PROLOGO
Un italiano que á través de tantas dificultades llega á las costas cubanas y allí tentando desembarcar clandestinamente, encuentra el primer fuego: pasado el primer peligro empieza la serie de trabajos y mortificaciones contrarias al cuerpo y al espíritu: no obstante las objeciones, de no aventurarse á pasar la línea de la Trocha, él pasa á unirse con nosotros, al lado de Máximo Gómez: encuentra otro combate y pasa....
Aun recuerdo cuando llegó á nuestro campamento, yo lo alojé y le di que comer, hacía catorce días que el Dr. Falco se mantenía con alguna que otra calabaza tierna, lo presenté al General y la primera fué una visita de cortesía.
Pero mi compañero tenía el fin de estudiar á nuestro Jefe, sus virtudes y sus defectos: con frialdad constante miraba á su objeto aun cuando seguido muchas veces de discusiones violentas que él provocaba para que se le revelase entero, no cuidándose de la dureza deforma que muchas veces lo hería. El me decía después que sin aquellos momentos, la figura del General Cubano quedaba incompleta.
Después de algún tiempo regresó al Camagüey donde desempeñaba el cargo de Médico del Gobierno y como su principal objetivo era darse cargo de todas las particularidades de la guerra, cruzó la línea de la Trocha de día, siendo el primero que lo efectuaba, salvándose milagrosamente.
Todo eso da un valor especial á estas páginas: yo he compartido más de dos años la vida de la guerra al lado del General, yo he podido observarlo con más ó menos intimidad y puedo decir que es el retrato más vivo, más exacto, admirablemente trazado de nuestro bravo caudillo. El Dr. Falco revela en este estudio un agudo espíritu observador y su gran dignidad de patriota.
Playa de Marianao, Diciembre 24 de 1898.
Coronel Dr. Lucas Albarez Cerice
Jefe de Sanidad del Cuartel General del Ejército
UNA CARTA
A la palabra de un testigo hacemos seguir la de la primera autoridad de la República, obteniendo el permiso de reproducir la carta del presidente Masó que muestra su fina corrección en el saber cumplir los deberes más delicados de jefe de un estado civilizado con la justa consideración guardada al representante extranjero.
Santa Cruz del Sur, Noviembre 5 de 1898.
DR. FRANCISCO FEDERICO FALCO
Presente
Muy apreciable amigo:
Mientras suena la hora última del poder nuestro que la revolución nos confirió y que con
alma serena resignamos como la constitución nos manda en manos de la Asamblea, quiero antes de retirarme á la vida privada y á mi trabajo dejar á V. el saludo cariñoso que su obra á favor de la libertad de Cuba y sus atenciones de médico y amigo á mi persona merecen.
No satisfecho de haber agitado el pueblo de Italia durante dos años para hacer sentir la voz del dolor de Cuba martirizada al corazón de los fuertes italianos, V. quiso venir á compartir nuestras fatigas y nuestros peligros y traernos la palabra de amor y el voto fraternal de la democracia de su país.
Y cuanto yo y mi gobierno hemos agradecido esta noble acción de un demócrata verdadero, V. encontró una prueba en la distinción de máxima confianza acordada, confiriéndole el puesto de médico especial de esta Presidencia y de este Consejo de Gobierno; el cargo dádole más tarde de director de esta clínica militar y médico de este puerto y entre breve tiempo recibirá por la autoridad competente su ascenso al grado de Comandante de Sanidad Militar.
Todo eso es nada en frente del agradecimiento que yo guardaré hacia Vd. por haberme devuelto la salud.
Recuerdo entre mis impresiones más fuertes mi viaje á la hermosa tierra de Garibaldi; lo recuerdo con placer y en Vd. no podía encontrarse que el alma digna de aquella maravillosa cuna del arte y del heroísmo.
Para eso yo no podré olvidarme nunca de su persona y de su cariño, y conmigo no podrán olvidarlo nunca los cubanos: V. sabe que mi vida no perteneció que á Cuba exclusivamente durante más de treinta años, y como veterano de esta sangrienta lucha, diré á V. que estoy orgulloso de haber tenido á mi lado en la hora triste de la guerra al representante digno de la caballerosidad italiana.
