1855 «AL PUEBLO DE CUBA» Succsos que no son de este lugar, errores y desgracias que examinaremos otro día, han venido a deshacer violentamente la trabajosa combinación que debía llevar la libertad a Cuba y a conturbar el ánimo de todos los buenos patriotas que tenian puestas sus esperanzas en el proyectado movimiento. Cuando tales y tan repetidos golpes recibiera nuestra combatida revolución, legítimo era y muy justificable el deseo de conocer en todos sus detalles las causas inmediatas de ese nuevo desastre, para precaver su repetición en lo futuro, y pedir cuenta a quien haya lugar de los inmensos y dolorosos sacrificios malogrados. Razones de alta conveniencia, que la Junta Cubana ha explicado ya suficientemente, han hecho necesario el aplaza miento, breve sin duda, dc una pública manifestación de esas causas deplorables; pero nada se opone, sino que por el contrario todo induce a que, reconcentrado de nuevo el pensamiento, procuremos definir la situaci6n presente, y remontándonos a consideraciones más elevadas y generales, de mandemos al estudio de lo pasado enseñanzas y garantias para el porvenir. A satisfacer esa doble exigencia va encaminado este papel. Mucho se engañarían los que pensasen que con las desgracias sufridas ha muerto nuestra revolución; mucho también los que siquiera imaginasen que ha experimentado un revés de suma gravedad. Para conceder la una o la otra suposición, menester sería desconocer por completo la vitalidad que en sí tienen los principios, o desatender los estímulos especiales que obran sobre el pensamiento revolucionario en Cuba. Necesario sería magnificar con exceso la importan cia de los hechos transcurridos y falsear su influencia sobre la marcha y el progreso de nuestros trabajos futuros. La rcvolución de nuestra patria está cimentada por una parte en el bárbaro y opresor sistema que la esclaviza después de centenares de años; y por otra, en el conocimiento progresivo que han adquirido sus habitantes de sus derechos, de la justicia que les asiste, y de los bienes que les esperan cuando se aniquile aquel poder, y se derribe aquella opresión. De manera, que subsistiendo siempre, o por mejor decir, acrecentándose por instantes la energía de los móviles que dieron el primer impulso a la determinación de los cubanos, lejos de flaquear, más se consolida y fortifica con los golpes mismos la base fundamental de nuestra patri6tica y noble empresa. Preciso es no confundir la revoluci6n, que es el progreso moral e intelectual lentamente encarnado en el ánimo de los pueblos trabajados por la dura cadena del despotismo y su resolución de quebrantarla, con los medios y los planes concertados para su realizaci6n. Estos últimos pueden fracasar en cualquiera de sus períodos, al paso que la primera redobla de actividad, recabando de las derrotas mismas mayores bríos y, nuevas fuerzas que oponer en su lucha con la tiranía. Si faltaran otras pruebas de esta verdad, la misma Cuba las ofrecería irrecusables en la historia de los años que acaban de transcurrir; y si pintar quisiésemos en pocas palabras las diversas fases de ese aumento dc convicciones y de energía moral producido por los desastres mismos que se han sufrido en nuestro país, pudiéramos decir con toda propiedad, que allí la que antes de l848 fué simple conspiraci6n, ya se hizo en 1850 y 1851 una conjuraci6n, para venir a ser en 1855 una verdadera revoluci6n. Esa marcha lógica, inexorable, del desenvolvimiento de las ideas, no la puede atajar el tirano, sino que por el contrario la precipita, ofreciendo de ello una nueva demostración el hecho, que a medida que se multiplicaron sus victorias, tuvo siempre gue acrecer sus medios materiales de resistencia. En Cárdenas y Puerto Príncipe opone algunos destacamentos. Su ejército todo lo emplea en combatir en la Vuelta Abajo; y este año, cuando receló nuevas batallas, no dudó poner en armas los elementos más desusados, creyéndose aún inseguro, a pesar de la cooperación de alianzas poderosas en el exterior. (Es así como su cumben o retroceden las revoluciones? No, la revoluci6n cubana no ha muerto. Ni siquiera se ha detenido un solo