Circular "Ni traidores ni parias"

Mons Enrique Pérez Serantes - Arzobispo de Santiago de Cuba


24 de Sepiembre de 1960

Estamos envueltos en un mar de confusiones, producidas por una densa niebla, que es necesario despejar rápidamente para dar paso a la luz, y con ella, a la verdad, que se está echando mucho de menos.

Para no andar con inútiles rodeos, ni tratar de tapar el sol con sin dedo, decimos que este confusionismo gira todo alrededor del problema del comunismo, incubado por el capitalismo materializado y por el racionalismo; bien elaborado y dado a luz por los hábiles discípulos de Marx.

Hubo un tiempo, que recordamos muy bien, en que se calificaba de execrable traidor al que no estaba enteramente de acuerdo con el régimen y los procedimiento de Machado, aunque fuese tan cubano como Martí, como Maceo o Agramonte.

Hoy, para no divagar mucho, resulta que se considera igualmente traidor al que se permite el lujo de combatir el comunismo, o de expresar abiertamente que no está conforme con las directrices o el adoctrinamiento y procedimientos marxistas; a veces , no hace falta ni tanto. Tal parece que, para algunos, sólo los comunistas y sus seguidores tienen derecho a trazar la línea de conducta obligatoria para todos.

Hemos aprendido todos que traidor es el que quebranta la fidelidad o la lealtad, que está obligado a guardar o a tener. Judas, entregando a su Maestro, es y será siempre el prototipo del traidor.

Siendo esto así, ¿quién, con algo siquiera de razón, se atreverá a decir que no es patriota el que detesta el comunismo materialista y ateo, o el que, por no hacer traición a su conciencia y a su fe jurada, no se doblega, o ni siquiera se inclina ante los seudo redentores del pueblo, ni está dispuesto a cambiar Roma por Moscú?

¿Quién puede tener derecho a afirmar que alguien es traidor a la patria, porque amándola con toda su alma, se atreve a decir que no piensa en todo, corno piensan los enemigos de Dios, los enemigos de la libertad y de los derechos humanos, los comunistas y sus secuaces?

¿Pueden, en fin, ser reputados de traidores a la patria los que no quebrantan ninguna fidelidad o lealtad al Estado o a las Instituciones le legítimamente establecidas?

Hay por cierto indicios muy expresivos, y hasta algunos muy elocuentes, de que para los comunistas del patio, iguales en todo a todos los demás (los de Rusia, de la China y de Hungría, y de todas partes), parece no merecen los honores de la ciudadanía, cuando no se les moteja abiertamente de antipatriotas, los que, aferrados a los principios básicos de la lealtad a Dios y a sus Mandamientos, que son y han de ser siempre el Código de honor de los humanos en todas partes, manifiestan, por lo mismo, su hostilidad o repugnancia a la amalgama de ideologías extrañas, espurias, ajenas y contrarias al recio y tradicional sentir religioso, principalmente católico, de nuestro pueblo.

Y, más que indicios, hay la certeza de que estos señores de la hoz y el martillo, lo mismo que sus incondicionales servidores, reciben con los brazos abiertos a los que, traicionando a Cristo, desertan de su Iglesia, a los que quizás la vendan por un plato de lentejas o se mofan de ella, y a los que, a todas luces enanos, se alinean y tratan de dar la talla en las filas de sus adoctrinadores.

En una palabra; para estos señores es, cuando más, ciudadano de segundo orden, relegado a la retaguardia, cuando no tildado pomposamente de apátrida, el valiente que, por amor a los valores sobrenaturales, se empeña en no claudicar, firme en sus nobles y arraigadas convicciones, que no se asientan en la arena movediza de las ideologías y procedimientos descarnadamente humanos, cultivados en las frías estepas

Todo lo dicho, sin embargo, con ser mucho, no es todo. Queda, pues, aún, tela que cortar. Vamos, por lo tanto, nada más que a hacer un sondeo.

Por la Revolución, se dio en esta provincia de Oriente, y todo el mundo lo sabe cuanto había que dar: a su favor, se movilizó todo el pueblo. Por la Revolución, por Fidel, su Líder muy querido, se dio todo: dinero, ropas, oraciones, sacrificios y todos los hombres que se necesitaron, los cuales, con el mayor desinterés, con gran fervor, como quien va a una Cruzada, escalaron la Sierra dejándolo todo, sin volver la vista atrás. Por la Revolución, hemos visto los templos repletos de fieles y lo mismo las calles abarrotadas, principalmente de madres, de esposas e hijas de combatientes, que eran en su inmensa mayoría católicos, marchando en abiertas y bien conocidas manifestaciones por la causa, Rosario en mano, desafiando las amenazadoras represalias.

Por la Revolución, muy identificados con ella, nuestros capellanes, los sacerdotes Sardiñas, Rivas, Lucas, Guzmán, Castaño, Cavero y Barrientos, los cuales con el mismo espíritu que los valientes soldados de las Sierras, acompañaron a éstos y los alentaron por los caminos de la lucha y de la victoria.