Reciba Vd. el testimonio de mi consideración y el de mi afecto de hermano.
A la señorita
Clemencia Gómez,
objeto querido de preocupaciones constantes
dulce idealidad
afectuoso consuelo
en las tristes horas de la guerra,
para el glorioso jefe de los mambises;
este modesto bosquejo
escrito con corazón de cubano,
ofrezco como homenaje
con un voto fervoroso
de que pronto, recobrada la plena salud,
pueda gozar largamente el premio
con que la gratitud de un pueblo redimido
corona el valor de su padre,
la abnegación de su familia.
Francisco Federico Falco
EL JEFE DE LOS MAMBISES
I
ELLOS son los sanculottes de este siglo.
Los cubanos recogieron la injuria que manifestaba el desprecio de los opresores y con el título de mambí se adornaron como con un signo glorioso.
Llegaron á ser nación fundando una religión nutrida de ensueños y de lágrimas y regada con la sangre de legiones de mártires, que cayendo deponían en ella las semillas de la victoria; y esta religión era la Patria: una estrella que guiaba los corazones por el camino heroico hacia la idealidad soberbia, representada por la pálida virgen criolla, con el gorro frigio coronado de laureles, desafiando desde un peñón, nueva encarnación de Prometeo, la ira castellana. Este nombre de Patria era una luminosa poesía que resucitaba el aliento de la fe entre los grandes dolores y hacía florecer una sonrisa sobre los nuevos sacrificios en todos los hogares de la ciudad, del campo, de la emigración..... dolores y sacrificios que han tejido la historia de las familias cubanas, porque no hay ninguna quizás entre ellas que na haya ofrecido una vida y que no tenga su luto.
El culto seguía á través de las persecuciones gallardamente y á la cabeza de la religión, el Viejo, que era la fascinación, la confianza, la certeza del triunfo.
Después de algunas horas de haber yo conocido á Máximo Gómez, en aquel rústico templete—seis arcos de madera en que se apoya un techo—construido por uno de sus últimos admiradores, empecé pronto a explicarme el secreto de los éxitos de esta Revolución.
El Viejo—así lo llaman en toda la isla—es una superioridad: es la fascinación y el terror, porque él os adivina antes que vosotros habléis, os fulgura sin piedad ninguna toda hipocresía aunque sean aquellas comúnmente toleradas, os tritura toda convención social más querida, os dice la verdad con una crudeza áspera que os hiere. Ante él sentís que debéis tener el carácter sólido, la voluntad derecha y firme como una espada, la conciencia de cristal, y carácter, voluntad y conciencia ciegamente sometidas á su mando —aun cuando la educación os haya vuelto el carácter flexible á las oportunidades, la* voluntad sujeta á las influencias de la sugestión, la conciencia reverberante las cualidades del ambiente y el criterio del libre examen os invite á discutir razones.
Y si no sentís tanta fuerza, alejaos, porque si no, no tardará mucho en golpearos el rigor de su inflexibilidad, aunque no seáis soldado y seáis digno de la consideración más distinguida, con una mortificación pública, sin respeto ninguno. A veces le basta una frase sola, á veces una acusación seguida de su condena pronunciada en pie y que se siente con la intensidad del respeto popular, hecho veneración, que rodea á este hombre que es hoy la historia y la leyenda de Cuba libre, y representa la gloria de treinta años de pelea sin reposo y sin una vergüenza para un ideal de justicia.
Puritano intolerante, impone el más celoso cuidado para los seres débiles: la mujer, el anciano, el niño. La más ligera falta contra éstos es severamente castigada. Los niños excitan en él una ternura suavísima que lo hace repentinamente tan benigno y dulce que el hombre parece transformado. En su pequeño equipaje encontré un solo objeto de lujo: un álbum de fotografías de niños.
II
Por él principalmente fué preparada la energía que necesitaba para sumar y fundir el fuego de la fe los elementos ya maduros del pueblo cubano en el hecho de una libre unidad nacional.
Es el capitán traído por la fatalidad histórica á su puesto. Pero quedan como virtudes extraordinarias aquella seguridad de su alma que no puede embriagarse en la victoria ni desfallecer con la derrota, aquella firmeza constante que entre las defecciones, los desengaños y las mortificaciones del cuerpo y del espíritu, lo hace á menudo más altivo, animoso y olvidadizo de su persona, y aquella fuerza de sugestión que excita y resucita incesantemente durante tantos años de fatigosísima lucha, con entusiasmo progresivo el aliento y el sentimiento de la abnegación en los insurrectos.