instante en el desarrollo sucesivo de todos los elementos que constituyen su totalidad, y le prometen el vencimiento en no muy lejano porvenir. Testigos de ello son, ese grito general que se eleva de todos los ámbitos de la patria, pidiendo nueva acción y movimiento, esas ofertas de reiterados y más cuantiosos sacrificios; esa ansiedad universal que quisiera adelantarse al tiempo para penetrar el secreto de las nuevas combinaciones, y la hora de las nuevas luchas. Y al contemplar esa fermentación que bulle en todos los ánimos, y esa resolución que se ha apoderado de todos los espíritus, diríase que en Cuba la fatalidad de sus desaciertos o desgracias pasadas es la condición hist6rica de sus triunfos venideros. Una fecha se borra y otra se prepara en el libro de la revolución, para inscribirse en cada nueva página con caracteres más salientes y duraderos; y así es como allí, donde una apreciación vulgar o incompleta sólo encuentra motivos de dolor y desaliento, allí mismo nace a los ojos de la filosofía la prenda segura de renovado ardimiento, y de mayores esfuerzos para el porvenir. Considerada desde este punto de vista nuestra situación presente, no cabe detener el pensamiento en los hechos pasados para inútilcs lamentos, ni menos aún para estériles recriminaciones. ¿Qué son un poco de oro que se ha perdido y algunas lágrimas más derramadas en tributo al principio consolador de nuestra redención futura? Lo que importa, y es más digno, es que pidamos a la experiencia las enseñanzas que atesora, y que continuemos dando al mundo el ejemplo glorioso de patriotas que lejos de abatirse en el infortunio, alzan más erguida y resuelta la frente, y se aprestan al combate con renovado heroísmo. No calumniemos lo pasado: allí está siempre en germen la rama del fruto venidero. El pensamiento que indujo a plantear nuestros trabajos revolucionarios en estos estados, fue obra de la necesidad, y el consejo de una bien entendida política. Vituperarlo hoy porque todavía no brillara la hora del vencimiento, es vulnerar las condiciones de la lógica, y desconoce" el móvil principal de todos los progresos obtenidos. No debemos olvidarlo: si a principios de este siglo Cuba permaneció inerte en medio del glorioso alzamiento que hundió para siempre el poder español en sus grandes territorios de América, débelo no a su falta dc convicciones y de bríos para comenzar la lucha, que éstos sobraron entonces, como sobran aún hoy día, sino a la ley inexorable de su limitada extensión, y de su configuración geográfica y topográfica; débelo a las condiciones económicas y sociales en que se encontraba; débelo a la reunión de esas y otras circunstancias especiales que todavía subsisten en su mayor parte, y hacen peligroso a lo sumo todo movimiento interior que no tenga por base la iniciativa, o por lo menos, el apoyo inmediato de fuerzas exteriores. Por desconocer estas verdades, fracasó sin consecuencias, alguna que otra estéril conjuración de esa y otras épocas posteriores de fermentación revolucionaria. La proximidad de estos estados, las naturales simpatías que aquí debía encontrar un pensamiento de libertad, señalaron este país como el teatro propicio para los trabajos iniciadores de nuestra revolución. 1848 es la época memorable de esa concepción. El programa de anexi6n formulado entonces por primera vez, fué el cebo que debía halagar los intereses del pueblo americano, y la prenda de seguridad presentada a las alarmas de los que todavía vacilaban en Cuba con el recuerdo de las luchas y el escarmiento posterior de las hoy repúblicas hispanoamericanas. De esa fecha y de ese programa data realmente la revolución llevada al terreno de la práctica, y desde entonces también adquirió los medros y las proporciones que hoy le conocemos, y que no han bastado a detener los repetidos y sangrientos desastres que después la han combatido. ¡Tales fueron los elementos de fuerza y de vitalidad que comunicó a nuestra noble empresa, el plan que hoy se quisiera someter a inmerecido sarcasmo, y a la más injusta censura! ¿Pero llenó acaso las promesas todas que envolvía? ¿Estuvo nunca, ni está hoy