Ahora bien, y vamos a cuentas, ¿pudiéramos saber cuántos comunistas hicieron por la Revolución lo mismo que los nuestros, que demostraron generosidad y valor espartano?

‘ ¿Y habremos de sufrir mansa y silenciosamente que sean ahora éstos los que vengan a dar a los héroes lecciones de patriotismo? ¡Apañados estamos!

Sepan, pues, los valedores de nuevo cuño que los nuestros, los de las Sierras y los de la retaguardia, lucharon, alentaron y sostuvieron la Revolución confiados en que ésta, trayéndonos la justicia social y la paz, no pondría a nadie en peligro de renunciar a lo propio tan amado, o sea a Dios, a la Iglesia y a nuestras bellas tradiciones cristianas, que en nada se oponen a la adquisición y a la tranquila posesión de bienes materiales, justos y honestos, y que, antes bien, los propician y afianzan.

Luchando por la Revolución, nunca pensaron los nuestros, nunca pensó el pueblo cubano, que la mano férrea y sin entrañas del comunismo habría de pender amenazadora sobre nuestras cabezas; ni que habrían de ser los escasos devotos de Marx y de Lenin los que pretendieran arrebatamos el bien ganado laurel de la victoria; los que dieran la pauta de la conducta a observar a los heroicos voluntarios de la patria, llegando hasta a ordenarnos que nos confinemos a nuestros templos, y nos atengamos en ellos a normas trazadas osadamente por los que, a fuer de descreídos, nada entienden de eso.

A manera de consigna de predominio social y hasta político, netamente comunista, ciertamente anticatólico, parece claro se pretende anular totalmente la influencia católica, y esto, no paso a paso, sino a grandes zancadas.

Si esto es así, nos sentimos obligados a levantar nuestra voz para pedir se conceda a los católicos y a todos los no comunistas el disfrute del pleno derecho que a la libertad tienen los ciudadanos todos; y puesto que somos indiscutiblemente muy superiores en número, y nada inferiores en calidad a nuestros opositores, que se nos respete y se nos deje ocupar el puesto que de derecho nos corresponde dentro de los justísimos cánones de la democracia; y esto, en todas partes, y no sólo en los templos, ya repetidas veces en poco tiempo profanados, merced a las irreverentes y atrevidas incursiones realizadas en ellos so pretexto de defender intereses que jamás han conculcado los católicos, medularmente tales.

Dicho lo que precede, doblamos la hoja, porque Nos falta algo por decir, y es que a los norteamericanos no Nos ligan vínculos de sangre, de lengua, de tradición, de convivencia o de formación; y aunque Nos parece que esto todos lo saben, no quisiéramos lo ignorase ninguno de los nuestros.

Decimos asimismo que los funcionarios de Norte América no han ejercido ni una sola vez, directa o indirectamente, influencia alguna sobre Nos, como no la han ejercido jamás los falangistas, ni los franquistas, con los cuales nunca hemos mantenido relaciones de ninguna clase. El que otra cosa afirme se equivoca; y en todo caso no dice verdad. Pero no tenemos rubor en decir, y Nos parecería cobardía no decirlo, que entre norteamericanos y soviéticos, para Nos no cabe vacilar en la elección.

Amamos a Cuba, y a Cuba nos debemos totalmente, como la aman los católicos todos y todos los hombres honestos que con nosotros tienen la dicha de convivir, Por amor a Cuba estamos dispuestos a que nos llamen contrarrevolucionarios y traidores los que seguramente mejor harían si se callasen.

Eso sí, siempre diremos: Cuba, sí., comunismo, no. Repetiremos siempre: Cuba sí, esclavos, jamás. Y sepan todos, que sin renunciar a la filiación divina, a llamarse hijos de Dios, nadie podrá ser esclavo, nadie podrá ser traidor, nadie podrá renunciar a su libertad.

Déjennos, pues, en paz. Dedíquense a algo constructivo, pues hay mucho que hacer sin malgastar el tiempo en dividir la familia cubana, empuñando la espada temible de la discriminación.

De todo lo dicho, de lo cual somos Nos exclusivamente responsables, queremos estén debidamente informados nuestros diocesanos, a fin de evitar confusiones lamentables; para que conozcan sus derechos y las maquinaciones de los declarados enemigos de la Iglesia; y para que, por intercesión de nuestra excelsa Patrona, la Virgen de la Caridad, pidan incesantemente al Señor nos libre de las insidias de los arreligiosos y de los irreligiosos, y nos propicie el don precioso de la fraternal convivencia de todos los cubanos en un ambiente de verdad, de justicia, de amor y de paz.

Quisiéramos sirviera también este nuestro documento para tener informados a nuestros gobernantes, no sea que desconozcan cosas que, a nuestro ver, no ayudan a consolidar la Revolución que tanto ha costado.

Santiago de Cuba, 24 de Septiembre de 1960.

+ENRIQUE, Arzobispo de Santiago de Cuba

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