Y con ellos no un halago, sino siempre la amonestación severa; no un cumplimiento, sino el reconocimiento puro y simple de los deberes cumplidos.
Una educación de hierro, que quizás no produciría resultados excelentes en tiempos de paz. Pero aquí ha llevado los efectos que voy considerando.
Después de un diligente estudio objetivo de todos los elementos de esta lucha examinada en sus varias fases y respectivamente en cada una de las dos partes contendientes, deduzco que los insurrectos sin la ayuda de los americanos habrían podido alcanzar el fin de la independencia. Estos no hicieron más que acelerar los acontecimientos.
El problema muy sencillo. Todas las varias fluctuaciones de una conciencia móvil á causa de su juventud, todas las tumultuosas manifestaciones de la vivacidad latina meridional calentada por el sol de los trópicos, todas las violencias de la pasión irritada por las formas más crueles de la vejación larga y obstinada para destruir las tendencias naturales que iban especializando la vida moral autónoma de un pueblo nuevo—era preciso sumar todo eso y transformarlo en una acción revolucionaria tenaz hacia un fin fijo mediante el impulso de un sólido organismo de voluntad que debía representar la victoria cierta. Lejana, quizás, y á través de dificultades graves, pero cierta.
Máximo Gómez escribió en su bandera: La Independencia absoluta ó el exterminio.
Y un pueblo entero lo siguió en la guerra de los diez años, y en estos cuatro años—lo siguió sufriendo hambre, descalzo y sin ropa—lo siguió en sus marchas temerarias dentro de las hórridas maniguas, con la sangre envenenada de paludismo—lo siguió con pobres recursos de armas, muchas veces sin cartuchos, y tal vez con la sola defensa del machete, contra un enemigo bien armado, bien nutrido y cincuenta veces superior en número,—lo siguió, no obstante su dura severidad, que no admite excusas y muchas veces no admite razones.
Cuando lo veis sobre su vivacísimo caballo blanco, la persona delgada en el traje simple del último de sus subordinados, derecho, enhiesto, durante catorce horas, desenvuelto como no lo está un joven de veinte años, altiva la pequeña cabeza criolla, pronunciando voces de mando, con dientes apretados, rápidas como el silbido de una espada que hiende el aire, y lanzarse antes que todos á la carga, atrae con influencia irresistible.
Durante una operación no lo oiréis hablar sino para dar órdenes muy breves. Y vigila, de una manera inexorable, la ejecución de ellas.
Lo criticarán, lo encontrarán fastidioso, violento, tal vez irracional, pero en esta oficialidad que cuenta muchos médicos, abogados, periodistas y otros hombres ilustrados, no hay quien se atreva á discutir ante él, no hay quien no lo obedezca en el acto.
Cuatro provincias han sentido la influencia contemporánea del general español Weyler y de Máximo Gómez. En aquéllas, el primero destruyó las casas, las plantaciones y los ingenios. Donde pasaba el ejército español pasaba la desolación y la muerte. Los pacíficos campesinos son reconcentrados en las ciudades y el mundo vio con horror el espectáculo de 250 mil inocentes morirse de inanición. Se trataba de suprimir todo lo que podía ayudar á la revolución. Los prisioneros de guerra eran matados. El régimen del terror dominaba espantosamente los dos tercios de la Isla.
El General cubano no hace matar más que á los traidores, como es costumbre en toda guerra civilizada, y en la obra de destrucción tiene cuidado de quemar lo que fácilmente podía reconstruirse. Muchas veces se retardaba la ejecución de la orden para dejar tiempo á los propietarios de arrepentirse y apoyar la revolución. Cuando, agotados todos los medios, se procedía á aplicar el fuego, no se quemaba sino la mitad de una plantación de caña para dejar algo al propietario, que por esto, no pudiendo cumplir sus empeños con el fisco, se hacía enemigo natural del gobierno. Los prisioneros fueron siempre remitidos al enemigo y no fué ordeñada nunca una represalia por los insurrectos. Cuando encontraba un abuso, cualquiera que fuese el grado y el título del culpable, era severamente castigado. No hace mucho tiempo que la justicia del General en Jefe llegaba á un General de brigada de su ejército, el General Bermúdez, que fué fusilado el día 12 de Agosto.