todavía exento de gravísimos inconvenientes? Una formal negativa se desprende forzosamente de la consideración de los hechos pasados y contemporáneos. El Gobierno espanol, inhábil sicmpre para el bien, supo explotar desde luego todos los elementos desfavorables que en cerraba, y oponerle en la práctica aqucllos contrapesos y embarazos que más pudieran desconcertarlo. Por un lado lanzí al mundo la pérfida acusación de codicia y piratería anglo- americanas, que repetida y comentada por la ignorancia y el interés en todas partes, privara a nuestra causa de aquellas simpatías y asentimiento moral de que tanto necesitaba para triunfar. Por otro, supo herir con singular acierto la fibra adormecida de la raza y de la nacionalidad, despertando dudas y prevenciones interiores, que sirven para explicar por qué no fucra m;ís rípido y poderoso el movimiento revolucionario en Cuba. Los pocos cubanos quc de buena o de mala fe ayudaron a España en ese maquiavélico propósito, deberán en su día una cuenta estrecha a la patria de la inoportunidad, por lo menos, de su cooperación. Tiempo había más tarde para discutir los méritos de la anexión, considerada como fin de nuestros trabajos: entonces era sólo el medio concertado para acumular fuerzas materiales y morales contra la tiranía de la dominación española; y no se concibe, que siendo éste el objeto preferente y primordial que a todos animaba, pudiese haber ningún amigo de nuestra revolución que la frustrase con tan imprudente como prematura oposición. Lo cierto es que la calumnia, por una parte, de los móviles y fin de nuestra empresa, planteada en la tierra extranjera; y por otra, la excitación de sentimientos que siempre conservarán su imperio en el corazón humano, fueron contra principios diestramente empleados para combatir, en su flanco vulnerable el programa revolucionario de 1848. ¡López y su heroico bando, las numerosas víctimas cubanas sacrificadas después en patíbulo afrentoso, duermen todavía en oscura huesa, sin que las universales simpatías del mundo sorprendido y engañado hayan venido a consolar sus nobles y patrióticas sombras! Acaso también, y conviene decirlo sin rebozo, la esperanza exagerada de una cooperación ilimitada venida del exterior haya influído de una manera desventajosa en mantener y avivar la llama del ardimiento y del patriotismo, que tan necesarios son para que los pueblos conquisten con honra y dignidad el bien supremo de su libertad. Sin esa importante consideración, quedarían inexplicados todavía algunos sucesos dolorosos que tuvieron lugar en Cuba, y facilitaron a nuestros enemigos ocasión para nuevas calumnias e imposturas. Pero aun así y todo, triunfara ya nuestra combatida empresa, sin los hechos anómalos e imprevistos obstáculos que han surgido para ella en el terreno mismo donde viniera a buscar, por lo menos, una favorable neutralidad. Es un acontecimiento que quedará consignado en la historia para ver güenza y confusión de los detractores del gobierno americano que en medio de las circunstancias mís propicias, y aun de las provocaciones más inexcusables de las autoridades españolas; a pesar del acuerdo más perfecto entre el propio interés y la vindicación de su honra ultrajada, resistió siempre a la tentación, no ya de favorecer, pero ni siquiera de disimlar los planes que aquí se fraguaban, dentro del círculo de la ley, para derribar al común enemigo. Hoy es urgente decir la verdad. El mayor adversario que tuvo la revolución cubana lo encontrara siempre en las administraciones de este país, sea cual fuese el color político de su elevación al poder. De ahí los repetidos embargos y confiscacioncs de nuestros medios de acción; de ahí sus pesquisas y persecuciones; de ahí también el espionaje constante y la delación de nuestros movimientos, que han frustrado, más de una vez, las mejores combinaciones asestadas contra los opresores de nuestra patria. Que semejante conducta absuelva al Gobierno de esta nación de toda mira o ambición acerca de Cuba, o que pueda salvar su honra ante un juicio imparcial de los móviles que la dictaran, es lo que no pudiera concederse sin grave