los cuales formaremos parte de la Unión.
Este sistema no tiene novedad, es desde muy antiguo usado por los americanos.
Si se me permite la expresión, diré que durante esos años, estaremos en remojo hasta que soltemos la sal latina.
Creo muy capaces á los americanos de, teniéndonos sujetos al gobierno civil, permitirnos llamar á cualquier funcionario Presidente de la República Cubana.
¡Divino! Pero nuestros políticos, con pronunciar largos discursos diciendo que el americano es choricero y no come más que papas con mantequilla, ya hemos ganado la cuestión, y el americano queda choteado, y nosotros triunfantes y admirados de todo el mundo.
¡Pobre Cuba!
Ahora al criterio de mis lectores dejo la elección del castigo que merezcan los prohombres de la política cubana. Yo por mi parte propongo el siguiente: Nada de cárcel ni muerte; escogería diez ó doce docenas de ellos y los embarcaba con rumbo á un islote cualquiera de África, donde los dejaba con entera libertad, para hablar y ensayar sus disparates políticos. Mal no lo habían de pasar como se les concediera (y lo haría con mucho gusto) tener periódicos que los llamaran inmortales, y publicaran sus retratos y el de sus chiquillos.
Corregidas las pruebas de este folleto, empiezan nuestros Convencionales á discutir las relaciones de Cuba con los Estados Unidos.
Muchas Constituciones han extendido su esfera de acción á asuntos agenos á ellas, por ejemplo la Española del año 12, que disponía que todos los españoles debían ser buenos y benéficos; pero eso de regular en ella las relaciones internacionales, quedaba reservado para la original política cubana.
Tratándose de relaciones con el fuerte y de protección, es natural que habían de rayar á gran altura los ex-autonomistas españoles (y de todo el mundo), y no me dejará mentir el señor Giberga con su proyecto presentado á la Convención.
Más papistas que el Papa; y evolucionando por centésima vez dan la espalda á la "Independencia" y vuelven á tornarse protectoristas.
No se necesita ser muy perspicaz, para asegurar que los tales autonomistas, mandarán, ó por lo menos, que lo que ellos quieren es mandar; mandar precisamente no. ser algo así como mayordomos de casa grande, ya sea obedeciendo á Blanco, Wood, Blumental ó Confucio...
De la Enmienda Platt, nada he de decir, porque no necesita comentarios, y supongo que de todos es bien conocida.
Esta enmienda no es más que el gobierno de territorio, sobre éste en realidad ejercen los Estados Unidos un protectorado, que cesa el día de la anexión.
Para mí desde el punto de vista de las consecuencias, lo mismo me da el protectorado que la anexión.
De la enmienda 'Platt, el artículo más grave es el 3o; en él con entera franqueza se declara la voluntad del americano, de ejercer Soberanía en Cuba.
Así no resulta anomalía que en una Constitución se celebren pactos internacionales; desde el momento en que una nación que dice ser extranjera, se reserva el derecho de intervenir para la perseveración de la independencia; se trata pues no de una Asamblea Constituyente, con plena soberanía; es una dependencia de los Estados Unidos que hace su Constitución, con los límites que le marca la Constitución Federal (nacional) de la Unión Americana.
Si el artículo 3o es el más grave, el más gracioso es el 6o, dejando para un futuro arreglo, la propiedad de la misma.
Es chistosísimo que dediquen un artículo á la propiedad de la Isla de Pinos; lo mismo que en su guerra con España, se llevaron de encuentro Filipinas, Puerto Rico y Cuba, de cuyas riquísimas posesiones no piensan devolver ni un mal pedruzco.
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