Un redactor del Diario de la Marina—periódico español que había sostenido tan fiera y obstinada lucha contra los rebeldes cubanos— afirmaba en el Central Narcisa: «Que Máximo Gómez ha conducido la guerra de la manera más humanitaria posible, lo que no puede decirse de los españoles.»
Este Jefe que ha derrotado con mil guerrilleros más de una vez á Martínez Campos, fuerte de 80 mil hombres, y ha cansado á Weyler, ayudado por 200 mil soldados, ahora que la guerra se concluye, declara no sentir rencores contra los españoles y reconoce el valor del soldado español.
III
En la vida normal es muy expansivo, pero siempre positivamente va derecho á la esencia de las cosas, mostrando una originalidad sintética, una agudeza y anchura de miras que me lo hacen juzgar superior á muchos hombres políticos americanos.
Cuando alude á su querida Cuba y á la lucha sostenida se anima y hace aparecer la genialidad del héroe, pero en un lenguaje declamatorio, sin florecencia retórica, en el cual hay una simplicidad limpia que da al pensamiento la precisión de unas fórmulas. Por ejemplo:
«Cuba no tiene más de un millón y medio de habitantes. Yo no vine aquí para ayudar los intereses de este pueblo microscópico. Vine á obrar y á sufrir aquí porque yo creí que peleaba por la humanidad. Cuba debe estar abierta á todos, debe ser la patria de todos los hombres de buena voluntad que deseen elegir en esta tierra riquísima el campo de su actividad. Ni pena de muerte, ni culto privilegiado en nuestros códigos; ni soldados ni fortalezas en nuestras ciudades, y la escuela poco á poco tiene que suprimir la ley.»
Son palabras que yo he recogido en su conversación. Mas el hombre se completa con la elevación de su buen sentido y de su generosidad en frente de los grandes capitanes modernos con la virtud de las siguientes recomendaciones que él, después del armisticio, ha dirigido al pueblo cubano:
«...Debéis ser atinados en la elección de los administradores de los intereses del país; que no alfombren sus casas ni sean arrastrados por carrozas antes que las espigas maduren con abundancia en los campos de la Patria que habéis regado con vuestra sangre para hacerla libre. No tengáis ministros con mujeres que vistan de seda mientras el campesino y sus hijos no sepan leer y escribir.
«Se debe conceder perdón á todo el que lo solicite, para que la obra quede completa. Al aproximarse á las tumbas gloriosas de nuestros compañeros es preciso depositar nuestra piadosa siempreviva llevando el alma pura de rencores.
«Yo pido á vosotros esta última abnegación.
«Que no os apasione el orgullo de la victoria y debéis elegir para el gobierno del país hombres que representen la más elevada suma de virtudes, sin preguntarles en donde estaban ni qué hacían cuando vosotros os ofrecíais á la muerte por la salud de la Patria.
«Se tiene que dejar de oir el relato de pasadas hazañas. Todo eso cumple á la consagración de la historia y basta. Exasperando á los que no sintieron el alto deber de batirse, vamos á predisponer á los espíritus á la discordia alejando á muchos de hacer provechosa su respectiva actividad en beneficio de la nación. Al dominio de la espada sucede ahora con más alta y civil majestad el dominio de la ley y no debe entrometerse ni aún de lejos el militarismo para turbar con su rudo rigor la aplicación de ella; porque su eficacia se modela sobre el diapasón de la dulzura.
«Trabajo, educación, y sobre de todo, buenas costumbres que representan la mejor higiene de la civilización: he aquí los deberes de vuestro oficio de ciudadanos dignos en el nuevo camino para asegurar la prosperidad perpetua de Cuba.»