desacierto. El deseo de incorporar a Cuba en la Confederación puede decirse que es innato en todo pecho americano, como postulado preciso de esa ley de expansibilidad que es alma de los destinos de la raza anglosajona. Por otra parte, sin la posesión de esa llave del golfo mejicano, quedarían sin. satisfacerse las exigencias geográficas, estratégicas y comerciales más apremiantes de su futuro engrandecimiento. Pero esa intuición clara y universal del valor y de la importancia de nuestro territorio, al remontarse de la esfera individual a los consejos de la representación federal para traducirse en actos del Ejecutivo, llega ya debilitada y oscurecida por el embate de los partidos políticos, y el choque de los intereses del día que se disputan la preponderancia en el seno del Congreso nacional. Cuba aparece siempre en lontananza, pero cada vez más envuelta entre los vapores que levantan las agitaciones interiores, tan fecundas en la historia parlamentaria de la Unión. Además, no hay que hacerse ilusiones. Este pueblo gigante en el desarrollo de sus fuerzas y recursos internos, carece de fijeza y de resolución en la marcha de su política exterior. Diríase, al ver las vacilaciones y tanteos de su diplomacia, que crecer quiere todavía y fortalecerse más, antes de formular su pensamiento y su voluntad ante la asamblea de las naciones. Por eso ha sido la cuesti6n de Cuba para todas las administraciones, sin distinción de colores, la piedra de sados, en sus antecedentes políticos y los principios conserpolítica internacional. Y si ninguna excusa pudieron encontrar los poderes pasados, en sus anteceedntes políticos y los principios conservadores que representaban, para la hostilidad que desplegaron contra los intentos de los revolucionarios de Cuba; menos aún debe concedérscla a la actual administración, que fué deudora de su elecció'n a los elementos más democráticos y progresivos, y a los compromisos más solemnes en favor de la causa de nuestra patria. Ninguna otra faltó más abierta mente a esta condición de su programa, sobrecogida sin duda por las rcticencias de la alianza anglo-francesa, no menos que por la agitación que derramara en el país el bill de Nebraska, donde fue a evaporarse imprudentemcnte la ener gía de los partidos interiores. Sea temor, sea cálculo, o por causas tal vcz menos excusables, por lo que tenían de personales, nada supo intentar sino una misión indefinible acerca de la corte de Madrid para el arreglo de las dificultades pendientes con el gobierno de Cuba; y cuando por respues ta recibiera la negativa y el insulto, y la repetición de los vejámenes, ni tuvo la voluntad y el prestigio suficientes para proponer y lograr del Congreso la aprobación de medidas enérgicas y explícitas, ni acertó a combinar otras que las de agresión a nuestros trabajos y preparativos. Y si fueran solas estas manchas las que vertiera sobre cl carácter de su .nación, todavía pudiera lavarlas en el bano de su cobardía e ineptitud. Otras responsabilidades le reserva tal vez el gran día de las revelaciones, que la condenen entonces a la animadversión de todos los pechos generosos dcl mundo. Pero si deploramos lo pasado, nada vemos en el porvenir de la política americana que justifique las esperanzas, tantas veces ya burIadas, de su cooperación moral, cuando otra cosa no fuera, al éxito de nuestra revolución. A lo menos, si nuevas causas o desusados móviles no se ponen en juego para vencer su actual inercia, en vano fuera Cuba arrojada con su opresión y sus miserias al alcance del coloso que pudiera levantarla de su abatimiento y postración. ¿Y podrá preverse esto, cuando más que nunca se agita el fermento de los antiguos y de los nuevos partidos políticos? Uno hay sobre todo que nació ayer y triunfará mañana, conjunto heterogéneo de las más opuestas aspiraciones, pero que se enlazan y confunden en la fórmula común del nativismo, que es otra palabra con la que se disfraza la intolerancia y hostilidad para el extranjero. Agréguese a esto que Cuba con sus institucioncs sociales es una amenaza perenne para la ponderación de fuerzas entre las dos grandcs secciones del