IV
He observado á este hombre en los varios momentos de su vida íntima, cuando la revelación de todas las cualidades es más fácil y segura. En la regla de todos los días en el campamento donde las costumbres más insignificantes están expuestas á la curiosidad de todos-Le observé en contacto con las mujeres en la ocasión excepcional de una fiesta que dos pueblos vecinos celebraron en honor de él: quedándose todo un día á cumplimentar á las varias señoras y señoritas y bailando dos noches seguidas sin acostarse hasta la mañana: fué el único entre todos los oficiales que en aquellas treinta y ocho horas de constante vivacidad no mostró signo de cansancio, y fué el caballero más fino, con una galantería que hacía traición á sus 64 años y á la rudeza de su larga vida salvaje, desmintiendo á quien creyese encontrarse con una fiera.
Le he estudiado también en su obra principal, su táctica de guerra, con la ayuda de generales, sus compañeros, y encontré un modelo de simplicidad, de habilidad, y una superioridad absoluta y constante respecto á toda clase y forma de circunstancias.
En 1886 los cubanos vuelven á las conspiraciones reclamando la cooperación del viejo guerrero que vivía trabajando, modestamente, en Honduras. El pronto contesta trasladándose á Jamaica, donde había un potente centro de emigración cubana.
Un día un portorriqueño amigo suyo, el Sr. Lorenzo Mercado, de paso en aquella Isla, llega á saber que Gómez sometía su cuerpo á tales y tantas privaciones, que los médicos juzgaban que podía fácilmente sucumbir.
El Sr. Mercado se ofreció á ayudarlo y le envió una caja de vino precioso que costaba 60 pesos. Deseando el general vender aquella caja para depositar el dinero en beneficio de la revolución, su amigo añadió 600 pesos, y andando con él hacia el banco para hacer el depósito vio maravillado que Gómez en su libreta tenía otros cinco mil seiscientos pesos depositados á su orden.
— ¿Con eso V. se moriría de hambre?—exclamó Mercado.
—Ese dinero no me pertenece—respondió simplemente Gómez—ese dinero es sagrado: pertenece á Cuba.
V
Jamás pide nada.
En ningún caso desmiente su altivez. Un día, á mi presencia, después del armisticio, observó que faltaba el alimento á sus soldados y que no había manera de conseguirlo.
«Por esto yo no me humillaré ni humillaré á mi ejército. Yo no debo* sino declarar simplemente nuestras condiciones y el dinero tiene que venir, no como limosna sino como derecho. Dejar que falte el alimento y el trabajo es un crimen á cargo de la sociedad. El deber de ayudarnos no debe buscarse fuera, sino aquí, entre la burguesía de este país libertado por nosotros.»
Y mientras España ha hecho creer á Europa que la revolución cubana se sostenía con el dinero de los americanos, mis pesquisas escrupulosas en los Estados Unidos y aquí me han comprobado que fué exclusivamente alimentada por los cubanos emigrados y especialmente por los trabajadores de las fábricas de tabaco.
La América no hizo más que vender armas y municiones á los cubanos, que con hábil cautela muchas veces lograban burlar la ley, pero no siempre, porque varias veces la carga fué capturada y tribunales americanos tuvieron que juzgar á cubanos culpables de querer correr en defensa de su país.
He aquí la razón poderosa porque Máximo Gómez puede estar orgulloso también de su ejército, enfrente del mundo civilizado.
VI
He estudiado con mucho cuidado todos los elementos de esta vida, juntos y separadamente, sin dejarme llevar por el entusiasmo para hallar en él las cualidades comunes, los nervios de los otros hombres y encontré la explicación del fenómeno extraordinario en la superioridad de las condiciones fisiológicas de este ser que antes de llegar á disciplinar á los otros ha sabido magistralmente disciplinarse á sí propio, favorecido por el desenvolvimiento excelente de su cerebro y la lozanía excepcional de su salud, que no fué nunca turbada por la más ligera enfermedad desde su nacimiento hasta hoy.
Salvo una impresionabilidad excesiva que algunas veces le hace observar las cuestiones unilateral mente haciéndolo llegar á la paradoja y otras hace oscilar la pureza de su criterio haciéndolo llegar al juicio injusto—en este organismo admirablemente sano hay una integridad harmónica, un equilibrio de funciones de cualquier lado que se le analice que consecuentemente las manifestaciones del pensamiento se encuentran en su puesto en el orden de aquella vida.