país, tan deseada hoy por todos los amigos del compacto nacional, y se vendrá en conocimiento, que si útil y necesario fué el programa de 1848 para los primeros pasos de nuestra infancia revolucionaria, hoy acaso merezca archivarse como un recuerdo histórico para los anales de nuestra lucha con la tiranía. A nosotros, por lo menos, cumple declararlo en alta voz; esa política timorata y vacilante que hasta hoy ha seguido el gobierno americano; esa oposición constante a nuestros planes; ese aplazamiento indefinido en que las agitaciones internas de la Unión colocan a la causa de Cuba, no pueden ya convenir a la honra y dignidad de nuestra revolución, ni satisfacer las exigencias de los males que nos aque jan. Aprenda también de una vez la Unión entera que no con estériles simpatías puede conquistar ese destino manifiesto que halaga su ambición. A más alto precio le toca comprarlo, so pena de ver desaparecer entre complicaciones y resistencias el sueño dorado de su juventud política. Cuba pudo en momentos críticos ofrecer el sacrificio de su individualidad y de su independencia política y comer cial, cuando creyera fundadas sus esperanzas, y no viera en todo el horizonte otra estrella que alumbrara su camino, ni otro puerto donde ponerse al abrigo de las tempestades presentes y de las borrascas del porvenir. Hoy las cosas han variado. La revolución se ha encarnado imperecedera en todos los pechos cubanos; la metrópoli convulsa está en vísperas de hundirse en Europa con toda su significación; y por fin, despuntan ya en el mundo soluciones nuevas a todas las cuestiones políticas, económicas y sociales que ba tallan por la supremacía en el gran Consejo de las Naciones. Por su posición geográfica y la evolución providencial de los acontecimientos, Cuba resume hoy en maravillosa síntesis el enigma dc todos los problemas del siglo xrx; y en tan ventajosa posición, locura fuera que permaneciese inerte en brazos de esperanzas no cumplidas, o que sólo se moviera al compás de intereses particulares, que no tuvieron la previsión ni la energía suficientes para inteponerse en el desenvolvimiento histórico de las necesidades del mundo. Así se explica lo pasado, así se prepara el porvenir de nuestra patria. La revolución traída al terreno de una combinación política, en que se hacía solidaria la natural ambición de una potencia vecina, dió pasos de gigante a la sombra de ese pensamiento; y cuando más fortalecida ha menester de acelerar su marcha, he aquí que pueden abrirse para ello nuevos y más dilatados horizontes en la satisfacción ofrecida a principios más generales y de más universal aplicación, sin poner en conflicto los intereses existentes. Cuba, ahora más que nunca, debe reconcentrarse en la justicia y necesidad de su revolución, y recabar nuevos bríos para acometer el porvenir. Sus errores y desastres pasados nada son ante la renovada determinación de merecer y con quistar la libertad por que suspira. El valor y la moralidad de sus hijos todos; la unión y la constancia de todas las almas nobles y generosas prometen días de gloria y de ventura para la esclavizada patria. El recuerdo de tantas lágrimas y sangre derramadas, las ínclitas víctimas que todavía esperan la hora tardía de su apoteosis; tantos lazos de familia que brantados; tanto duelo, opresión y miserias: he ahí móviles más que suficientes para que no se detenga un solo instante el carro lanzado de la revolución; sino que si necesario fuese, y nos abandonase el mundo entero, atropellando por todo, y sin más aguardar nos arrojemos en un día supremo de entusiasmo a lucha cuerpo a cuerpo con el tirano que nos degrada. Esa es la más noble, digna y heroica resolución que pueden tomar todos los hombres libres de Cuba. Prepararse a ello con fe y concierto y poniendo a contribución los desaciertos pasados, ese es el primer consejo de una política elevada y previsora. Llegado el momento de una iniciativa audaz por parte de los cubanos, ella arrastraría todas las voluntades de este país, poniendo fin a las indecisiones que fueron una rémora,,si no un obstáculo insuperable al éxito definitivo de nuestros trabajos. Tenemos entera. fe y plena confianza en las simpatías individuales del pueblo americano, que absorto hoy en los irritantes debates de sus intereses internos, no dejaría perecer en ese caso Ia libertad por falta de cooperación. Pero, ¿es esto todo? La indicación de esta última y su prema necesidad, ¿es acaso el fruto único que debamos reportar del estudio de los sucesos pasados y contemporáneos? No lo creemos así; y a la vez que nuestra revolución no debe cejar un ápice en la senda que le trazan sus intereses, su dignidad y la urgencia de los peligros que la rodean, pensamos que cumple a su misión y a su deber meditar simultá neamente otras combinaciones, y aun aceptar cualquiera otra solución que poniendo en salvo su existencia social y su honra, garantice los derechos, la independencia y la libertad de nuestra patria. No sería la primera vez que la intervención de los altos poderes que están a la cabeza de las naciones, hubiesen concertado sus comunes esfuerzos por ahogar en su cuna al monstruo de las discordias y conflictos internacionales; ni tampoco hubo jamás ocasión más propicia ni apremiante para asentar sobre bases sólidas y duraderas la futura paz del mundo. De España nada tiene que esperar Cuba, como no sea el aumento de los males y de la opresión en que gime. Harto nos lo dicen sus hechos pasados, y la horrible realidad de su conducta presente. Ni hay tampoco extremos a que no pueda inducirla el estímulo de su orgullo herido y de su impotencia manifiesta. Resuelta está a cerrar la historia de su ominosa dominación en América con la perfidia del más bárbaro decreto, sin que nada prueben en contrario las protestas, siempre fallidas, de sus ministros y sus Cortes, y debidas en esta ocasión a sugestiones del momento, y a los temores que le inspiró la amenazante actitud de nuestros preparativos. Por otra parte, ¿qué poder tiene España, aun cuando quisiera, para detener las consecuencias inexorables de las medidas que ya planteara en Cuba, y que están sólo en suspcnso y de ninguna manera revocadas? (Cómo tampoco resiste por más tiempo a la presión que sobre ella ejercen la opinión pública en Europa, y los intereses políticos alarmados con el sesgo que tomara nuestra revolución en aparente y exclusivo provecho de la Confederación Americana). Tales consideraciones merecen pesarse en la balanza del patriotismo y de la previsión, para que no haciéndonos ilusiones, sepamos mirar con frente serena los peligros y conjurar los. La cuestión social que aquellos envuelven, no está ya para los cubanos en la esfera de los principios, sino en el terreno práctico de la necesidad y de la conveniencia. Resuelta por España, y lo será irremediablemente por efecto de sus odios, de sus compromisos y de su insuficiencia, quedará para sicmpre sellado el infortunio de la patria. Pesada y meditada por los habitantes de Cuba para darle solución en su oportunidad, en armonía con los derechos adquiridos, y bajo la protección y el amparo exteriores a que pueda aspirar con certeza, acaso bastaría para que hoy conquistase nuestra generación sin grandes riesgos ni sacrificios el bien deseado de su independencia política. Pero a más altos fines debe dirigirse nuestra ambición, y después de las pasadas decepciones no conviene tampoco confiar de nuevo nuestra salvación al arrimo de un solo principio, o a la cooperación de una alianza única y particular. Sepamos interesar al mundo entero en la obra providencial de nuestra revolución, ya que ella encierra en su seno gravísimas soluciones que aguarda impaciente la civilización del siglo, y pueden ser mensajeros de paz para el porvenir político de las naciones de la tierra. No tronara hoy el cañón homicida ante los muros de Se bastopol, ni corriera a torrentes la sangre de los pueblos, si el principio de equilibrio político que proclama la contienda, había de limitarse a la conservaci6n del statu quo europeo. La alianza anglo-francesa tiene un origen anterior a los conflictos de Oriente, y una significación más vasta y comprensiva en los destinos del universo; y acaso fueran los comienzos de la revolución cubana, y las amenazas en