Considerando el ambiente donde abundan los decadentes, los degenerados y las numerosas reclutas de las sífilis y de la neuroastenia os parecerá tipo normal este hombre sincero, que obedece á su tendencia de sacrificarse por su especie aprovechando sus fuertes facultades, este rebelde que aceptando la lucha como una necesidad os dice:
«Yo la acepto porque tengo la fe y la conciencia de vencer. La acepto como un cirujano acepta de mala gana hacer sufrir á su enfermo. Pero en mi vida yo no odié más que una cosa: la guerra. Es la agricultura el más grande amor mío; yo amo la tierra que desenvuelve mediante el alimento y el trabajo las fuerzas del hombre.»
VII
Una convicción fundada á través de la educación misma de la guerra en un criterio ancho de equidad natural lo hace despreciador soberbio de los poderosos y lo estimula á poner las sumas de sus energías al servicio de los esclavos y de los oprimidos y á proclamarse campeón de la humanidad.
En el combate y en la vida revela un cuidado singular, una medida que tal vez os parece estudio de pedantería que disminuye las líneas del carácter y lo hace afectar una postura, cuando éste se realza vigorosamente en la constancia hacia el fin, en el desprecio de todas las vías equívocas, de todas las complacencias oportunistas y en la altivez en la cual puede permanecer indomable porque él debe al ambiente, para lo' absolutamente indispensable, poco más de lo que le debían los anacoretas de la Tebaida.
Con medios honrados y rectos: tal es el mérito del fin y tal la sincera explicación de aquel criterio de equidad al cual dan realce con expléndida evidencia sus escritos, su conversación y especialmente aquel magnífico manifiesto que él, en cooperación con Martí, lanzó al mundo civilizado en nombre del pueblo cubano, desde su nativa Santo Domingo en la víspera de la guerra.
«En Cuba se está turbando más que en todas partes del mundo civilizado la armonía social. El pueblo de Cuba, sintiéndose maduro para la libertad, se levanta armado para defender con su causa los intereses y el derecho de la libertad.»
Esta es la esencia de aquella proclama que es una exposición ceñida y límpida de hechos y de razones con la serenidad objetiva de una demostración experimental.
No se recuerda en ninguna revolución de Europa y América un documento como este, que sin auxilios de fascinaciones sentimentales y sin lujo de pompas tribunicias contiene en una forma concisa tal densidad de jugo lógico y un toque tan seguro de la eficacia como en la evidencia de un problema de ciencias positivas.
VIII
Él llega á reírse de poderosos extranjeros que tendrían mucho gusto de ser sus amigos, maltrata y rechaza á los fotógrafos y á los periodistas americanos y escribe al Almirante Sampson que no tendrá en cuenta ninguna recomendación que tenga por razón ponerle á su lado personas que quieran examinar sus actos.
Pero él tiene el corazón abierto á los pobres andrajosos que sitian sin tregua su tienda, y sin un movimiento de impaciencia, atiende con cuidado aliviar la miseria de ellos como puede, dando lo que tiene y obligando a sus soldados á dividir su poco alimento propio con aquellas familias.
El es amigo de todos estos humildes, de todos estos desheredados que no pueden mostrarle otro reconocimiento que su cariño.... no exento de algún interés por el socorro de mañana. Va de tiempo en tiempo por los ranchos del campo á visitar los enfermos graves, y, lo que más extraña, asiste á las graves operaciones quirúrgicas.
Ayer, á una mujer de un campesino, se le hizo la desarticulación del puño á causa de un cáncer difundido por todo el dorso de la mano, entre nosotros estaba Máximo Gómez, al lado de su médico, el Dr. Lúcas Alvarez. Aquella pobre mujer, acostada sobre la mesa operatoria, quiso besarle la mano y se adormeció en lo vapores del cloroformo, exclamando entre sollozos:
— ¡El General es mi padre! ¡El General es mi padre!
La mujer del campesino en aquel momento decía la palabra que está iluminando todos los corazones republicanos de Cuba. Las recomendaciones ya citadas después del armisticio, hacen concluir esta vida épica de guerrero con un epílogo magnífico que con la luz de su cordura y con el calor de su cariño hará eclipsar el General para presentar en Máximo Gómez el tipo ideal del padre de un pueblo redimido.
Central Narcisa, (Yaguajay) Septiembre 15 de 1898.