que iba envuelta de engrandecimiento para la Unión Americana, las primeras inspiraciones de esa liga que hoy asombra Íos ánimos con la magnitud de sus peripecias. Por lo menos puede decirse que la negativa del gabinete de Washington a subscribir el tratado tripartito, a la vez que confirmaba las tendencias de su mal disimulada ambición, vino también a fortalecer las rivalidades de todas las potencias marítimas, y a estrechar, ya que no a producir la común inteligencia de Francia e Inglaterra en la cruzada que meditaban en favor de la balanza política de los dos hemisferios. Ese tratado, por lo que tenía de injusto y restrictivo para el principio revolucionario en Cuba, debe ser objeto de mar cada censura para todos los pechos generosos, por más que pareciese salvar en una engañosa reticencia los derechos imprescriptibles de sus habitantes. Por otra parte, para ser una solución fundamental de todas las complicaciones que pueden surgir en lo adelante, debió transformar en principio de previsión lo que sólo era un conato de conservación, indigno de los altos poderes que lo concibieron. Ligarse las tres naciones más poderosas de la tierra para mantener de hecho, ya que no de derecho, el despotismo y la barbarie en pleno siglo xrx, es una idea que repugna a las nociones más elementales de equidad e ilustración humanitaria; pero también ofrece una demostración palpable de las inconsecuencias a que puede conducir a los hombres de Estado más eminentes el interés de una política mezquina y exclusiva. ¡Loor a aquella que supo con su repulsa desconcertar las tendencias inevitables del proyecto! Y si otro objeto se propusieron sus autores, lográranlo mejor, si entrando en las vías de la justicia, y anticipándose a los acontecimientos, hubieran combinado un arreglo, que a la vez resolviese las dificultades pendientes, precaviese las que al porvenir reserva la continuación dcl bárbaro sistema español en Cuba. Acaso fuera aventurado suponer posible entonces la común concurrencia de las tres grandes potencias marítimas en un tratado por el cual, indemnizada España, se reconociese y garantizase la independencia política y comercial de Cuba. Esta solución, la más conforme a los intereses generales y a la conservación de la paz, habría sido también la más digna a todas luces del progreso filosófico y moral de que se jacta nuestra época orgullosa. Planteada la cuestión en ese terreno, y con todas sus necesarias consecuencias, no cabe duda de que habría tenido por efecto, al menos, el de citar ante el tribunal augusto de las naciones a aquella de las tres que por su renuncia comprometiese los destinos políticos, el progreso y la tranquilidad del mundo. No nos hacemos tampoco ilusiones sobre las probabilidades que hoy tendría una combinación de esa naturaleza, y tal vez no fuera difícil señalar desde luego de qué lado surgirían las mayores resistencias. No hacemos referencia a España, cuyos títulos se invalidaron por su despotismo ante la historia y por la pugna abierta en que hoy se encuentran con los intereses y el sosiego del mundo civilizado. La ley de expropiación forzosa así alcanza a las naciones como a los individuos, y todavía se halla fundada en el primer caso en premisas más absolutas y universales de justicia y de conveniencia. Pero Cuba que no supo, o no pudo hasta ahora, invocar los grandes principios que debieran regir en lo adelante las relaciones mutuas de los pueblos, está en el deber, hoy más que nunca, de sincerarse ante el mundo entero de las pérfidas sugestioncs del despótico gobierno que la calumnia. Si comenzó por colocarse en un terreno exclusivo y particular, culpa fué de la necesidad, de su inexperiencia, y del abandono en que yacía. Sola y abatida a los pies de su verdugo, allá en los apartados mares, ¿cómo no alzaría primero los ojos hacia el poder más cercano que la tentara con el espectáculo de su grandeza y de su libertad hoy, con más conciencia de su propio valer y dc su significación e importancia en los destinos del universo, puede y debe hacer una elección de sus alianzas, y ¿cuál otra mejor, más noble y segura que aquella que la haga partícipe y solidaria en la gran comunidad de intereses materiales y morales que se agrupan en derredor de principios más vastos y civilizadores? Inténtelo, a lo menos, y así habrá llenado todas las exigencias de su posición y de su deber. El interes directo de las altas potencias europeas en esta solución no puede ser más evidente. Centinelas avanzadas en la escena política del orbe, arrastradas por la tradición y por sus actuales compromisos, apremiadas por los dictados de la propia conveniencia, su puesto estará siempre en todos los campos de batalla en que peligre el principio de ponderación política y comercial entre las naciones. ¿Qué garantías puede ofrecerle hoy la Espana que se consume en estériles esfuerzos de imposible regeneración, y que cada día se postra más entre las convulsiones internas que la despedazan? Además, ¿no burló ella en lo pasado, y con escándalo universal, las más solemnes estipulaciones para el progreso, la justicia y la paz entre los pueblos? ¿Y cuántos conflictos no legará al porvenir el testamento político de una nación ya expirante para los altos fines de la civilización? Acaso esa misma España debiera a nuevos protocolos con diciones de vida y de estabilidad que serían a su vez prendas de duración para la balanza del poder en Europa; y así se comprende también cómo la jústicia para Cuba lleva en germen el sosiego y la prosperidad para el antiguo hemisferio. Grandes intereses hay también que considerar en el nuevo mundo, y no se necesitan grandcs esfuerzos del ingenio para demostrar hasta qué punto la independencia de Cuba sería la solución preliminar e indispensable de las gravísimas cuestiones políticas, sociales y humanitarias que se van acumulan do del lado acá del Atlántico. Toda la antigua América española sabe por instinto que eI baluarte de sus libertades, y de la persistencia de su individualidad nacional, se encuentra vaciado por el Eterno en el elemento macizo que separa el mar Caribe de las aguas del golfo mejicano. Cuba, la llave principal de esa posición, al paso que vigila las rutas interoceánicas del futuro comercio de los pueblos, sirve también por su importancia y magnitud de antemural, que tendrá a raya los desmanes y la ambición de una raza enemiga de la blanca, a la que profetas políticos disciernen ya el señorío sobre todo el grupo de las Antillas. Tales son las graves consideraciones que a la revolución cubana toca meditar en su virilidad: tales también las nuevas perspectivas que asoman en el horizonte político del mundo. Cuba libre e independiente bajo el amparo tutelar de todos los principios del derecho, de la justicia y de la civilización, presentaría muy en breve el espectáculo sorprendente de una prosperidad sin igual en los anales de la historia, y de una grandeza indestructible, basada como lo estaría en el equilibrio y regulación de los más valiosos intereses del mundo moderno. Su deber es colocarse desde luego en esa elevada plataforma, y agotar, antes de abandonarla, todos los recursos de su ingenio y de su perseverancia. A falta de esa situación superior, hay otras intermediarias que ni siquiera ha intentado en la inexperiencia de su arranque revolucionario. En defecto de todas, ahí están Dios, su derecho y su resolución, que sabrán sacarla incólume de todos los peligros presentes, y de todas las peripecias del porvenir. Entretanto, ya lo hemos dicho, la revolución no debe ni puede detenerse. Con entera independencia de sus compromisos pasados, y con abstracción de toda combinación exterior, sea la que fuese, ella debe alejarse para todas las eventualidades, y estar lista para apelar en su día al recurso su premo de todos los pueblos esclavizados: ¡la insurrección! Pero muy mal se interpretarían las tendencias de este papel, si en él se viese otra cosa que una serie de estudios presentados a la meditación y resolución del pueblo cubano, único autorizado y competente para decidir, en un todo y por todo, la marcha futura de la revolución. Acatar sus determinaciones ha sido siempre y será en lo adelante la norma de conducta que adopte
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